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15 JUN

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA XIX

Aquí tenéis los 21 relatos que empiezan con la frase «Las sorpresas, solo en los libros», comienzo de la novela "32 de marzo", de Xavier Bosch.

Con esta frase, inicio del libro 32 de marzo, de Xavier Bosch, deben comenzar los relatos de esta décimonovena quincena de la segunda temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 21 relatos que, durante los días 16, 17 y 18 de junio pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, de la que el próximo lunes 19 de junio, Xavier Bosch decidirá el relato ganador en Onda Cero Elche,

 

LA VIDA DE LAS PALABRAS

Las sorpresas, sólo en los libros fue el título de aquel relato maravilloso y esperpéntico que cambió el rumbo de María. María era una adolescente abandonada a la televisión, a los videojuegos, a la mentira de una soledad aburrida. Un día superó los 9 euros de consumo en una cafetería, y le regalaron este libro... de 46 hojas, de ilustraciones, con un texto... que le hizo alegrarse la tarde. Desde aquí emprendió su propia aventura, y le regalaron más libros cortos.

Y María... hoy, presenta su primer libro como escritora: la vida de las palabras.

 

MONÓLOGO

Las sorpresas, solo en los libros de misterio; cuando aparecen con un giro en su desenlace, ahí sí que me gustan. Sin embargo, en la vida real, odio las sorpresas.

El otro día, sin ir más lejos, el chico ─del que estoy enamorada, desde Primaria─ aprovechó que era mi cumpleaños para darme un beso, ¡Aysss, casi me desmayo! Después, me regaló una novela romántica con esta dedicatoria:

«Para, Laura, el amor de mi vida»

¡Qué bonito…!, ¡¿verdad?! ¡Pues no! Aquello, más que una sorpresa fue una putada. ¡Yo soy Pilar! Laura es mi gemela.

 

PETALOS DE ROSA

Las sorpresas, solo en los libros. He cogido de la biblioteca un libro antiguo, de esos que la pátina del tiempo ha amarilleado sus hojas.

¿Cuándo había leído ese libro?, me preguntaba. Debía de tener 15 o 16 años, seguro que fue en la adolescencia, aquel verano caluroso y que por culpa del trabajo de papá no pudimos ir de vacaciones a la playa y nos tuvimos que quedar en Madrid.

Tito, aquel chico tímido y con gafas de miope había depositado dentro de aquel libro unos pétalos de rosas. Treinta años después yo las encontraba.

Las sorpresas, solo en los libros. Pensé.

 

PRIMERA CITA

—Las sorpresas, solo en los libros —me dijo a la salida del taller literario, cuando empecé a tartamudear monosílabos de amor.

—¿Quieres… ir a…? —volví a balbucir

—Shhht. No digas más —bostezó, aburrida, Desinteresada. Sus pestañas parecían decir: «te falta audacia; somos muy diferentes; busca otro camino».

Fue entonces, quizás por instinto, quizás por rebeldía, que probé una osadía: me zambullí en las olas intrépidas de su cuaderno de poemas. Atravesé a nado un mar indómito de estrofas… repleto de sirenas, églogas y fantasía. Y al final de mi odisea, la encontré componiendo… en la bahía de un soneto desierto.

—Ahora sí —me sonrió—, ¿qué decías?

 

RESET

«Las sorpresas sólo en los libros», exclamó divertida mientras soplaba la taza de té que sostenía con las dos manos.

Lucas clavó sus ojos en los suyos y, con gesto firme y sereno, pronunció aquella frase que la hundió en el pozo más oscuro de su vida.

Esa fue la última vez que lo vio como Lucas.

Y ahora, doce años después, la vida los reúne, sabiendo que los límites en un amor como el suyo no existen, incluso si para reconquistar ese amor supone dejar de ser quien eres.

Ya no era María, era Mario.

Ya no era ella... ahora era él.

 

RESPLANDORES DE ESPERANZA

La sorpresa solo en los libros, sí, eso sería lo ideal. Pero a veces te llega por cualquier medio.

Hoy he ido con mi nieto al cumple de una amiguita porque sus padres no podían.

¡Qué derroche! Farolillos, guirnaldas, piñata, juguetes, música… Una gran mesa llena de comida, bebidas, chuches… Apagan la luz, suena la música y alguien se acerca portando una preciosa tarta con siete velitas encendidas que lanzan titubeantes resplandores. Entre aplausos la dejan en el centro de la mesa. Y Adriana, la amiguita de mi nieto, totalmente calva, cierra los ojitos y sopla.

