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04 ENE

CONCURSO DE MICROS 23-24 DE ALI I TRUC. QUINCENA VII

Aquí tenéis los 23 relatos que empiezan con la frase «―¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?», comienzo de la novela "Las bragas al sol", de Regina Rodríguez Sirvent.

Con esta frase, inicio del libro Las bragas al sol, de Regina Rodríguez Sirvent, deben comenzar los relatos de esta séptima quincena de la tercera temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de  relatos (ordenados alfabéticamente a partir del primero recibido) que, durante los días 5, 6 y  de enero pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 8 de enero en Onda Cero Elche.

 

LA PEOR DEBILIDAD DE TODAS, de Felipe Tenenbaum.

¿Y cómo supiste que querías ser depiladora? preguntó el héroe bíblico, reclinado sobre un pequeño camastro. La fuerza de sus músculos, solo comparable a su elocuencia. Su lengua, más filosa que las armas…

Hace poco, cariño… repuso Dalila mientras le remojaba los cabellos en el cuenco de un aljibe. Entonces…, tu punto débil es… ¿tu cabellera?

Sí, amor. Sin ella, mi mayor virtud se vuelve lánguida y extenuada.

Cuando, al día siguiente, un Sansón calvo destrozó la conjura de los filisteos de un manotazo, la jovencita del valle de Soreq, lo encaró, furiosa: «¡me has mentido!».

Yo no mentir. Músculos, dar fuerza. Cabellos, elocuencia, mi mejor arma.

 

LEVANTANDO EL VUELO, de Mª Rosario Buades.

¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

Le preguntó Sofía a Marta. Se habían educado en la misma escuela. La familia de Marta no la había impulsado emocionalmente, siempre criticada, culpada, ignorada, había sido el chivo expiatorio de todos, sus hermanos tenían buenas carreras. En la adolescencia se rompió, mostraba una conducta rebelde, dejó el bachillerato, comenzó a comer compulsivamente. Ahora, con 42 años, soltera, sola, decidió dedicarse a la belleza, siempre le había llamado la atención los gabinetes de belleza y quería resetearse e intentarlo. Marta contestó: «Me he matriculado en un ciclo formativo de estética, tengo de nuevo ilusión, ¡voy a por ello!»

 

MELANCOLÍA, de Mª Rosario Buades.

¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

Preguntó Marco a Leticia al verla en la librería Ali i Truc d'Elx. Ella quiso contestar, pero no podía, los sentimientos llegaron a flor de piel. Su inquietud por los libros les había reencontrado. Ella, absorta, le miró con la ilusión del encuentro, con nostalgia y tristeza por lo no vivido, se había sentido muy sola. Él se había marchado, sin palabras. Ella había dejado la abogacía y la cercanía familiar por él. Su hija nació días después, ya tenía ocho años. Siguió con su vida, gracias a un trabajo en el gabinete de estética de su mejor amiga.

 

MUCHO MEJOR, de Paquita Márquez.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—¡Por narices!

—¿Cómo por narices?

—Sí, por narices. Tú sabes a qué me dedicaba cuando llegué al país, ¿no? No me quedó otra. Pero me horrorizaban esas narices de fosas peludas con mocos resecos, que se empeñaban en rozar las partes más sensibles de mi cuerpo. No lo podía soportar. Con tacto y sonrisa adorable, les proponía eliminar esa pelambrera para que disfrutaran más y mejor de mis aromas corporales. Fue todo un acierto. ¡Ahora vivo de eso! Me he especializado en narices y orejas. ¡Y cómo disfruto cuando se les caen las lágrimas…!

 

POR LOS PELOS, de Mariam Vicente.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—Yo realmente escribía artículos sobre personajillos de medio pelo, esos que hablan sin pelos en la lengua en las tertulias televisivas pero no dicen nada.

Y me di cuenta de que escribiendo sobre ellos con pelos y señales iban perdiendo cabellos pero ganaban sabiduría.

Amparada en el anonimato de las redes comencé a publicar a contrapelo, y cuanto más escribía, más rápido depilaba. Algunos se tiraban de los pocos pelos que les quedaban, otros se retiraban.

