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24 MAR

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA XIV (2 de 2)

Aquí tenéis los 39 relatos que empiezan con la frase «Al poco de cumplir catorce años», comienzo de la novela "Punki", de Juarma.

VIENE DE AQUÍ

 

EL TONTO INMORTAL

Al poco de cumplir catorce años, ya lo llamaban el «tonto del pueblo». Era invierno. Una gruesa película de nieve radiografiaba los intersticios del barrio. Algunos niños se arrojaban bolas congeladas. Él, besaba un poste helado…

Años después, ya en su vejez, se le apareció la parca. ¡Zaz! Tendríais que haberla visto. Tironeando del bobalicón con una mano huesuda y de su guadaña con la otra. Nada. Su lengua se había adherido como al poste. Desde entonces, siguieron a lo suyo. La parca, sesgando almas. Y el tonto, colgando de su guadaña con la lengua afuera, observando en esa extraña pose, el fin de los tiempos.

 

EL TURUTA

Al poco de cumplir catorce años como cornetín de cuartel, el cabo primero obtuvo respuesta a su solicitud de permanencia en el Ejército. Obviando las formalidades propias de este tipo de escritos, el núcleo del mensaje ministerial decía:

NOTIFICACIÓN OFICIAL. Para que conste y surta los efectos oportunos se le comunica que, habiendo finalizado su séptimo período bienal de reenganche, ha agotado Vd. el cupo de renovaciones posibles en las Fuerzas Armadas.

Petición desestimada.

Aún sin terminar de verlo claro, el bueno de Armando Bulla entendió que debería coger el portante e irse con la música a otra parte.

 

ESTULTICIA ADOLESCENTE

Al poco de cumplir catorce años los tres amigos idearon competir por ver quién aguantaba más tiempo sobre las vías del tren. Ganó Javito. Así consta en su lápida.

 

EXCEPCIONES A LA REGLA

Al poco de cumplir catorce años pude experimentar que eso de que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos no siempre se cumple. Me encontraba en el patio del instituto con mi amigo Nacho y este se dirigió hacia Lenita, la pelirroja que nos llevaba locos a todo el curso y que estaba en la otra punta, para invitarla al cine. En un momento le mandé un whatsapp con la misma proposición. Al instante recibí su respuesta afirmativa. Nacho aún no había llegado.

 

FANTASMA

Al poco de cumplir catorce años desapareció el fantasma. Llevaba cinco años visitándome por las noches aunque la puerta y la ventana de mi habitación permanecían cerradas. Me disgustaban sus visitas porque me sobaba, me llenaba de besos húmedos y me hacía cosas que a veces me dolían. Hasta aquella noche, que se abrió la puerta de mi cuarto y el fantasma, que estaba sobre mí, gritó de modo terrible antes de que me desmayara. Al día siguiente, vi la foto de mi madre en la tele con un rótulo: «Apuñala a su pareja...». No vi más porque mi abuela la apagó.

 

HORIZONTE

Al poco de cumplir catorce años estalló la guerra, sin piedad, sin sentido, como todas las guerras imagino, pero ésta más atroz, ésta era la mía.

Mandaron a Padre al frente para desconsuelo de Madre que quedó al mando de la casa, de mí y de mis hermanas.

Estaba yo en esa edad en la que quería ser hombre, ayudaba sin descanso en el hospital en el que trabajaba mi madre, pero era niño y lloraba por las noches atemorizado por los bombardeos.

El martes, con valentía impresa en su rostro Madre nos dijo: allí la vida será más fácil.

Subimos a la patera.

 

JULIA

Al poco de cumplir catorce años, en segundo de la ESO, llegó al curso una nueva alumna. Era de origen turco-judío, de tez mate y ojos profundos y negros. Nadie le habló, pero yo me acerque a convidarle mis golosinas.

