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26 JUN

CONCURSO DE MICRORRELATOS 24-25 DE ALI I TRUC. QUINCENA XXI

Aquí tenéis los 28 relatos que empiezan con la 1ª frase de 'Unidad mixta', de Antonio J. Gómez Latorre.

Con la frase «El teniente López miró su reloj», inicio de la novela Unidad Mixta, de Antonio J. Gómez Latorre, deben comenzar los relatos de esta 21ª quincena de la 4ª temporada del concurso de relatos de Ali i Truc en Onda Cero.

Hemos recibido 28 relatos que presentamos ordenados alfabéticamente a partir del 1º recibido. Hasta el domingo 29 de junio a las 14:00 pueden ser votados enviando las puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el lunes 30 de junio en Onda Cero Elche - Comarcas del Vinalopó.

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el resultado, desvelamos podio y autoría de los relatos.

Los finalistas:

OSITO, de Óscar Broullón.

El teniente López miró su reloj. Cada 19 de junio, desde hacía quince años, volvía a ese parque que sus hombres habían arrasado sin piedad. Dejaba un osito de peluche, en el mismo banco, se sentaba a llorar en silencio.

Nadie sabía el por qué. Nadie tampoco lo preguntaba.

Al llegar, una joven lo ocupaba. Lo miró con sus ojos almendrados, una cicatriz surcaba su rostro. Sostenía el muñeco dejado el año anterior.

—¿Este era suyo? —preguntó la joven.

Él asintió, sin voz.

—Me dieron por muerta aquel día de junio, pero sobreviví. Regreso aquí año tras año, porque siempre encuentro un osito como este.

 

¿VERDAD?, de Silvia Espina.

El teniente López miró su reloj; faltaban 10 minutos para el lanzamiento de los misiles.

Desde la colina, observaba la erguida torre del templo, el macizo edificio del hospital y las casas bajas, preguntándose si realmente habría terroristas encubiertos en ese poblado, como el Alto Mando había asegurado.

Miró hacia el cielo y encendió un cigarrillo, intentando no mirar el reloj nuevamente.

 

Y relato ganador, elegido por Antonio Gómez Latorre:

EL PRINCIPIO DE LA CUENTA ADELANTE, de Jerónimo Hernández de Castro

El teniente López miró su reloj, un recuerdo de familia. El único objeto personal que le habían autorizado a llevar en aquel extraño viaje, en el que nadie le informó sobre las paradojas de Einstein y la dilatación del tiempo para quienes se mueven a velocidades próximas a las de la luz.

Cuando descendió de la nave, el viejo cronómetro siempre tan preciso marcaba siete días, catorce horas y veintiocho minutos de singladura, pero cuando aquellos ancianos desconocidos que decían ser sus nietos se acercaron a abrazarle, no se atrevió a preguntar por su mujer.

 

El resto de relatos ordenados alfabéticamente a partir del primero recibido:

COMO EN UNA PELÍCULA, de Esperanza Tirado.

El teniente López miró su reloj con apatía. Sus alumnos hacía al menos media hora que habían dejado de escucharle. Retirado de la calle por diferencias irreconciliables con sus superiores, fue enviado a la Academia de Ávila. Para dar clase a los que algún día le retirarían definitivamente.

No era lo que él esperaba, cuando sus posaderas se apoyaban en los duros bancos que, ahora, unos jovenzuelos abúlicos ocupaban. Imaginando convertirse en unos detectives de calle, con placa brillante, pistolón y luminol en ristre.

López volvió a mirar su reloj. Ya faltaba menos para el estreno de la nueva temporada su serie policíaca favorita.

 

CUANDO EL RELOJ SE DETIENE, de María Bastida Nova.

El teniente López miró su reloj y se dio cuenta de que se había parado. La última vez que comprobó la hora fue antes de iniciar las operaciones minuciosamente planificadas.

La misión consistía en sortear las líneas enemigas y neutralizar sus bases e infraestructuras.

Algo salió mal, después, silencio.

Se encontraba en medio de la nada. A su alrededor, nubes de polvo y cuerpos inertes. Eran los hombres que conformaban su unidad. Intentó reanimarlos, pero todo esfuerzo resultó en vano.

