Notícies

01 JUN

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA XVIII

Aquí tenéis los 36 relatos que empiezan con la frase «Patricia estaba llorando», comienzo de la novela "Bajo la puerta de los susurros", de TJ Klune.

Con esta frase, inicio del libro Bajo la puerta de los susurros, de TJ Klune, deben comenzar los relatos de esta décimooctava quincena de la segunda temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 36 relatos que, durante los días 2, 3 y 4 de junio pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 5 de mayo en Onda Cero Elche,

 

LÁGRIMAS DE NÁPOLES, de Mercedes de Cecilia.

Patricia estaba llorando. Cada veinticinco de agosto, en la ciudad de Nápoles, Patricia lloraba sin consuelo ante la mirada atenta de cuantos la querían. Ellos no podían hacer nada, tan solo acompañarla. Le decían palabras hermosas, le enviaban besos por el aire. Era un día festivo a pesar de todo. Ella vestía de negro, con un hábito religioso. Permanecía inmóvil en lo más alto, con una corona en la cabeza. En ese momento la procesión dobló la esquina y su efigie desapareció. ¡Viva la patrona!, se gritaba por todas partes. ¡Viva Santa Patricia!

 

LO LLAMAN KARMA, de Leticia Ortiz.

Patricia estaba llorando por anhelar ser conocida a toda costa.

Reunió a una legión de seguidores que en directo verían su nominación a influencer del año. Llegó el momento en el que los nominados subirían al escenario. Muy altiva, se acicaló su vestido y se dispuso a afrontar la escalinata. Pero la mala fortuna se cruzó en su camino; hincó mal el tacón y se tropezó dando de bruces con sus posaderas frente al respetable. Pudo habérselo tomado con humor, pero se enrabietó inundándose en lágrimas.

Aquel culetazo fue el ridículo más compartido de la historia. ¡Enhorabuena, Patricia!, ¡al fin lograste ser famosa!

 

MALOS HÁBITOS, de Rafa Olivares.

Patricia estaba llorando, y entre los susurros y gemidos de aquella noche, mis pupilas distinguieron, dos literas más allá, el brillo del crucifijo del hermano Lucas.

 

NADIE ESTÁ PREPARADO, de Leticia Ortiz.

Patricia estaba llorando a pesar de su extensa preparación. Era su tercer año como médica residente de neurocirugía y el ritmo en el hospital se volvía frenético. A su espalda, dos celadores se apresuraban portando una camilla con un paciente procedente de un accidente de tráfico.

¾Doctora Patricia Salmerón, acuda al quirófano ¾pronunció megafonía.

El accidentado pasó por su lado con la cabeza sangrando. Como pudo, articuló:

¾Doctora, doctora… sálveme.

Patricia tardó ocho minutos en prepararse y entró a quirófano inmediatamente. En ese instante, el cirujano adjunto negó con la cabeza y dijo: José Martos, hora del fallecimiento las veinte dieciséis.

 

NOCHES BLANCAS, de Lola Obrero.

Patricia estaba llorando sobre la cama cuando él entró. Como cada noche desde hacía algún tiempo, se encontraba sumida en un mar de llanto.

Aún no había podido averiguar el porqué de tanta tristeza, inexplicable para él.

Compartían algo más que el apartamento y el máster…  en Copenhague, pero existían otras cuestiones entre ellos, achacables a sus distintas culturas, que se escapaban a su entendimiento.

Christofer se acercó a ella con ternura, mientras intentaba obtener la respuesta a su pregunta de los últimos días. El nórdico, sin embargo, exhibía sin éxito, ante su latina compañera, las mismas pretensiones de noches anteriores…

 

OCASO, de Américo Fojo

Patricia estaba llorando y no lo sabía.

Sintió un gusto salobre en las comisuras de los labios; no, no llovía, tampoco era el orballo que abraza los robles. Estaba perdida en el monte y el sol se ocultaba.

En la penumbra solo se perfilaba la casa de la meiga; los niños nunca se acercaban, solo los chavales más audaces apedreaban las ventanas y luego corrían a esconderse. Esta vez, la niña llamó a la puerta.

