Blog

24 MAR

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA XIV (2 de 2)

Aquí tenéis los 39 relatos que empiezan con la frase «Al poco de cumplir catorce años», comienzo de la novela "Punki", de Juarma.

VIENE DE AQUÍ

 

NO ECHAR MONEDAS AL AGUA, de Edgar Pascual.

Al poco de cumplir catorce años del aniversario de lo de Lis, volvió al estanque. Seguía corcovado el cartel: «No echar monedas al agua». El día que Lis no regresó a casa se terminaron sus visitas al estanque. Lis echó la moneda y el estanque la engulló, eso le dijeron. Unas semanas más tarde su padre dejó de aparecer por casa. No tiene otro recuerdo de la infancia que la llantina y el ruido del bote de pastillas de su madre. Cinco años tenía. Delante del agua estaba, inamovible como mantequilla. Tiró una moneda, luego otra, nada pasó. Movió el viento un manojo de claveles secos.

 

SIGO PERDIENDO, de Andrea Aguillarena.

Al poco de cumplir catorce años me di cuenta de que el internet en casa siempre dejaba de funcionar a final de mes. Mi madre había tratado de ocultarlo, pero siempre aparecía el silencio incómodo que denota la vergüenza. Dejé de preguntar, aunque no por vergüenza, ya que planeaba con abrazarla y decir algo que le hiciera sentir mejor. La intención estaba ahí, y a veces se asomaba tímida, como cuando asomas la cabecita al intentar cruzar la calle por donde no debes. Pero se quedó en eso, ya que aún sigo buscando por donde cruzar la calle para conseguir ese abrazo.

 

BILOCACIÓN, de Edgar Pascual.

Al poco de cumplir catorce años recordé que ya había cumplido catorce años otra vez. A los días le sucedieron flashes confusos. Iba a un parque de atracciones, por primera vez, y recordaba haber estado; adoptamos un perrito de la perrera y lo rememoraba, incluso evocaba reminiscencias haciéndose mayor. La paramnesia se tornó constante, todo lo sentía ya vivido. El éxtasis de la primera vez fue apagándose, nada despertaba en mí sobresalto. Vivía en diferido. Así que decidí hacer cosas que nunca podría haber hecho. Apuñalé a mi padre. Su cara mirándome era repetida. ¡Qué tranquilidad brinda algo no hecho por primera vez!

 

LA HUIDA, de Roberto Hurtado.

Al poco de cumplir catorce años escapé de casa. Tenía prohibido cualquier cosa cuando él estaba. Si hacía ruido, salía vociferando y pronunciaba improperios, la mano cargada con un cinturón, diciéndome que él no estaba allí para que le quitara el sueño con mis gritos y que ‒como él me había dado la vida‒ tenía derecho a arrebatármela a correazos. Permanecí en calma, taciturno, aterrorizado. No respiraba, no me vestía, no vivía por miedo a despertarlo. Cuando dejé abierta la llave del gas de la cocina, cerré la puerta despacio y salí a la calle. Entonces descubrí el verdadero sentido de no volver la vista atrás.

 

LUZ, de José Manuel del Río.

Al poco de cumplir catorce años mis padres me regalaron el traslado a otra ciudad. Todo quedaba atrás por un nuevo trabajo. Nuevo barrio. Nueva casa. Nuevo insti. Nuevos profes. ¡Y nuevo grupo de amigos! Para una aventurera como yo sonaba a nuevos y maravillosos retos cotidianos. ¡Y una mierda!

A mi edad, ser la nueva es una putada. Ganarse la confianza de muchos mientras te esfuerzas en no perder la tuya. Disfrutar de fantásticos planes caseros con tus padres y tu perro. Qué larga va a ser la espera hasta la uni. Hasta que, sin saber cómo, vuelves a tener amigos y una nueva vida.

 

EL TONTO INMORTAL, de Felipe Tenenbaum.

Al poco de cumplir catorce años, ya lo llamaban el «tonto del pueblo». Era invierno. Una gruesa película de nieve radiografiaba los intersticios del barrio. Algunos niños se arrojaban bolas congeladas. Él, besaba un poste helado…

Años después, ya en su vejez, se le apareció la parca. ¡Zaz! Tendríais que haberla visto. Tironeando del bobalicón con una mano huesuda y de su guadaña con la otra. Nada. Su lengua se había adherido como al poste. Desde entonces, siguieron a lo suyo. La parca, sesgando almas. Y el tonto, colgando de su guadaña con la lengua afuera, observando en esa extraña pose, el fin de los tiempos.

