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21 SEP

CONCURSO DE MICROS 23-24 DE ALI I TRUC. QUINCENA I

Aquí tenéis los 27 relatos que empiezan con la frase «En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero», comienzo de la novela "El problema final", de Arturo Pérez-Reverte.

Con esta frase, inicio del libro El problema final, de Arturo Pérez-Reverte, deben comenzar los relatos de esta primera quincena de la tercera temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 27 relatos que, durante los días 22, 23 y 24 de septiembre pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 25 de septiembre en Onda Cero Elche,

 

CLAUDIA

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. La ciudad italiana, con su aire de nobleza venida a menos, alojaba historias en cada callejón adoquinado. En la sombrerería del viejo Signore Baresi, encontré el complemento perfecto: un distinguido sombrero que encubriría mi nostalgia tras su ala ancha. El anciano, de mirada ilustrada y manos trémulas, lo envolvió con celo y, al hacerlo, dejó caer un retrato sepia. En él, una joven con ojos afligidos sostenía un ramillete de violetas. «Es Claudia», musitó el viejo, y en su voz rechinaban décadas de añoranza. En aquella sombrerería, encontré más que estilo; hallé un pedazo de historia perdida.

 

COGIDO DE SU MANO

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero como aquel que tenía el abuelo. Era un Borsalino con poderes mágicos comprado en la vía Roma. Cuando el abuelo se lo quitaba y me lo encasquetaba hasta las orejas, si cogía mi mano, yo era capaz de surcar los cielos a lomos de gacelas voladoras, de atravesar saltando las cumbres nevadas de los Alpes, nadar junto a pequeños colibríes en enormes peceras o cazar elefantes enanos en la selva del jardín.

Cuando al fin me puse aquel Borsalino nuevo, idéntico al del abuelo, lo supe: no era el sombrero, era su mano la que me hacía soñar…

 

COLECCIONISTA

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero, pero no uno cualquiera. Me explico: soy coleccionista y quería conseguir «il vero borsalino di Al Capone», el que se había llevado de Brooklyn un tal Don Curzio, un empresario genovés. Traté de reunirme con él, pero fue imposible, no atendía el teléfono y varias veces me negaron la entrada a su casa.

Soy insistente y tenaz, así que le escribí una carta, ofreciendo una suma importante. Esa misma noche recibí la respuesta: una tarjeta a mi nombre donde estaba escrito:

«Don Curzio Corleone le desea un saludable regreso a su patria».

 

DUPOND

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Volvía así por Madrid y la plaza Colón.

En la esquina con Zurbano se levantaba Dupond, sombrerería hispano-francesa especializada en panamás ecuatorianos (de Quito y pongo).

Cuando sonaron las campanillas de la puerta, monsieur Dupond levantó sus ojillos bajo el bombín, como el bombón de su esposa Fedora los ojazos.

—Bonjour, señor Repérez…

—¿Llegó?

Sin más palabras, Dupond sacó aquel birrete negro zaíno.

Entonces sacó también un revólver del 38 (año y calibre).

La descarga la amortiguaron las paredes. Pero no mi americana.

—El finado —declararían luego (qué finos)— era el juez que mandó a nuestro hijo a la horca.

 

EL DEPÓSITO EN EL ALA DERECHA

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. A mi calvicie prematura se agregaba un conflicto vergonzoso: el viento de mi hogar, travieso y encabritado, disfrutaba robándome las ideas. Sobre todo por las tardes (cuando transitaba colmado de mis mejores ilusiones), el cierzo soplaba sobre la cabeza, birlándomelo todo.

Por suerte en Génova atesoraban la solución perfecta para mí. Un sombrero con depósito de pensamientos en el ala derecha. Desde entonces me lo pongo todas las mañanas. No sé si es que hoy estaba muy melancólico… o soñando con aventuras extraordinarias, pero al revisar el sombrero, lo hallé con la copa absorta y meditabunda. Y con el Ala-triste.

 

EL MAGO DE LAS PALABRAS

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero; necesitaba una chistera para mi número de magia…

Se abrió el telón:

─¡ABRACADABRA!  ─grité─ al tocar el sombrero con mi varita mágica.

Fue inútil, de allí no salía ni el conejo ni la paloma… El público empezaba a incomodarse cuando volví a intentarlo:

─¡ABRACADABRA! ─susurré─ acariciando la chistera con una pluma.

Y surgió la magia de la inspiración: Una bandada de palabras salió revoloteando a mi alrededor. ¡Tenía que darles vida en una historia!…

Cuando terminé de contarles el relato, por primera vez, el público me aplaudió.