Seguía sin saber qué hora era. Cuando vio un brazo inmóvil bajo los cascotes, con su reloj roto en la muñeca, comprendió que ya no importaba.

 

EL RIU, de Basilio Mayor García.

El tinent López va mirar el seu rellotge. Era això el que esperava o només el principi d'un mal somni, era la segona vegada que ocorria, li citaven en el naixement del riu, allí  una sandàlia solta i amb una nota penjant que deia em veuràs, però no em trobaràs, no podia consentir que tornara a passar, va agafar el cotxe i es dirigia a la desembocadura  del riu en les salines de Santa Pola, pensant perquè una sandàlia i no les dos, quan va arribar el va poder entendre, era la coixa del vi del llop o com se la coneix ara, la coixa del riu Vinalopó.

 

EL SEU NOM, de Basilio Mayor García.

El tinent López va mirar el seu rellotge, la nota havia tornat a aparéixer.

Deia així:

Quasi 100 en tinc, en la serra vaig nàixer, per descomptat ací a Elx molt he treballat i en molt us he ajudat, en el 82 un poc malament em vaig portar, però no tota la culpa meua va ser.

Amb els il·licitans i il·licitanes sempre bé m'he portat, amb uns regant, amb les altres llavant, sempre amb el sol de testimoni.

Com sol passar i si ningú remei li dona, a la mar aniré a morir.

Espere i desitge que ja sapieu qui soc, des d'ací i amb carinyo el riu Vinalopó.

 

EL ÚLTIMO SERVICIO DEL ARTIFICIERO, de Marcelo Celave Villar.

El teniente López miró su reloj. Le daban de baja y ese era el premio por 35 años de servicio en el cuerpo de artificieros «como reconocimiento a su trayectoria». Esa noche en casa, solo, desmontó el reloj, le conectó un sofisticado sistema de ignición activable desde el interior de la palma de su mano y en la pantalla inyectó cinco gramos de nitroglicerina. Al otro día fue a retirar sus pertenencias al cuartel y se dirigió directo al Capitán.  ̶ Señor, quiero agradecer todo lo que han hecho por mí con un fuerte apretón de manos.

La oficina con todos adentro, voló por los aires.

 

EN RETIRADA, de Jerónimo Hernández de Castro.

El teniente López miró su reloj. No se veía un alma. Apostado en la encrucijada dominaba cualquier posible movimiento. Se negaba a abandonar una posición obtenida con tanto esfuerzo y hasta ese instante no había dudado de su estrategia, una acción temeraria que le había llevado a jugarse el todo por el todo.

Las comunicaciones previas no podían ser más claras, pero ya pasaban cuarenta minutos del momento fijado y debía tomar una decisión. Entonces, empuñó firme el ramo de flores antes de arrojarlo a la papelera y regresó herido a sus cuarteles de invierno.

 

FIN DE JUEGO, de Carlos José Esguevillas González.

El teniente López miró su reloj; si aguantaban unos minutos más, se salvarían.

La trinchera, un agujero en el arenero, frente al Cuartel General, apenas protegía, pero sus hombres aguantaban el asedio.

Sonó un grito. Un soldado enemigo saltó el parapeto disparando:

—¡Ratatatataaaa…!

Un defensor cayó, retorciéndose, como en las películas.

Llegaron más. La lucha se volvió cuerpo a cuerpo.  La arena, manchada de rojo, quedó cubierta de figuras inmóviles.

Una sirena rompió el silencio. Con un último esfuerzo, entreabrió los ojos.

Un ángel con bata blanca y el cabello rubio sacudía suavemente a los caídos de ambos bandos. Sonriendo dijo: —Venga, chicos, a clase.

 

GANAR TIEMPO, de Esperanza Tirado.

El teniente López miró su reloj. Era la hora casi en punto. El pelotón de fusilamiento estaba preparado, el sol hacía reflejar las armas en el miedo de los apresados.

El teniente escupió al suelo, se limpió con la manga y se sacudió una mosca imaginaria. Todo para ganar un poco de tiempo ante sus hombres. No le apetecía darles la orden, previamente recibida por él.