 

SECRETOS DE FAMILIA

«Las sorpresas, sólo en los libros» ─decía mi madre cada vez que se me retrasaba la menstruación.

¡Qué razón tenía…! Aún no lo sabe nadie, es un secreto, pero precisamente fue en un libro ─el de Familia─, con el que recibí la mayor sorpresa de mi vida: ¡Mi madre, en realidad, era mi abuela! ¡Y yo, la hija secreta de “doña perfecta”!

Este mes, el test de embarazo me ha dado positivo. Menudo susto se va a llevar mi hermana cuando, al abrir su libro de cabecera, encuentre esta nota:

«¡¡¡Sorpresa, vas a ser abuela!!!  ¡Shhh… guárdame el secreto!».

 

SEMPITERNA

Las sorpresas, solo en los libros, serán aquellas que nunca te defrauden ¾le musitó a su nieta mientras cerraba la tapa dura y rasgada de su novela clásica favorita.

¾¿Más que el ratoncito Pérez? ¾replicó su nieta, Elena.

¾El ratoncito Pérez te traerá aquello que deseas; un libro te llevará donde nunca pudiste imaginar.

Elena, atenta, escuchó a su provecta abuela sin entender demasiado lo que le quería decir. Aunque no la había convencido, recogió su consejo.

Veinte años más tarde, añorando a su abuela, sostenía aquel libro roído recordando las palabras que hicieron que fuese nombrada Premio Planeta.

 

¡SORPRESA!

«¡Las sorpresas, sólo en los libros!» ─gritó Germán, indignado─ tras encontrarse una cucaracha nadando en la sopa.

Cuando el camarero le entregó el libro de reclamaciones, lo abrió para escribir y… ¡Sorpresa!, dentro del libro había otra.

 

SORPRESAS PÓSTUMAS

Las sorpresas, solo en los libros, pero en el velatorio de mi abuela las sorpresas nos sobrepasaron. Primero fue el escape de gases post-mortem que nos hizo ventilar la sala. Luego el hipo que le entró al abuelo cuando fue a darle un último beso; en el espasmo «hípico», la dentadura cayó justo encima de los labios de la abuela; fue tan cómico, que todos reímos. Y para remate, un señor mayor, de buen porte y gesto compungido, se acercó a acariciarla ante la furibunda mirada del abuelo. Supusimos que era algún antiguo amor… ¡hasta que vimos que los pendientes de la abuela habían desparecido!

 

UN DESENLACE DIFERENTE

«Las sorpresas, solo en los libros», pensó Casandra mientras leía con ayuda del oráculo de Delfos, el final de la Iliada. Luego, prendió fuego al enorme caballo de madera.

 

A VUELTA DE PÁGINA

Las sorpresas solo en los libros, pensaba Marta mientras hojeaba las páginas amarillentas de un viejo ejemplar. Pero aquel día, el destino decidió contradecirla. Al cerrar el libro, un sobre cayó al suelo. Dentro encontró una fotografía antigua de su abuela y una dirección desconocida. Decidida a desvelar el misterio, siguió las pistas y llegó a un pequeño pueblo en las montañas. Allí, en un rincón olvidado, descubrió un baúl repleto de cartas de amor. Una historia enterrada durante décadas cobraba vida frente a sus ojos. Las sorpresas no solo estaban en los libros, sino en cada página de su propia historia.

 

ASEDIO

«Las sorpresas, solo en los libros», murmuró el hombre mientras echaba a correr. Tras él crujía la hojarasca y se lanzó a toda prisa en una zanja mientras dos proyectiles volaban sobre su cabeza.

—¡Joder! —dijo mientras se incorporaba y retomaba la carrera.

Cuando alcanzaba el viejo almacén sentía al perseguidor rozarle los talones. Le faltaba la respiración, pero consiguió entrar y cerrar la puerta.

Justo entonces se produjo una explosión tremenda. Por los aires saltaron metáforas y alegorías, sustantivos y verbos, hipérboles y anáforas, y una voz exclamó:

—¡A la mierda toda la página! No me gustaba nada, parecía narrado por un escritor de pacotilla.

 

BUCLES

«Las sorpresas, solo en los libros», solía pensar. Y sin embargo…, aún mantenía esa tenue llama de esperanza en el corazón… creyendo (mientras abrazaba con fuerza desgarradora a Laura) que de pronto, abriría los ojos y me diría: «tranquilo, papá. Solo dormitaba…».