Desde aquel día, dejé los escenarios y empecé a escribir cuentos.

 

EL MALETÍN

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero, que sólo lo usé ése fatídico día… Era mí función de improvisación teatral, cuando cesaron las risas y llovieron lágrimas de ácido, dejando cuerpos como espantos en un lienzo, al eclosionar el artificio mafioso. El escalofrío llegó a mi mano al sentir que alguien destrozado me entregó una llave diciendo Hotel Principal y murió. Deje pasar dos meses, para acercarme al hotel y usar la llave. Del interior, una voz femenina escoltada por los guardias del presidente me dijo «Gracias, era un mal amante». Sólo el maletín con dinero calló mis preguntas, y desde hace dos meses ya no trabajo.

 

EL PASTEL DE BODA

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero ¿Absurdo?... ¡Para nada! Es habitual que las miradas vayan directas a lo que llevas en la cabeza, cuando los preparativos de la boda han comenzado, y con ellos, todas las expectativas implícitas en este evento, y no puedo arriesgarme a fallar. El nerviosismo aumenta a medida que las horas pasan y por supuesto, yo con él. Llegado el momento de la verdad, y como dicen por allí «al sacarlo del horno…» ¡TODO SE DERRUMBÓ!

Ella lloraba inconsolable, y yo desesperado salí corriendo, y sobre mí resistente sombrero cargué otro saco de harina, para hornear de nuevo, el pastel de boda.

 

EL SOMBRERO AMARILLO

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Esa era la excusa y curiosamente nadie me lo impidió a pesar de lo estrambótico de mi decisión. El tren me dejó temprano en la estación. Hice tiempo hasta que abrió la Sombrerería Colón. Me decidí por uno de pescador amarillo —el color preferido de Mónica—. Me dirigí a la playa y esperé que anocheciera. Me saqué la ropa excepto el sombrero y comencé a caminar contra las olas, luego nadar frenéticamente para finalmente abandonarme en una paz que creí definitiva.

De no haber sido por aquel barco que descubrió mi sombrero amarillo flotando e intuyó que alguien estaría debajo…

 

EL TALISMÁN

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero de temporada. Había soñado que me traería tanta suerte en el juego que me haría millonario.

Tuve una época fabulosa: Montecarlo, Biarritz, Estoril… Podía permitirme cualquier capricho que se me antojara…

¡Hasta que la fortuna me abandonó! Después de unos años de vida disoluta, las apuestas y el despilfarro terminaron por arruinarme. Perdí a mi mujer y… ¡hasta la cabeza! Lo único que aún conservo es el sombrero.

Ahora lo utilizo para pedir limosnas. Esta mañana, junto con algunas monedas, me han echado un décimo de lotería del número: «1960»

¡¿Y si se cumple mi sueño?!

 

FLASH

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Eso es lo último que recuerdo. Estamos en el año 2142, tengo conectados varios electrodos a mi cerebro, y los mejores neurólogos de NEC (New Elche City) están intentando averiguar qué ocurrió. En las imágenes emitidas por mi cerebro se puede observar como entro a la tienda de sombreros Sombrerini en Génova. El vendedor me ofrece un sombrero nuevo espectacular, gris metalizado. Yo accedo a probármelo y se produce un flash blanco muy potente, como un fogonazo de una luz brillante y ya no hay más…

En la sala un neurólogo me mira, coge el sombrero, se lo prueba… FLASH…

 

GAVIOTAS

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero y lo compré.

Con mi sombrero nuevo, paseé la ciudad y admiré las soberbias esculturas de su cementerio.

Entonces el tiempo era más largo; la vuelta a Barcelona la hice en ferry. No quedaban camarotes y pasé la noche en cubierta, recostado en una silla de lona. Gaviotas, volando en bandada, nos seguían.

Pasado el mar de Liguria nos cruzamos con otro barco, el de ida; se removieron las aguas y el aire; yo miraba apoyado en la barandilla; las gaviotas revolotearon con fuerza y mi sombrero cayó al mar; ellas se lanzaron a por él.

 

HERENCIA

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. No uno cualquiera, no; uno que había visto en la revista Elle y que vendían en exclusiva en una elegantísima sombrerería genovesa. Me lo podía permitir. Hacía unas semanas que me había tocado una quiniela millonaria… Justo a tiempo. Debía darme prisa, porque entre chute y chute, tenía pocos días de aceptable vitalidad. Me lo compraría costara lo que costase y taparía elegantemente la calvicie que me producía la quimio.