—¿Pero menina, que haces aquí y a estas horas? — Las manos de la anciana eran cálidas al secarle las lágrimas de las mejillas… y Patricia la abrazó.

 

OCASO DE LA VIDA, de Regina Celave.

Patricia estaba llorando... recostada en las blancas arenas, escuchaba la melodía proveniente de una pequeña y entusiasta orquesta animando el atardecer costero.

En una alegoría nostálgica de naturaleza y notas musicales, el tintineo del triángulo representaba una a una las hojas que el otoño descolgaba sin piedad, entre acordes del piano que alertaban: ¡pronto caerán todas!, a pesar de la lucha conmovedora del violín por mantenerlas suspendidas en las ramas...

Una sinfonía triste, perfecta, de hojas secas color ocre que todavía se sienten verdes y vivaces; toda una parábola de la vida, que llega al ocaso sin desearlo dando paso al frío invierno.

 

PERSUASIÓN Y ARROJO, de Rafa Olivares.

Patricia estaba llorando y parecía querer arrojarse al vacío desde el balcón de su casa, en un séptimo piso. En la calle, una multitud de gente angustiada miraba hacia arriba. El psicólogo de la policía, desde el apartamento contiguo, con voz serena y suave, apela primero a su corazón, a los sentimientos, a ideas positivas y placenteras. Cuando ella cambia el llanto por suspiros entrecortados, recurre a la razón, a la lógica, al futuro… Es justo entonces cuando la chica, ya tranquila, se lanza de cabeza.

 

POESÍA PERRA, de Marcelo Celave.

Patricia estaba llorando... en un rincón de la sala

Sin saber que en la ventana, su perrito la observaba.

—Qué triste vida de humanos, menudo desasosiego

Si yo que soy un pulguiento, disfruto tanto la brisa,

los arroyos, el verde de los robles, pinos y hayedos

Dormir con la panza arriba bajo el cielo abovedado

Y una perrita con derecho a roce que calme mis desvelos

Entonces… ¿por qué lloras Patricia? ¿Por qué tu alma

se rompe cuando sientes que estás sola?

No llores más dulce ama mía, ya estoy aquí, a tu lado.

Mi huida ha terminado.

 

POR FIN, de Silvia Espina.

Patricia estaba llorando embargada por la emoción.

Después de quedarse sola, se había aislado completamente, alejándose de familia y amigos, como si eso obviara su infortunio. Desde el principio y durante todo el proceso no había derramado una sola lágrima.

Cuando tomó la decisión de volver a la vida, se volcó a la poesía, conociendo a personas sensibles y creativas que la ayudaron a recuperar la felicidad; seres con la inspiración suficiente como para transportarla a un mundo que nunca hubiera podido imaginar.

Ahora, en un recital poético, por fin Patricia estaba llorando.

 

RECOMPENSA, de Rafa Olivares.

Patricia estaba llorando. Había sentido un dolor infinito e irreparable. Fue como un zarpazo que le arrancara parte de su ser. Respiró con profundidad, contuvo a duras penas las lágrimas y trató de relajarse. Todo cambió cuando, pasando su mano por la piel recién depilada, se sintió divina de la muerte.

 

RIOS DE TINTA, de Mariam Vicente.

Patricia estaba llorando tinta. Las lágrimas caían sobre el papel y se ramificaban como capilares diminutos.

Patricia había intentado dosificar sus lágrimas, pero ya no lo podía evitar, y grandes goterones negros se arrastraban por el pergamino como arañas. A su paso las palabras brotaban, pequeños seres que nacían de la nada y se aferraban a las líneas invisibles, ansiosas por contar su verdad.

La niña sabía que una vez la tinta se secaba la historia ya no se borraba, todos la podrían leer, ¿y quizá ayudar? Y ella lloraba, pero como lo que nacía de sus lágrimas parecía inverosímil, nadie la creyó.

 

SIGNOS QUE SALVAN VIDAS, de Raquel Zaragoza.