 

EL FINAL, de América Martín.

Al poco de cumplir catorce años mis ojos se cerraban con una sonrisa en los labios y miles de gritos a mi alrededor. Esa mañana desperté más temprano. Las sirenas no paraban de sonar y el llanto de mi hermanita se había ahogado de tanta hambre. Ella duerme plácidamente porque mantengo el fuego con restos de cartón. Hace una semana que mi madre no regresó de buscarle la leche y ahora las tropas nos tienen acorralados en esta montaña de escombros esperando no sé qué… Balbuceando mi nombre, mi hermanita se acerca. La tomo en mis brazos y ¡sonríe! solo un poco antes del zumbido mortal.

 

EL INFIERNO, de Natividad Fernández.

Al poco de cumplir catorce años, vinieron a buscarme. Unos hombres se encararon con mis abuelos y les exigieron mi presencia en las filas republicanas para defender mi país.

Me dieron un petate con una manta, una cantimplora, un casco y me informaron que me entrenarían para disparar contra los enemigos de la Patria.

No puedo describir el miedo, no puedo cuantificarlo, sé que era mucho porque me oriné en los pantalones.

El resto fue el infierno. El frío, la desolación, las pesadillas y los muertos, muertos por todos lados. Fue la batalla del Ebro.

Creo que nos llamaron «La quinta del biberón».

 

EXCEPCIONES A LA REGLA, de Rafa Olivares.

Al poco de cumplir catorce años pude experimentar que eso de que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos no siempre se cumple. Me encontraba en el patio del instituto con mi amigo Nacho y este se dirigió hacia Lenita, la pelirroja que nos llevaba locos a todo el curso y que estaba en la otra punta, para invitarla al cine. En un momento le mandé un whatsapp con la misma proposición. Al instante recibí su respuesta afirmativa. Nacho aún no había llegado.

 

JULIA, de Silvia Espina.

Al poco de cumplir catorce años, en segundo de la ESO, llegó al curso una nueva alumna. Era de origen turco-judío, de tez mate y ojos profundos y negros. Nadie le habló, pero yo me acerque a convidarle mis golosinas.

Descubrimos que vivíamos a pocas manzanas de distancia y enseguida nos hicimos inseparables. Visitar su casa me entusiasmaba y compartíamos juntas el alborozo de deshojar las rosas, para que su madre preparara el famoso dulce de sabor celestial.

Aún somos amigas y siempre conté con su apoyo y buenos consejos. Lamento que aquellas compañeras no apreciaran el inmenso valor de este ser luminoso.

 

MIRADA, de Ángela Sempere.

Al poco de cumplir los catorce años descubrí una mañana en el instituto, que una llamada telefónica tiene el poder de descolocarte en la vida. Era muy joven y feliz para valorar que significaba la muerte de un ser querido, esa mañana conocí por primera vez el trago amargo de perder para siempre, en el infinito de las estrellas a una persona. Sí era ella, su mirada era clara y sosegada, sus manos redonditas de tanto cocinar y su alma limpia de tantas plegarias a Dios. Sus silencios observativos la definían. Mi abuela sabía de mi gran amor por ella.

 

BRUNILDA Y SIGFRIDO, de Francisco Ramírez.

Al poco de cumplir catorce años de escarceos amorosos, Brunilda le sugirió tímidamente a Sigfrido que quizás deberían ir pensando en formalizar su relación el próximo lustro.

Él no dijo nada... Aunque cortejaba a la valquiria, en las runas estaba escrito que su esposa sería otra.

 

PROMESA, de Edgar Pascual.

Al poco de cumplir catorce años alejada del alcohol estuve a punto de recaer. Sentada en la silla miraba la ficha que me dieron en Alcohólicos Anónimos. Dando vueltas a la ficha y los recuerdos. ¿Qué sentido tiene seguir si mi hija no quiere saber nada de mí? La fuerza de voluntad sucumbió a los pasos que me condujeron a la tienda. Regresé a la habitación sin saludar a los compañeros de piso. Abrí una cerveza, el líquido ámbar se extendió por la superficie circular formando un enorme anillo nupcial. Quizá nunca lo sepas, pero la promesa que te hice venció al peso de tu silencio.