Descubrimos que vivíamos a pocas manzanas de distancia y enseguida nos hicimos inseparables. Visitar su casa me entusiasmaba y compartíamos juntas el alborozo de deshojar las rosas, para que su madre preparara el famoso dulce de sabor celestial.

Aún somos amigas y siempre conté con su apoyo y buenos consejos. Lamento que aquellas compañeras no apreciaran el inmenso valor de este ser luminoso.

 

KEVIN

Al poco de cumplir catorce años, Kevin optó por marcar el punto final de su historia.

El infeliz adolescente era un libro abierto, pero, en su entorno nadie sabía leer.

 

LA ADOLESCENCIA, AQUELLA ÉPOCA DE DECISIONES PRECIPITADAS E INCONGRUENTES

Al poco de cumplir catorce años, era un pringao que no pillaba una en el insti. Ni las cosas fáciles ni las chungas. Lo que yo quería era dejarlo todo e irme a currar. Iba tan de culo y tan empanado que ni siquiera me daba cuenta de que Paquita estaba por mí. La verdad es que a mí me molaba mazo también pero no me animaba a tirarle fichas (por muy colado que estuviera por ella). Finalmente, la profe de Lengua me dio tanto la brasa con el examen de léxico juvenil que abandoné el insti en cero coma. Total, no aprobaría ni de coña.

 

LA HUIDA

Al poco de cumplir catorce años escapé de casa. Tenía prohibido cualquier cosa cuando él estaba. Si hacía ruido, salía vociferando y pronunciaba improperios, la mano cargada con un cinturón, diciéndome que él no estaba allí para que le quitara el sueño con mis gritos y que ‒como él me había dado la vida‒ tenía derecho a arrebatármela a correazos. Permanecí en calma, taciturno, aterrorizado. No respiraba, no me vestía, no vivía por miedo a despertarlo. Cuando dejé abierta la llave del gas de la cocina, cerré la puerta despacio y salí a la calle. Entonces descubrí el verdadero sentido de no volver la vista atrás.

 

LA MORERA

Al poco de cumplir catorce años descubrí la Morera. Siempre estuvo allí, aunque no fuera consciente antes. En su tronco grabé mis iniciales, añadiendo posteriormente las de mi novia, dibujando un corazón englobándolas. A mis veinte años aquél árbol fue mi consuelo al romperse la relación, que en teoría iba a ser eterna. Tiempo después, para distraerme, con sus hojas alimentó a mis gusanos de seda. Y, por si fuera poco, hizo terapia conmigo, acompañándome en silencio con sus lágrimas de savia cuando mis abuelos fallecieron… Este es mi pequeño homenaje para con ella.

Gracias por siempre.

 

LA REGLA

Al poco de cumplir catorce años, me vino la regla. Estaba vistiendo a mi muñeca y sentí que algo caliente se escurría entre mis piernas.

Madre, de pasada, me había dicho que un día dejaría de ser niña para convertirme en mujer.

¿Y que era aquello de convertirme en mujer?

Cuando miré mi falda cubierta de sangre, me entró un ataque de pánico que me hizo ponerme a gritar como una loca.

Madre vino corriendo y al ver mi estado solo dijo «Ya eres mujer».

A principios del siglo XX, toda la información que teníamos era la sangre manchando nuestra ropa.

 

LA SOCIEDAD

Al poco de cumplir catorce años llegó mi primer día en el instituto. La vida para mí era maravillosa, sin nada que temer ni de qué preocuparme. En el recreo unos chicos me miraron y se rieron de mí. Yo no sabía por qué. Posteriormente en clase escuchaba cuchichear a mis compañeros, echándome miradas de reojo. Pregunté a mi amigo y me dijo que probablemente se rieran por mis vestiduras.

‒Llevas bermudas de flores, calcetines blancos y zapatos negros ‒me dijo.

Al día siguiente cambié mi estilo. Nadie se rio de mí.

Comencé a darme cuenta de cómo nos condiciona la sociedad.