Patricia estaba llorando mientras escribía una nota en su cuaderno:

«¡NO QUIERO SEGUIR VIVA!»

Sollozando, abrió la ventana del séptimo piso y ¡cuando se disponía a saltar por ella! El pánico a las alturas la hizo recapacitar. Entonces, decidió reescribir la que iba a ser su breve despedida. No tuvo que gastar mucha tinta, tan solo, una “coma” fue suficiente para salvarle la vida:

«¡NO, QUIERO SEGUIR VIVA!»

Esas palabras, llenas de esperanza, fueron el título del famoso libro de autoayuda con el que triunfó Patricia.

 

SILENCIO, de Ana Montesinos.

Patricia estaba llorando de la risa cuando entré en la habitación. Su cuerpo se movía al ritmo de las carcajadas y yo entraba con un saco de hielo a parar su felicidad.

Sus amigas le contaban anécdotas divertidas del fin de semana y hacían planes para el verano donde sacarían su juventud de paseo por la Toscana Italiana.

Estaba paralizado ante la puerta, era yo quien cortaría las risas, era yo quien le provocaría otro llanto diferente al que brotaba de sus chispeantes ojos.

Amanda, soy tu cirujano, la operación no ha salido bien. El tumor está extendido, morirás en pocas semanas.

Silencio.

 

TESTIGO OCULAR, de José Manuel del Río.

Patricia estaba llorando. La oscuridad del callejón la protegería, por el momento. El temor se había apoderado de ella. Había vuelto a tener una visión.

No entendía qué le sucedía. ¿Se estaba volviendo loca? Tenía que pedir ayuda con urgencia. Pero, ¿a quién? Si ni ella misma se lo creía.

Sus visiones se cumplían. Siempre moría alguien de forma violenta. Y ella era testigo ocular.

No sabía qué o quién estaba matando a todas esas personas. Pero era capaz de verlo antes de que sucediera. A través de los ojos del asesino.

Y esos ojos acababan de mirar a los suyos, mientras moría.

 

UN LLANTO INESPERADO, de José Manuel del Río.

Patricia estaba llorando. No me lo esperaba. No pensé que fuera posible. No me preocupé de los motivos. No me entraba en la cabeza.

Ella era la fuerte. Ella, la que me protegía sin dudar. Ella, la que usaba su poder de intimidación. O su fuerza.

Yo era la débil. La que lloraba. La que se metía en líos. La que se había acostumbrado a su ayuda. La sensible. Y, ahora, la insensible.

No, aquello no era normal. Pero no pregunté. Las lágrimas salían de muy adentró. Pero no pregunté. No podía ser.

Al fin y al cabo, los dragones no lloran, ¿no?

 

VISIBILIDAD, de Paquita Márquez.

Patricia estaba llorando en silencio, con mucha pena. Ardientes y gruesos lagrimones caen por sus tiernas mejillas

‒Patri, hija, ¿por qué lloras? ¿Es que no te gusta el piso nuevo? ¡Pero si es precioso! Y tan amplio… ¡Un loft hermosísimo! ¡Tendrás mucho sitio para jugar y hasta podrás corretear y bailar…!

‒¿Y dónde se va a esconder ahora mi monstruo azul?

 

VOCES, de Felipe Tenenbaum.

Patricia estaba llorando. Se había quedado sin ideas, personajes ni temas. Justo ella que le brotaban los cuentos del alma como palomitas de maíz en un microondas… justo ella que imaginaba sirenas que no saben nadar, piojos gigantes con humanos en la cabeza y sonámbulos interpretando a Hamlet dormidos; justo ella…, estaba bloqueada. Ninguno de sus personajes volvía a reclamarle su dosis habitual de protagonismo.

Ya se había resignado, entre lágrimas, a vivir en soledad sus últimos años de escritora en un mundo real e inhóspito, cuando, de pronto, oyó una vocecita que le susurraba desde el infinito.

‒Todavía te quedo yo.

 

ACORRALADA, de Felipe Tenenbaum.