Pasaron varios médicos. Tres, cuatro. Y al marcharse el quinto, decidí escribir en el margen de una novela: «la niña, milagrosamente, abrió lo ojos». Nada…

Al día siguiente del entierro, en otro continente, país y provincia, un padre también lloraba… En su caso, de alegría. Su Hanifa había regresado, inexplicablemente del coma.

—Tranquilo, papá -—le dijo como si nada—, solo dormitaba.

 

CUENTO

Las sorpresas, solo en los libros dan alegría, aunque sean tristes.

En los cuentos, las sorpresas son esenciales; más aún en los buenos cuentos.

 

El DIPUTADO

Las sorpresas, solo en los libros permanecen; en la vida real suelen ser tan efímeras como imprevisibles.

Lorencito nació de pie y enseguida echó a correr; el mocito pronto comprendió que de espabilar era cuestión. Tras estudiar un peritaje sin salidas, ya con pequeñas entradas en su despejada frente, ¿qué camino tomar?

La política: Don Lorenzo pensó que un acta de Diputado aseguraría su bocado. Pero de repente... ¡qué locura, qué tremenda desventura!, una moción de censura amenaza con bajar del machito al ínclito perito.

Gran conmoción, el barco se mueve sin ton ni son. ¡Acabaremos en la Oposición, se dijo, con oprobio y sin sillón!

 

EL GRITO

Las sorpresas, solo en los libros.... El grito fue desgarrador, acababa de empezar a leer y el libro salió despedido de sus manos como por arte de magia.

Una voz atronadora recorrió por la casa inundándolo todo y esa voz salida de ultratumba únicamente decía «las sorpresas, solo en los libros».

Cuando pudo reponerse algo del susto se levantó y miró y miró y recorrió la casa y se volvió a sentar.

El libro, estaba en el suelo a varios metros del sillón donde se había sentado para tener una placentera tarde de lectura.

 

ENTRE LAS HOJAS

Las sorpresas, solo en los libros le disgustan.

En ocasiones, ella encuentra entre las hojas objetos perturbadores: una salamandra desecada, una nota de despedida de un antiguo amante, una gota marrón ¿de chocolate? o unas flores secas que alguna vez estuvieron húmedas.

Hoy, por el contrario, ha sonreído al ver caer una preciosa pluma de abubilla del libro que tomaba del anaquel en la biblioteca.

Ha recogido la pluma y la ha colocado con mimo en el centro del libro para sorprender a otros lectores con la imagen de volar.

 

EXTRAÑEZAS

Las sorpresas, solo en los libros más imaginativos podían tener cabida para ser interesantes, le había insistido el apergaminado tipo a la escritora principiante. Su novela corta, por lo visto, tras repasarla someramente con sus acartonados dedos, carecía de sorpresas, faltaban las pequeñas… extrañezas, tan necesarias para el lector exigente.

Levantando la vista por encima de sus lentes, la miró, y fue entonces cuando quedó asombrado. Del bolso de la mujer salieron volando mil folios, todos a la vez, en una vorágine de aleluyas gigantes, que, recorriendo la estancia, cayeron poco a poco, aterrizando sobre el sorprendido interlocutor, quedando éste totalmente extrañado y sin palabras.

 

HIPERREALISMO

La sorpresa solo en los libros… dicen, pero hoy, en la visita programada de ese numeroso grupo de japoneses cargados con sus sofisticadas cámaras, la voy a dar yo, sin duda.

Desde el lienzo en el que El Greco me retrató ¡hace más de cinco siglos!, yo, El Caballero de la mano en el pecho, y como muestra de mortal aburrimiento, levantaré mi elegante mano derecha, la que reposa sobre el pecho, y sorprenderé a propios y extraños cerrando los ojos y tapándome la boca para disimular un tremendo bostezo…

 

JUGANDO A ADIVINAR

Las sorpresas, solo en los libros. Inés y Marcos estaban jugando con el libro que les había regalado la abuela para que aprendieran cosas.

Era un libro de sorpresas, tenían que abrir una página y leer la pregunta, la respuesta debería ser sí o sí una algo inesperado para los dos.

—Marcos, —preguntaba Inés, —¿cuántos libros hay en el mundo?

Y Marcos a sus cinco años, poniéndose muy serio, pensaba la respuesta y con la contundencia de un académico contestaba... pues creo que hay diez y contaba y contaba, uno, dos y así hasta diez.

Es que Marcos no sabía contar más

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