Así lo hice.  Y todo fue de perlas. Hoy lo he sacado del baúl. ¡Es precioso! Se lo daré a mi nieta, por si ella quiere taparse la suya…

 

HISTORIA Y AVENTURAS

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Tanto en los mercadillos del puerto como en las refinadas galerías del centro me ofrecieron todo tipo de mercancías, pero no encontré lo que buscaba. Yo tenía mis exigencias, quería algo mágico, único, empapado de historia y aventuras.

Surgido de las sombras, un hombre extraño me sugirió viajar a Meiringer, en Suiza, con tanta seguridad y poder de persuasión que no lo dudé.

Pasé días merodeando por ese fascinante lugar, hasta que, en la vieja tienda de un anticuario, lo hallé: el preciado sombrero que llevaba Sherlock Holmes cuando se precipitó por las cataratas Reichenbach, en encarnizada lucha con Moriarty.

 

HISTORIAS DE LA CALLE

--En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero.

--¿Qué hiciste qué?

--Viajar hasta Génova.

--¿Para comprar… un sombrero?

--Sí.

--¡Ya chocheabas a los treinta!

--¡No! Es que quería conocer Génova y siempre me gustaron los Borsalinos genoveses. Como entonces no existía Amazon…

--¿Te lo compraste?

--¡Claro! Míralo, es ese. Pero cuando volví, mi mujer me echó de casa.

--Pero… ¿tú tenías mujer y casa?

--Sí. Una casita preciosa y una mujer alérgica al fieltro y a las genovesas cariñosas.

--¿Y qué pasó?

--No hagas más preguntas y vamos al bar, que ya tenemos suficientes monedas…

 

LA ELECCIÓN

En junio de 1960 viaje a Génova para comprar un sombrero. Cumplía 18 años, y sabía que necesitaba uno nuevo para diferenciarme. Pero no cualquiera, uno genovés. El viaje fue largo y duro, pero mereció la pena. Entré a la tienda y después de probarme varios escogí uno verde con un ribete plateado y una pluma de ganso detrás. Al salir de allí, en la misma calle principal, un hombre trajeado se paró mirándome fijamente el sombrero.

Necesito a un ayudante - me dijo- ¿le gustaría a usted probar suerte?

Yo no tenía trabajo y así comencé mi andadura en el mundo de los seguros, siendo posteriormente rico a los 30 años.

 

MI MEJOR SOMBRERO

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Todas mis energías estaban centradas en visitar la célebre sombrerería de Lady Marlo.

Ilusionada como una niña, con mi cuerpo diminuto y cabellos pelirrojos, atravesé el regio portal. Mi entrada provocó gran revuelo en los empleados, sin yo saber por qué. Me colmaron de atenciones, me enseñaron, y probaron todo tipo de modelos; mientras me invitaban al mejor champán.

Yo estaba eufórica con aquel recibimiento. Miré al fondo, y vi fotos de gente famosa que habían pasado por allí.

Y por fin lo entendí todo. Me confundieron con Rita Pavone.

 

MIRADAS QUE MATAN

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero para mi madre. Lamentablemente, nunca llegó a estrenarlo. Falleció de muerte súbita; ¡estaba bien un día antes!

Cuando fuimos a llevarle el regalo, nos sorprendió su empeño en contarnos un secreto: «Paolo, sabes que, durante años, estuve sirviendo en el palacio del Marqués de Torralta, ¿verdad?; lo que aún no sabes es que él es tu verdadero padre», confesó emocionada.

─Entonces…, yo soy su nieto. ¡¡Bien!! ─gritó mi hijo.

─No, cariño, ─replicó ella─; pero ese secreto… que lo cuente tu madre.

No hubo explicaciones, solo un intercambio de miradas asesinas…

Durante el funeral de mamá, mi mujer presumió de sombrero.

 

MY WAY (A MI MANERA)

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Yo no era varón que se dejase llevar por modas, así que acudí ataviado con traje y gabardina. Mi idea era adquirir un sombrero tipo fedora, pero entonces recordé lo que decía mi padre: «hijo, con un trilby, Sinatra hace suspirar a todas las mozuelas». Evoqué su sonrisa posando la mano sobre mi hombro y me decanté por el segundo.

Durante mi regreso a España tuve suficiente tiempo como para cavilar que lo ilusionante sería regalarle el sombrero a mi progenitor. Fui hacia su tumba, lo acomodé sobre la lápida y musité: padre, siempre te quedaron mejor que a mí.

 

NEGOCIO FAMILIAR

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. No avisé a mi mujer que todavía dormitaba ni tampoco a mi hija, que estaba despierta estudiando. No llamé a la consulta para decir que no quería más sesiones ni llamé al trabajo para mi dimisión. Desaparecí en silencio dejando una carta en italiano con una vieja leyenda familiar.

