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13 OCT

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA III

Aquí tenéis los 24 relatos que empiezan con la frase "En la ciudad donde nací", comienzo de "H.EX." de Daniel López Valle

Con esta frase, comienzo del libro H.EX. (Historias extraordinarias) de nuestro paisano el ilicitano Daniel López Valle, deben comenzar los relatos de esta primera quincena de la segunda temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 24 relatos que, durante los días 14, 15 y 16 (hasta las 14:00), pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos y dándoles 1, 2 y 3 puntos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la que Daniel López Valle eligira el relato ganador de la quincena en Onda Cero Elche - Comarcas del Vinalopó el próximo lunes17 de octubre.

A continuación podéis leer los relatos por orden alfabético a partir del primero que recibimos.

 

CIUDADES

En la ciudad donde nací éramos como un rebaño de puercoespines, nos apretujábamos por el frio para calmarnos con el calor mutuo, pronto sentíamos la púa de los demás y nos alejábamos. Algunos encontraban la distancia adecuada entre ambos sufrimientos y sobrevivían; en mi caso, me fui de la ciudad. En la siguiente ciudad eran como leones, unos cazaban a otros por el cuello para tenerlos cerca, y cuando estos últimos crecían, se deshacían por fin de los primeros. No había lugar para un puercoespín renegado. En la última ciudad fueron, finalmente, hombres. Y ahí se me acabaron las metáforas, pero no sobreviví.

 

EL ESCONDITE PERFECTO

En la ciudad donde nací están prohibidos los ditirambos, las jácaras y las sinalefas. Hace un mes vinieron a buscarme seis corbatas, cincuenta fusiles y tres hocicos feroces. Los primeros tocaron el timbre. Los demás, rodearon puertas y ventanas. Me escondí dentro de una novela decimonónica. Luego, en una enciclopedia y después, en el Codex Iustinianus entre el noveno y décimo libro (los de las constituciones). Fue inútil. Los hocicos seguían mi olor como si fuera un implacable hilo de Ariadna. Finalmente, encontré el escondite perfecto. ¡En el espacio infinito y velado entre lo dicho y lo sugerido de un microrrelato! Todavía me están buscando…

 

ESCUCHANDO A LA LUNA

En la ciudad donde nací, las palmeras se alzan hacia el sol y la luna.

De pequeña jugaba a que la luna me perseguía, mi sombra era su lienzo, perfilaba mi figura a la vuelta de cualquier esquina, cambiando curvas por rectas, mirándome con esos ojos grandes color plata, yo sentía miedo, pero la buscaba desde mi ventana, las palmeras la ocultaban. Muchas noches la observaba desde la azotea y seguía, hablándome y yo, sin comprenderla.

Pasaron cien lunas llenas, doscientas, hasta que empecé a entenderla, me hablaba de las tristezas y alegrías, entones comprendí que, a pesar de todo,

la vida merece ser vivida.

 

EVOCACIÓN

En la ciudad donde nací, crisol de culturas, hubo un tiempo de vecinos sentados en la acera con sus sillas bajas de mimbre, en las cálidas tardes de verano.

Merengues con chantillí que compraba todas las semanas para regalar a mis golosos abuelos, escuchando el golpeteo de las fichas de dominó en el bar cercano, envuelto en voces de otros horizontes.

Carnavales maravillosos, juegos con agua, desfiles de carrozas y las murgas cantando sus versos subidos de tono, provocando risas en grandes y chicos y el frescor de los lanzaperfumes, los bellos disfraces y el turco del sexto fumando su narguile de aromas orientales…

 

FRAGANCIA NO OLVIDADA

En la ciudad donde nací estaba llena de luz y color, hasta que estalló la guerra…

Se apagó su luz, caían bombas por doquier.

Mis padres y yo nos refugiamos en un pueblo de Alicante, confieso que fueron tres años mágicos en la calzada de la infancia. Una de mis nuevas amigas compartió un secreto conmigo ¡En la buhardilla guardaba una Virgen!