 

KEVIN, de Raquel Zaragoza.

Al poco de cumplir catorce años, Kevin optó por marcar el punto final de su historia.

El infeliz adolescente era un libro abierto, pero, en su entorno nadie sabía leer.

 

HORIZONTE, de Ana Montesinos.

Al poco de cumplir catorce años estalló la guerra, sin piedad, sin sentido, como todas las guerras imagino, pero ésta más atroz, ésta era la mía.

Mandaron a Padre al frente para desconsuelo de Madre que quedó al mando de la casa, de mí y de mis hermanas.

Estaba yo en esa edad en la que quería ser hombre, ayudaba sin descanso en el hospital en el que trabajaba mi madre, pero era niño y lloraba por las noches atemorizado por los bombardeos.

El martes, con valentía impresa en su rostro Madre nos dijo: allí la vida será más fácil.

Subimos a la patera.

 

REGRESO AL PUEBLO, de José Manuel del Río.

Al poco de cumplir catorce años mi familia y yo tuvimos que emigrar huyendo de la guerra. Hoy es mi cumpleaños. Regreso a mi pueblo natal por primera vez en cuatro décadas. No estoy alegre. Tampoco triste. No sé qué me encontraré. Sé que Elvira, mi mejor amiga de la infancia, sigue allí. También Marquitos, mi vecino el pecoso, que ahora es su marido. Y poco más. Siempre deseé volver, y ahora, que estoy a punto de llegar, me pregunto para qué. Qué se me ha perdido a mí aquí. Ya huelo el olor a almendro. Allí están las primeras casas. Nada ha cambiado. Solo yo.

 

FANTASMA, de Luisa F. Escalada.

Al poco de cumplir catorce años desapareció el fantasma. Llevaba cinco años visitándome por las noches aunque la puerta y la ventana de mi habitación permanecían cerradas. Me disgustaban sus visitas porque me sobaba, me llenaba de besos húmedos y me hacía cosas que a veces me dolían. Hasta aquella noche, que se abrió la puerta de mi cuarto y el fantasma, que estaba sobre mí, gritó de modo terrible antes de que me desmayara. Al día siguiente, vi la foto de mi madre en la tele con un rótulo: «Apuñala a su pareja...». No vi más porque mi abuela la apagó.

 

LAS MALAS COMPAÑÍAS, de Felipe Tenenbaum.

Al poco de cumplir catorce años, entré en una fase de rebeldía. Dejé de asistir a los campeonatos de Ajedrez para niños prodigios. También a las exhibiciones de papiroflexia para jóvenes talentos y a los torneos de cubo de Rubik. Mis padres no daban crédito. Estaba echando por la borda tres lucrativas carreras en las que despuntaba como el mejor de mi generación. Y aunque no lo decían en voz alta, pronto llegaron a un veredicto: la mala influencia era Gertrudis. Efectivamente, fue mi novia la que me inició en el peor de los vicios (uno que envenenaba todas mis saludables aficiones). La poesía.

 

ESTULTICIA ADOLESCENTE, de Rafa Olivares.

Al poco de cumplir catorce años los tres amigos idearon competir por ver quién aguantaba más tiempo sobre las vías del tren. Ganó Javito. Así consta en su lápida.

 

A CIEGAS, de Raquel Zaragoza.

Al Poco de cumplir catorce años, tras un accidente, perdí la vista. No fue fácil, pero aprendí a moverme sola por toda la casa.

Todo iba bien hasta que mis padres, con la intención de ayudarme, decidieron retirar algunos muebles para que yo dejara de tropezar con ellos.

Desde entonces, «ando a ciegas». Aquellos muebles no eran obstáculos eran los referentes que me orientaban.

 

EL ENCUENTRO, de Américo Fojo.

Al poco de cumplir catorce años, me tropecé con un tal Juan Ramón que me habló de ocasos de grana, remansos de carmín, aguas que se rompen en espejos de sol, toros, cabras y un borrico de algodón que se pierde en los reflejos de la luna.

Pero yo, muchacho urbano, en una ciudad desmedida, impaciente y agitada, no conocía arroyos rumorosos, ni toros, ni cabras y mucho menos un burrito color acero y espuma.

Entonces tuve que imaginarlo, verlo con mis ojos mirando hacia adentro.

Y sí… lo logré y fue mío. Gracias, Juan Ramón.

Volver