Hasta que los que participaban en los debates no tenían ni un pelo de tontos, y a todos nos vino al pelo esa transformación.

 

PURO ARTE, de Raquel Zaragoza.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora? —preguntó el actor, pensando que le practicaba una depilación completa.

—¿Depiladora? No, no. Yo cultivo el arte de la ceroplástica —le contesté—, mientras le cubría la cara con cera caliente.

—¿Por qué lo haces? —fueron sus últimas palabras…

—Lo hago porque yo también soy artista —respondí orgullosa.

Días después, el espeluznante personaje de Annibal Lecter ya formaba parte de la exposición del Horror Wax Museum.

Los críticos me felicitaron por el gran realismo de la figura.

 

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS, de Mª Rosario Buades.

¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

La pregunta de Alberto inquietó mucho a Alejandra, no estaba acostumbrada a que los clientes le plantearan cuestiones personales. Alberto era la segunda vez que acudía a depilarse, el pequeño y suave roce de sus manos, había sido suficiente como para hacerle estremecer, echaba tanto de menos esas sensaciones, su matrimonio no pasaba por el mejor momento. Necesitaba sentir el apego, el vínculo carnal, el roce de piel con piel...

 

TRAUMAS INNECESARIOS, de Leticia Ortiz.

-¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

-Odio el pelo, no soporto el pelo, me da grima el hecho de pronunciar esa palabra. Hasta hace dos años el pelaje de los cuatro gatos persas de mi progenitora flotaba en suspensión acosando a mis delicadas fosas nasales y haciéndome estornudar hasta la extenuación. Mi madre falleció y desde entonces comencé una batalla sin descanso contra todo aquel vello innecesario, incluido el humano. Yo soy absolutamente calva por elección, ¡y con mucho orgullo! Ahora convivo con cuatro gatos egipcios que se llaman Palo, Pilo, Polo...

-¿Y Pelo?

-No, el último se llama Zacarías.

 

UN ACTO NEGLIGENTE, de Marcelo Celave.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—Siendo niña, recuerdo que en las afueras del pueblo me encontré un gatito con preciosa melena en la cabeza. Yo me lo apropié y como llamaba la atención decidí rasurársela. Él se relajaba. Empecé con tijera, luego pasé a maquinita eléctrica y con el tiempo usé cremas depilatorias para sacarle pelo a pelo. Ahí noté que se estresaba. Tan nervioso se puso un día que en plena faena depilatoria saltó enloquecido y mordió fatalmente a abuelita en la yugular. Me condenaron por ¡Homicidio Culposo! ¿Cómo iba a saber yo que aquel gatito era un cachorro de león escapado del circo?

 

VOCACIÓN SOBREVENIDA, de Marcelo Celave.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—Bueno… depilador; y querer lo que se dice querer… Fue una oportunidad que me surgió y en aquellos tiempos conseguir trabajo un joven de veinte años sin estudios era casi imposible te diría… Recuerdo que el jefe me explicó en qué consistía el trabajo: -debes preparar a las damas previo a la depilación: primero un ungüento hidratante por las zonas íntimas, luego una crema vitamínica y un masaje estimulante con aceites aromáticos. Finalmente con un algodón untado en cremas exfoliantes les masajeas suavemente las aureolas de los pezones… Yo le dije: -está bien, está bien, ¿cuándo empiezo? Y hasta hoy.

 

A CONTRAPELO, de Raquel Zaragoza.

─¿Y cómo supiste que querías ser depiladora? ─me preguntó mi vecina, sin cortarse un pelo─. Así que yo también le contesté sin pelos en la lengua:

─Pues verás, te lo contaré con pelos y señales: Al principio, estuve a un pelo de dejarlo para hacerme peluquera. Ya sabes: donde hay pelo, hay alegría; pero enseguida desistí porque no tengo ni un pelo de tonta; y esta profesión me abre muchas puertas: salones de belleza, gimnasios, prostíbulos…

─¡¿Qué trabajas en prostíbulos?! ¿¡Me tomas el pelo!? ─exclamó con los pelos de punta.