Patricia estaba llorando con ese gesto tan suyo. Sin mover un músculo de la cara. Ni siquiera, los párpados. Las lágrimas resbalando por sus pómulos, dramáticas y silenciosas. Prófugas, si cabe, de su corazón roto. No muy lejos de allí, Marcos recitaba un poema hermoso. Uno que ella sabía que había inspirado verso por verso y anáfora por anáfora. El muchacho alababa la beldad de Martita, su vecina pechugona. Y Patricia, musa y testigo involuntaria de su dolor, se mordía un labio, enjugaba las lágrimas y comenzaba ella también a componer… ¡Lucharía por el corazón de Martita en su terreno! No podía perder.

 

AMIGA, de Ana Montesinos.

Patricia estaba llorando. Sentía el nudo en el estómago, experimentaba lo que se siente cuando te abandonan, ese dolor desgarrador que te parte en dos, ese mundo que se acaba, que deja de girar, que se detiene ante el infinito, ese desconsuelo que crees único. Las compuertas se abren y no se detienen hasta caer rendida por las noches.

La cogí de la mano hace dos años y le susurré al oído. Pasará. Pasará aunque parezca imposible. La angustia pasará, estaré a tu lado, acompañaré tu tristeza.

Ayer fui a recogerla para ir a pasear, ya no le quedaban lágrimas.

Sonreía, yo lloré.

 

CORAZÓN PARTIDO, de Mari Bastida.

Patricia estaba llorando, pero lo hacía para adentro. Intentaba disimular delante del que fuera el amor de su vida.  Se separaron por trabajo y antes de despedirse se juraron amor eterno. Después de dos años él regresaba, pero con compañía. En una carta le explicaba todo y pretendía que ambas fueran amigas. Su carácter afable y debido al amor que aún le procesaba, le impedía mostrarse como una mujer despechada, aunque no podía evitar partirse en dos cada vez que sus miradas se cruzaban.

Una vez sola, cuando en su mente se agolparon los recuerdos, fue cuando sus ojos se llenaron de lágrimas.

 

EL ARTE DUELE, de Ana Montesinos.

Patricia estaba llorando como siempre. A lágrima viva. Trágica. Calamitosa…

Sentí un escalofrío. Cuando mi aprendiz acababa una gran escultura, huía siempre del taller en una especie de catarsis creativa que le brotaba por los ojos. A juzgar por su dolor actual, seguramente me encontraría con su obra definitiva. Examiné el bloque de mármol casi intacto. ¡Vanguardismo extremo! Una obra minimalista que invitaba al espectador a adivinar con la imaginación lo que el artista apenas había sugerido. Sutileza que me embriagaba el alma de orgullo. Al rato, volvió con la mano vendada y supe que, en realidad, solo se había dado un martillazo.

 

EL INSTITUTO, de Manuel Sepulcre.

Patricia estaba llorando después de relatarle a Owi (el tartamudo) todo el acoso que había sufrido en el instituto.

‒¿Y q-q-que ocurrió después?

–Después… –dijo Patricia con lágrimas en la voz–, después… –volvió a repetir.

Y al instante, escondió con las mangas de su jersey unas muñecas llenas de cortes, de esos que permanecen con el tiempo. No estaba preparada para que el chico que le gusta los viese.

–Después aprendí a valorar la vida, aprendí a ver mis peores defectos, como se fuesen mis mejores virtudes.

Silencio.

–¿Sabes? –dijo Owi–. La normalidad t-t-tan solo es un p-p-punto de vista –le recalcó.

 

EL LEGADO, de Leticia Ortiz.

Patricia estaba llorando, le habían arrebatado sus juguetes sin ningún miramiento. Ella ya no era dueña de sus muñecas, ni de sus peluches, ni de su juego de té.

Acodada en la ventana y taciturna, echó su mirada al patio envuelta en lágrimas para observar a la niña que allí se hallaba rodeada de todos los juguetes expropiados. Se trataba de su hija, que trasteando dichosa y despreocupada los cachivaches de su progenitora, reflejaba la niñez que en Patricia habitó y que no regresaría.