Cada tarde cepillábamos su manto y la peinábamos, yo no entendía nada.

¡Más tarde lo entendí todo! Lo que no olvide jamás era la fragancia de azahar que desprendían los limoneros. Desde entonces cada primavera vuelvo desde mi ciudad a mi pueblo.

 

LA BÚSQUEDA

En la ciudad donde nací, cuando entra la mañana, el ajetreo de la gente que va y viene me acompaña en este viaje fantasmal que yo he realizado tratando de encontrarlo. No he podido vivir sin él pensando que deambula solo y extraviado por esta ciudad oscura e inhóspita. Un día y otro sin lograr hallarlo. Al regresar esa mañana un suave lamento se escucha al otro lado de la verja, envuelto en un rayo de sol esta él, ha vuelto a mi lado muerto de hambre y sueño.

 

LA ENSEÑANZA DEL ENCARGADO

En la ciudad donde nací me llaman «ratero».

Así son los pueblos, te ponen un mote y te acompaña toda la vida.

Y es que cuando era niño éramos muy pobres y más de un día iba sin comer al colegio. Famélico, vi que el encargado del bar escolar se distraía y en puntitas de pie sobre un inestable taburete, me estiré para coger aquel bollo. El taburete volcó, el encargado me descubrió, me humilló y me puso el mote.

Hoy soy juez de la nación, y si una cualidad positiva tengo, es la empatía con los reos. Esa empatía que no tuvo el encargado...

 

LA MAS LINDA CIUDAD

En la ciudad donde nací no hay guerras ni maldades; sólo remanso de amor y paz.

De sonido… la voz susurrante de mi madre contando bellas historias de hadas y príncipes, al mismo tiempo me tararea lindas canciones de cuna, mimando mis tiernos oídos.

Soy feliz, en esta linda y plácida ciudad; percibiendo bienestar. Mi alimento es puro néctar y con el paso de los días se acrecientan mis sentidos.

Una mañana temprano me dice mi tierna madre, cariño por fin naciste, te presento un nuevo mundo. Y con mi llanto le dije: devuélveme a mi ciudad.

 

LA PALABRERA

En la ciudad donde nací había una señora que se dedicaba a recolectar palabras salvajes, las estudiaba, las ponía a disposición de todo aquel que quisiera conocerlas y las volvía a soltar en libertad. Decía que, si ibas por el mundo siendo paciente y sabías prestar atención, ellas solas aparecían ante ti, deseosas de ser escuchadas en boca de los humanos y de esa manera llegar a ser inmortales. De todas las que me enseñó la palabrera, mi favorita siempre fue AITA.

 

LA PALMA GRIS

En la ciudad donde nací ya no huele a sol, el gris inunda el mar y la luna, trémula y confusa, despierta desnuda esperando que el fuego le dé calor. Las gentes migran sin rumbo, sin esperanza, almas errantes que lloran por sus recuerdos quemados... pero son días de unión, de fuerza, de ayudas anónimas que calman, que suavizan, que tranquilizan al gigante.

Noches de gritos y también de risas, una melodía capaz de conseguir por fin, que la montaña vuelva a dormir… y mientras tanto, los amantes, rodeados de rojo incandescente, descansan abrazados hasta la eternidad.

 

LA VOZ DEL CASTILLO

En la ciudad donde nací, he albergado ejércitos de diferentes credos. He sido testigo y partícipe en numerosas batallas; de las cuales aún conservo las cicatrices. Allá por el siglo IX, durante mi época islámica, fui construido como alcazaba. Cuatro siglos después, el rey Alfonso X, El Sabio, me bautizó con el nombre de Santa Bárbara.

Sí, lo reconozco, tengo el corazón de piedra, pero la orografía de mi ser inerte me confiere el aspecto de un rostro humano, la legendaria: «Cara del Moro», símbolo de Alicante, la ciudad que me quiere y abraza; cuya historia estoy grabando… en la memoria de mis piedras.

 

LOS VIENTOS

En la ciudad donde nací tienen otros nombres y una brújula diferente.