─¡Claro que sí! Allí es donde conocí a tu marido. ¿No te lo ha contado nunca?

 

ACTO REFLEJO, de Felipe Tenenbaum.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—Desde pequeña siempre soñé con esto. Aunque no fuera fácil. La matrícula de la carrera estaba por las nubes. Y todas mis compañeras eran niñas ricas que olían a Eau de París y se lavaban los dientes con caviar. Nosotros, en cambio, teníamos goteras. Me aficioné a visitar el cementerio de madrugada con un hacha sobre el hombro. Forzaba las tumbas y ZAZ, arrancaba de cuajo una pierna, hundiendo el filo sobre las rodillas. Luego, practicaba a la luz de la luna. Al final, me volví una experta y tuvieron que darme el título.

¡ZAZ!

—¡Ups! Perdón. Es la costumbre.

 

CALAMBUR, de Paquita Márquez.

—… ¿Y cómo supiste que querías ser depiladora, jovencita mía? ¿Qué me vas a depilar, cariño?

—¡Deje en paz esa manita y ajústese el sonotone, don Antonio! ¡Yo no quiero ser depiladora! Me ha preguntado cómo me llamo y le he dicho que soy de pila, Dora. ¡Vamos, que me llamo Dora! ¡Y soy la enfermera, no su jovencita, ni su cariño! ¡Y desde luego que no voy a depilarle nada, más bien lo que haré será meterle un par de agujas para las vías! ¡Conque esa mano quietecita, don Antonio!

 

CONVERSACIÓN, de Margarita González

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—No lo vas a creer. Yo deseaba probar mi nuevo aparato de televisión y elegí una peli que habíamos visto varias veces con el mismo soporte. Cuando lo estaba colocando en el puerto noté como un freno, lo intenté de nuevo y no, no entraba. El pen drive emitió un quejido y me dijo que se sentía sucio. Sorprendida, encendí todas las luces y lo miré bien. Tenía enredado un pelito sedoso, de color gris-metal de más de un centímetro de largo. Me costó extraerlo con unas pinzas. Ahí lo supe.

 

CURRICULUM VITAE, de Raquel Zaragoza.

«¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?», me preguntó la directora de recursos humanos del salón de estética. Luego, añadió que no entendía por qué trabajaba allí; no era lógico teniendo la licenciatura de psicología, además de ser escritora.

Le contesté que después de tantos años de experiencia, para mis clientas soy una «psicodepiladora». Cuando me conocen, la camilla del gabinete se convierte en el diván de una consulta terapéutica; allí se desahogan contándome sus problemas. Y, mientras les quito el bello que les sobra, también las libero de alguna que otra zozobra.

A cambio…, ellas me inspiran nuevos relatos, con sus historias.

 

DONDE LAS DAN… LAS TOMAN, de Paquita Márquez.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—Pues de pequeña tuve que aguantar muchas humillaciones de mis compañeros de colegio porque era bajita, gorda y con gafas. En los recreos me acorralaban y hasta me quitaban el bocata argumentando que ya estaba demasiado gorda. Incluso llegaron a exigirme lo que debía llevar de almuerzo si no quería que mis gafas o mis ropas, ¡o mis huesos!, sufrieran un accidente.

Ahora he crecido, soy alta, delgada, guapa, me operé la vista y he cambiado de nombre. Nadie me reconoce. Y por fin he encontrado la manera de vengarme…

 

EL NOVIO, de Natividad Fernández.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

—Vaya preguntita, te diría que a ti que te importa, pero bueno te voy a contestar:

Fue por mi novio, él es árabe y ya sabes que a los árabes no les gusta que la mujer que les acompaña tenga ni un solo pelo en el cuerpo.

Así que con la pasta que me gastaba en el salón de belleza todas las semanas, decidí que me saldría mucho más barato comprarme el instrumental para depilarme yo misma. Hay zonas un poco complicadas, pero...al final todo se aprende.

Y ya ves, hoy es mi profesión.

 

EN LA TRIBU, de Natividad Fernández.

—¡Y como supiste que querías ser depiladora?