 

LAS MALAS COMPAÑÍAS

Al poco de cumplir catorce años, entré en una fase de rebeldía. Dejé de asistir a los campeonatos de Ajedrez para niños prodigios. También a las exhibiciones de papiroflexia para jóvenes talentos y a los torneos de cubo de Rubik. Mis padres no daban crédito. Estaba echando por la borda tres lucrativas carreras en las que despuntaba como el mejor de mi generación. Y aunque no lo decían en voz alta, pronto llegaron a un veredicto: la mala influencia era Gertrudis. Efectivamente, fue mi novia la que me inició en el peor de los vicios (uno que envenenaba todas mis saludables aficiones). La poesía.

 

LUZ

Al poco de cumplir catorce años mis padres me regalaron el traslado a otra ciudad. Todo quedaba atrás por un nuevo trabajo. Nuevo barrio. Nueva casa. Nuevo insti. Nuevos profes. ¡Y nuevo grupo de amigos! Para una aventurera como yo sonaba a nuevos y maravillosos retos cotidianos. ¡Y una mierda!

A mi edad, ser la nueva es una putada. Ganarse la confianza de muchos mientras te esfuerzas en no perder la tuya. Disfrutar de fantásticos planes caseros con tus padres y tu perro. Qué larga va a ser la espera hasta la uni. Hasta que, sin saber cómo, vuelves a tener amigos y una nueva vida.

 

MI ABUELO

Al poco de cumplir catorce años, murió mi abuelo.

Mis padres vinieron a decirme que no estuviera triste, que Dios le había llamado a su lado y que el abuelo estaría feliz en el cielo.

¿Por qué me mintieron? ¿Qué falta le hacía a Dios mi abuelo? y eso de que era feliz, ¡me rio yo!

El día anterior habíamos estado pescando anguilas en la Albufera, pescamos una enorme, entonces me comí a besos a ese hombre que era mi apoyo.

Mi abuelo era feliz, conmigo, con su barca con su barraca y no, con ese Dios egoísta que se lo ha llevado.

 

MIRADA

Al poco de cumplir los catorce años descubrí una mañana en el instituto, que una llamada telefónica tiene el poder de descolocarte en la vida. Era muy joven y feliz para valorar que significaba la muerte de un ser querido, esa mañana conocí por primera vez el trago amargo de perder para siempre, en el infinito de las estrellas a una persona. Sí era ella, su mirada era clara y sosegada, sus manos redonditas de tanto cocinar y su alma limpia de tantas plegarias a Dios. Sus silencios observativos la definían. Mi abuela sabía de mi gran amor por ella.

 

NO ECHAR MONEDAS AL AGUA

Al poco de cumplir catorce años del aniversario de lo de Lis, volvió al estanque. Seguía corcovado el cartel: «No echar monedas al agua». El día que Lis no regresó a casa se terminaron sus visitas al estanque. Lis echó la moneda y el estanque la engulló, eso le dijeron. Unas semanas más tarde su padre dejó de aparecer por casa. No tiene otro recuerdo de la infancia que la llantina y el ruido del bote de pastillas de su madre. Cinco años tenía. Delante del agua estaba, inamovible como mantequilla. Tiró una moneda, luego otra, nada pasó. Movió el viento un manojo de claveles secos.

 

OJOS CERRADOS

Al poco de cumplir catorce años…, la forzaron a casarse.

Yo la conocí en la iglesia, el día de su boda. Indira era una adolescente menuda, parecía una niña de primera comunión. Ante el altar, temblorosa, buscó consuelo a su alrededor; pero hasta su madre le esquivó la mirada. Indira se quedó esperando a que alguien abriera los ojos, a que alguien gritara: ¡Basta!

No volví a verla hasta pasados nueve meses y un parto. Cuando llegué, sus manitas ya no temblaban… cerré sus ojos y, yo que había cerrado los míos cuando bendije aquel aberrante matrimonio, colgué mis hábitos después de darle la extremaunción.

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