Sopla del Sur un frío cierzo emponchando los cielos con nubes grises.

Del Norte, tórrido y agresivo, que enloquece el sosiego y alza de las mujeres la falda; sólo lo apacigua el Pampero, purificando el aire desde las amplias llanuras.

Si la Sudestada empuja duro, los dos grandes ríos que se abrazan en el Plata, olvidan su camino del océano invadiendo las costas.

Pero cuando una brisa verde perfuma la casa con aromas de clara lluvia sobre la tierra negra y feraz, aspiramos profundo y entonces se agradece al viento.

 

MIRANDO ATRÁS

En la ciudad donde nací y viví toda mi infancia, donde sentí la protección de un hogar unido; ahí me quedé para siempre. Recuerdo los domingos al marchar para la capital, frías noches en el viejo autobús, las luces de neón de la gran ciudad, la presión edilicia, la violencia en los diálogos de los trabajadores. Aquello me parecía el infierno. Una fuerza cruel me empujaba hacia adelante pero mi alma tiraba para atrás. Ahora me doy cuenta, viví en un escenario, representé la obra que otros querían ver, creé mi propio infierno. Definitivamente… yo no estaba ahí, yo seguía en la casa donde nací.

 

NEW YORK

En la ciudad donde nací escondía un pasado secreto que no llevé conmigo al otro lado del charco. Lo creí a salvo durante las últimas armoniosas décadas. Me casé con John, tenemos un ático en el centro de los rascacielos, nació mi querida Olivia que ya tiene 18 años, mi vida era perfecta, nada tenía que contar.

Curioso el destino que guarda sorpresas, a pesar de los años, a pesar de la distancia. Sé que esto va a provocar un terremoto emocional difícil de remontar.

‒Olivia, cariño, no puedes enamorarte de Lucas.

‒Le amo, mamá.

‒Él…, él es tu hermano.

Maldito Erasmus.

 

NUBES DE OTOÑO

En la ciudad donde nací los cielos de otoño son llorones: siempre cubiertos de nubes extraordinarias que lo mismo te llueven sentimientos, que emociones, que estados de ánimo. Mientras unas llueven sueños, otras llueven nostalgias; algunas te mojan de alegría o esperanza y otras lo hacen de tristeza o miedo. Debes andar con mucho cuidado porque las mezclas resultan molestas y hasta peligrosas. Si vas mojada de sueños y te cae lluvia de imaginación, puedes tener pesadillas. Si te moja la nostalgia y no puedes evitar las nubes de ansiedad, depresión segura. Pero como te mojen la desesperación y el desengaño, derramamiento de sangre fijo.

 

PIDE UN DESEO

En la ciudad donde nací había un pozo. Le llamaban de la muerte, y hasta él se acercaban los vecinos a pedir deseos que incluían un viaje acelerado al más allá para alguno de sus conocidos.

A pesar de las críticas, el pozo solía estar muy concurrido. Y cuando pasaba alguna desgracia, todos lo achacaban al inevitable destino.

Yo también era de los que pensaba que era una tradición estúpida, hasta que lancé una moneda deseando la muerte de mi jefe que me hacía la vida imposible. La explosión de la gasolinera donde trabajaba hasta ese momento se escuchó en veinte kilómetros a la redonda.

 

PRIMIGENIA

En la ciudad donde nací no vive nadie. Ya lo estaba cuando mi madre se puso de parto, mientras pastoreaba unas cuantas ovejas. Corrían tiempos difíciles; ocurrió allá por la posguerra…

La música que escuché al nacer, la que calmó mi primer llanto, fue la del murmullo del viento que acariciaba las milenarias rocas.

En el lugar donde yo nací hay mar y barcos…, pero ¡son de piedra! Mi enigmática «Ciudad Encantada» está en el interior, muy cerquita de Cuenca.