—Pues que quieres que te diga, me empujaron las circunstancias, en la tribu todo el mundo iba con unos pelajos en todo el cuerpo que daban miedo. ¡qué asco! Yo cuando me miraba en el rio y el agua cristalina me devolvía esa imagen de chimpancé me daba por pensar en una solución.

Y la encontré, cogí unas lascas de piedra, las pulí hasta dejarlas con un filo cortante y poco a poco, pasándome esa lasca por el cuerpo los pelos fueron desapareciendo. Me sentí preciosa.

A partir de ese día me hice depiladora.

 

EXPERIENCIA, de Américo Fojo

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora? —le pregunté, con la intención de conversar un poco, ya que preveía que la cosa iba para largo.

—Cuando murió mi padre, tenía que buscarme un trabajo del que pudiera vivir, igual que mi hermano. Cada uno por su lado: el Viti se fue para las cuevas, a palmear bulerías, sigue allí y hasta se casó con la bailarina gitana, la hija del dueño del tablao…

—¿Pero, por qué precisamente depiladora?

—Bueno, es que yo tenía algo de experiencia en esto… nuestra madre fue la mujer barbuda del Circo Andaluz…

 

LA ESENCIA DE LAS COSAS, de Felipe Tenenbaum.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora? —preguntó Anna, entre melosa y coqueta. Aguantando apenas las cosquillas sobre sus muslos. Dejando temblar de gozo las páginas de la novela entre sus dedos.

—Se me da bien expurgar los excedentes, llegar a la esencia universal de las cosas —respondió Gertrudis mientras esparcía una mezcla de zumo de limón y papaya por los tobillos de Anna, las entrepiernas. Subiendo gradualmente. La vejez tan pegada a sus huesos, que la venerable anciana soñaba que se la arrancaran de un tirón. Luego, la decepción. ¡Ouch! Seguía igual. Eso sí, la novela entre sus manos, se había convertido en un perfecto microrrelato.

 

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE… DEPILADORA, de Lola Obrero

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora? Es algo sumamente importante. No se puede ser algo sin saber que se quiere serlo. Y tú lo has sabido ¿no? ¡Ahhhh!

—¿El qué? —preguntó la rubia de bote al tiempo que arrancaba de un tirón un gran trozo de cera tibia a su clienta.

—Pues eso, mujer. Depiladora.  Porque no es lo mismo ser una cosa que otra. Llamarse de una u otra manera. Ser… peluquera no es lo mismo que ser estilista. Que en esto de la estética hay grados…  hay que saber utilizar las palabras adecuadas.

—Lo supe. Me crie entre la cera de abejas.

 

LA LECCIÓN, de Ana Martín.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora? —le pregunté mientras calentaba la cera.

—En mi país yo era profesora de antropología.

Sin esperar a mi reacción, comenzó a hablarme del interés de esta disciplina por el valor simbólico del vello. En Europa se creía que los poderes diabólicos de brujas y hechiceros habitaban en su pelo. Por eso, se sometía a los sospechosos de herejía a una depilación total, esperando así arrebatarles sus poderes y que finalmente confesaran su culpa.

Me puse deprisa el pantalón, le di las gracias a esta fascinante mujer y le pagué la lección. Ya sabía yo que la depilación es una tortura.

 

LA OPERACIÓN, de Ana Martín.

—¿Y cómo supiste que querías ser depiladora?

La miró con ojos desorbitados, como si no conociera el lenguaje que le acaba de proferir.

—Contéstame —insistió con contundencia—. ¿Cómo supiste que querías ser depiladora?

Las lágrimas estaban empezando a mojarle la chaqueta.

—Mi tía me enseñó y comencé a practicar con las vecinas y amigas.

—Lo estás haciendo muy bien, cuéntame más.

—Con mi primer sueldo invité a toda mi familia a comer —la voz se extinguía a pesar del enorme esfuerzo.

—Acuérdate de ese día, cuéntame lo bien que lo pasasteis y lo orgullosa que estabas.

En aquel hospital de campaña las palabras eran la anestesia.

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