La madre, con sentimientos contradictorios, le lloraba dichosa al amor y afligida a la nostalgia.

 

EL MOTIVO, de Manuel Sepulcre.

Patricia estaba llorando. Quizás por amar al llanto, el rumor del miedo o un te quiero a flor de dudas. Quizás traición, alegría, deseo o locura. Quizás olvidó, anhelo, pérdida o solura.

¿Quizás por esconder una causa, esperando así que cese el efecto? ¿El comienzo de algo? ¿El final de un recorrido? 

Quizás fuese el sabor amargo del espejo al reflejar la verdad: Una carta de despedida en mano, un cuchillo a ras del cuello y la propia muerte revistiendo sus ideas. Puede que todos esos fueran los motivos.

O quizás, desde la esperanza, Patricia llorará por no encontrar sentido a su tristeza.

 

EL SAUCE LLORÓN, de Raquel Zaragoza.

Patricia estaba llorando abrazada al tronco de un árbol que había cerca del río.

Aquel majestuoso árbol la conocía mejor que nadie. Desde que era pequeña acudía a él en busca de refugio; y bajo su sombra, a su abrigo, se desahogaba contándole sus sentimientos más profundos…

El sauce se convirtió en su mejor amigo; el confidente leal y silencioso que estaba siempre dispuesto a escucharla y darle consuelo. Sólo le pedía a cambio: sus lágrimas.

 

EL SECUESTRO, de Natividad Fernández.

Patricia estaba llorando, era un llanto desesperado, incontrolable, solo gritaba y gritaba.

Mamá, papá, han secuestrado a Pipo.

Sus padres corrían sin saber ya donde mirar, habían abierto puertas, escudriñado en todos los huecos y Pipo seguía sin aparecer.

Jonas, el hermano mayor, sentado en un rincón, miraba de reojo todo lo que estaba pasando a su alrededor.

Su padre le preguntó ¿Jonas, has visto tu a Pipo?

Y sin decir una palabra se levantó, fue a su habitación y sacó a Pipo de debajo de la cama.

A ver si Patricia se calla de una vez. ¡Qué pesada es!

 

EL VUELO (I), de Paquita Márquez.

Patricia estaba llorando, pero antes de entrar, seca sus lágrimas y compone una sonrisa, como cada día desde hace dos años.

Ahí está el hijo, pálido y demacrado, en esa aséptica habitación que huele, cada día más, a enfermedad y muerte.

Él le ha dicho varias veces que se rinde, que quiere irse, que le deje volar. Pero ella rompe en llanto, él cede y consiente en someterse a ese nuevo y doloroso tratamiento.

Hoy era él el que estaba llorando, y ella la que se ha rendido y le ha dado permiso al doctor para que le ponga alas…

 

El VUELO (II), de Dolores Ribera.

Patricia estaba llorando de emoción porque el pájaro había levantado el vuelo.

Dos días antes, el vencejo aterrizó en su terraza y en cada pasito dejaba una mancha en el suelo.

Patricia cogió el pájaro y lo observó; le faltaba un dedo en su pata izquierda.

Lo puso en una jaula y cada rato le taponaba con algodón y agua oxigenada el pequeño muñón.

Al tercer día el vencejo se movía alegre por la jaula. Ella lo puso sobre su mano y abrió la ventana.

Entonces, él salió volando en círculos cada vez más grandes hasta perderse en el cielo.

Ella empezó a llorar.

 

HABÍA MUERTO, de Natividad Fernández.

Patricia estaba llorando, en su interior se debatían fuerzas encontradas, amor, rabia, pena, dolor, incomprensión, dejadez y otra vez, pena, mucha pena.

Había pasado la noche con su marido, un marido al que la bebida había destrozado, con el que su sufrimiento, sobre todo en los últimos diez años, superó toda su capacidad de resistencia, la violencia verbal, el maltrato psicológico, la incomprensión, todo había sido un desastre.

Tornar a les notícies