 

SALTARON CHISPAS

En la ciudad donde nací aún se habla de aquel terrible incendio que consumió el barrio en el que vivíamos. Parece que se inició en una de las casas abandonadas, todas con tejados de vigas de madera que ardieron con una rapidez y una fuerza insospechadas. Nadie pudo averiguar el origen de aquel devastador incendio que se cobró varias vidas y acabó con el barrio. Nadie excepto nosotras, incapaces de confesar que jugábamos con fuego, y que la pequeña llamita se avivó con la virulencia de nuestra pasión secreta…

 

TACAÑO

En la ciudad donde nací, siempre veo un letrero diferente anunciando su nombre a los turistas: Atlantic City, Buenos Aires, Ámsterdam, Luanda... Es lo bueno de reencarnar tan seguido como yo lo hago. Que haces turismo. Conoces nuevos sitios. Nuevas experiencias… Algunos de mis colegas me dicen que hay modos más sencillos y menos truculentos de viajar, pero así me ahorro todos los peajes. ¡Qué ganga!

 

TINIEBLAS

En la ciudad donde nací abundan las leyendas sobre fantasmas…

La otra noche, sin ir más lejos, entraron en mi casa. Lo admito, me asusté mucho al escuchar cómo la puerta principal se abría reticente y quejumbrosa. A oscuras y sin hacer ruido, decidí subir a la tercera planta para esconderme en el desván.

No quise mirar atrás, hasta que comprendí que no tenía escapatoria; entonces, me armé de valor y le miré a la cara; cuando me enfocó con su linterna..., yo, sorprendido, ululé con todas mis fuerzas; el ladrón, horrorizado, salió corriendo de mi casa.

 

UN RAYO DE ESPERANZA

En la ciudad donde nací todo era oscuro, triste y gris. No existían los colores, el sol solo era recordado por los más viejos del lugar y todos los habitantes tenían el mismo oficio, escribir relatos tristes.

Un día, sentado en el parque, escribí la frase final de mi último relato:

«Fueron felices y comieron perdices».

Algo mágico ocurrió, fue breve, pero durante unos segundos un rayo de sol atravesó las nubes, vi colores en las flores, sonrisas en las personas y sentí alegría en mi corazón.

De camino a casa me pregunté:

«¿Cómo sería el mundo si todos escribiésemos relatos felices?»

 

UNIDADES LIMITADAS

En la ciudad donde nací pagamos muy bien a los que nos votan. Por un punto, ofrecemos un dragón invisible que dice el número ganador de la lotería todos los 31 de febrero. Por dos puntos, regalamos un ogro que te coge del cuello con sus manos huesudas y te obliga a quedarte sentado frente al escritorio hasta que termines de escribir el maldito cuento que se te resiste. Por tres puntos, por supuesto, el pack Premium: dragón + ogro y una suscripción de por vida a la revista Avistamiento de pájaros, ¿por qué no es tan aburrido como parece?

 

VIVIENDO AVENTURAS

En la ciudad donde nací, viví desde pequeño las más apasionantes aventuras: fui el más amado, el más perseguido, conquisté corazones, rescaté princesas, me enfrenté a gigantes, burlé a sicarios, descubrí nuevos mundos, me batí en duelos, nadé en la abundancia, me sumí en la miseria, me extasié ante las más extraordinarias creaciones del hombre, lloré la muerte de algunos héroes, conquisté cumbres y exploré simas… Y además de todo eso, amé, reí, gocé, viví… durante incontables horas en aquella entrañable trastienda de la librería familiar.

 

A ORILLAS DEL GANGES

En la ciudad donde nací nadie me espera y sé que ya no puedo regresar.

Mis ropas son ahora el simple sari blanco de las viudas pobres; deambulo con la mirada baja por esta ciudad santa donde me confinaron, junto al gran río espiritual. Han cortado mis largos cabellos y no debo mirar a los hombres a la cara; no debo intimar con las otras mujeres, casadas o solteras, con sus mantos de colores y sus adornos de henna en las manos.

He aceptado las reglas, me he encerrado en mí misma, encallecida en mi silencio, pero he sobrevivido y ese es mi triunfo.

 

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