Tras unos años encontraron el lugar, un pequeño edificio en ruinas. Algunas fotos todavía decoraban el suelo; un niño pequeño con diferentes sombreros sonreía en cada una de ellas. La niña abrió la mano temblorosa y dejó caer las inertes cenizas.

 

OPORTUNIDADES

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero, a Innsbruck para adquirir una bufanda y a Manchester para mercar una corbata. Ninguna de las prendas tenía nada de especial, pero estaban de rebajas y me ahorré, al cambio, unas buenas pesetas.

 

¿QUÉ VES?

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. No uno de esos tan imponentes que llevan ahora los pilotos a los que sigue toda una comitiva en cuanto tocan tierra. Un sombrero sin pretensiones; para cuando aterrizase en cualquiera de los otros seis planetas, como tenía previsto.

Una vez en el establecimiento, el encargado —¿qué desea?— me abrió la puerta solícito y, al responderle, me señaló el terrario con las boas. Al fondo del zoo, un elefante paseaba parsimonioso.

Sonreí con satisfacción. A la gente adulta, no siempre hay que explicarle todo.

Cogí el fardo con los dos animales y los eché a la saca con el correo.

 

QUINCENAS ENCADENADAS

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Fue en la noche del incendio, al poco de cumplir catorce años. El viaje desde el arcaico extremo occidental resultó agotador, pero debía cumplir con una obligación ineludible: honrar a mi difunto abuelo, al que solo me animaba a mirar por el visor. Y por eso, me decanté por el mejor sombrero de todos: el bacinete de Ricardo von Blume. Dentro había un conejo con las orejas largas y puntiagudas. En su bigote, un viejo candil que ya no funcionaba. Y en su interior…, me hallé a mí mismo engrilletado y soñando con ir a Génova a comprarme un sombrero.

 

TATARATA TA TARÁ

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero como el suyo.

Apenas tenía 20 años cuando le conocí en clase de arqueología en la Universidad Marshall, era el año 1935 y sus enseñanzas eran apasionantes.

Acudí a su despacho a descifrar un jeroglífico egipcio y me habló de su vida fuera de aquel edificio. Desde entonces inventaba cualquier excusa para colarme en ese abarrotado cuarto a escuchar sus inimaginables historias. Disimulaba el agrado que le producía mi presencia, se quitaba la pajarita, se ponía su chupa de cuero marrón y me sonreía de medio lado.

A mis 45 quiero ser como él, el sombrero ya lo tengo, me falta el látigo.

 

UN SOMBRERO DE FIELTRO GRIS

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Recuerdo la luminosidad de aquella tienda que me recomendaron, y recuerdo cuando me lo puse para la boda de mi prima Paulina. Recuerdo muchas cosas de aquella época, y recuerdo que era feliz.

Conservo el sombrero, lo cuidé y el tiempo lo ha tratado bien, pero a veces, mientras lo miro, olvido mi nombre y pierdo la noción del tiempo.

Es triste pensar que las cosas sigan en pie después de tanto tiempo, pero nuestros recuerdos pierdan sus cimientos erosionados por el viento de la vida. Aunque a veces también olvido por qué estoy triste. A veces, simplemente olvido.

 

VIDA NUEVA

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Aunque en un lance de lo más cortazariano, he sido yo el adquirido por el objeto de status. Debido a su confección elegante y delicada, ya no me dejan entrar en los bares de antaño. Peor aún, me veo arrastrado a los más turbios ambientes: teatros, cafés literarios repletos de señoritones. Incluso si escapo al hipódromo, mi nuevo aspecto me impide hacer lo de siempre. Nadie ve al truhan ludópata. Solo al caballero refinado. Mi vida ha mejorado inmensamente, pero por muy bien que cene ahora, anhelo reincidir en un vicio que ya no se me permite: decir la verdad.

 

AVENTURA

En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero. Todos los veranos hacía lo mismo, y mi mujer no lo entendía. Me decía que yo tenía un lío en Génova, que por qué me iba allí a comprar un sombrero, teniendo multitud de tiendas en Turín. Era muy celosa. Pero realmente lo que hacía que yo fuera el mejor vendedor de Turín era precisamente que me compraba el sombrero en Génova, prenda indispensable para calificar a un vendedor de sombreros. Necesitaba el más exclusivo. Y fue aquel día, al entrar en la tienda, observar a la nueva y bella vendedora, cuando mi mujer al fin comenzó a tener razón

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