Tomó aire, sus hombres le miraron de reojo, los apresados miraron las armas, una nube ocultó el sol. Cuando la voz del teniente salió de su cuerpo, un trueno interrumpió sus palabras y un rayo detuvo su corazón.

 

GUERRAS, de Mariam Vicente.

El teniente López miró su reloj, las cinco. Levantó la mano y el pelotón de fusilamiento disparó. Los condenados cayeron abatidos con la primera ráfaga.

El teniente ordenó retirada a sus hombres, hacía demasiado calor para entretenerse recogiendo los despojos.

Un vagabundo se acercó al escenario de la matanza, rebuscaba por si encontraba algo utilizable sin hacer ascos a su procedencia, alrededor los pájaros se entretenían picoteando desesperados.

En ese momento, una lucecita parpadeó, y uno de los monitores se encendió. El vagabundo dio dos pasos atrás, asustado, pero no llegó muy lejos.

La inteligencia artificial había ganado la batalla, quién sabe si también la guerra.

 

L’ÚLTIM DE LA TEMPORADA, de Basilio Mayor.

El tinent López va mirar el seu rellotge, ja estava fet, no hi havia marxa arrere, estaven tots convocats en la seu de l'associació.

Els va veure arribar, tots ténia la mateixa cara de sorpresos que ell, esta era l'última sessió, els va fer passar i anar seient, tots s'observaven bastant desconcertats, això no havia passat mai.

Una vegada asseguts, d'un en un es van presentar, després van llegir els seus textos corresponents i ací vènia l'interessant, tenien un minut per a defendre perquè el seu text podia ser millor que el de la resta.

Així es va produir l'última sessió de microcontes.

 

LA METAMORFOSIS, de Jerónimo Hernández de Castro.

El teniente López miró su reloj. Si había algo que no soportaba era la impuntualidad. Entonces, recordó súbitamente que el punto de encuentro no era la esquina de siempre. Presa del pánico echó a correr y comenzó su transformación: Un pelo sedoso y grisáceo le crecía por todas partes, su impecable traje le quedaba más holgado y, por último, lo de sus orejas.

Recogió la leontina en el bolsillo del chaleco para ir más rápido por la pradera y encontró a esa niña tan despistada, una tal Alicia, que le abordó en el peor momento y a la que sólo pudo decir: «tarde, llego muy tarde».

 

LOPIX 1.0, de Francisco Eugenio Crespo Sánchez.

El teniente López miró su reloj y tuvo una gran idea:

«¿Y si este reloj inteligente, además de enseñarme los pasos, el calendario, mensajes y llamadas, fuera capaz de mostrarme cuánto me queda de vida?»

Con su inmensa sabiduría adquirida con estudios y experiencia, se puso en ello. Requirió ayuda de la última tecnología proporcionada por la Confederación Oriental, desarrollando un reloj que analizaba todos los parámetros de salud del portador, con micro agujas indoloras, analizando la sangre continuamente. No tenía un fin económico, sino humano. Lo probó con un enfermo terminal hospitalizado. En la pantalla se leía 3 días.

¡Eureka! Había nacido el LOPIX 1.0.

 

LOPIX END, de Francisco Eugenio Crespo Sánchez.

El teniente López miró su reloj: Sólo 20 minutos de vida. Lo agito dándole golpes, no creyendo lo que observaba. Pero ahora marcaba 19 minutos. «Pero, ¿qué está pasando?», se preguntó López. Dirigió su mirada hacia su compañera de cena: La bellísima Alejandra, embajadora de Defensa Planetaria. Le sonreía.

—¿Qué me has hecho? -preguntó López.

—Qué te has bebido, querrás decir –respondió ella.

López había apurado su vino tinto Valdepeñas. <>, pensó rápidamente.

—La razón es obvia –continuó Alejandra–, tus relojes funcionan, y muy bien. Pero éticamente no podemos permitirlos. ¿De qué serían capaces las personas sabiendo cuánto les queda de vida?

 

LOPIX NEXT, de Francisco Eugenio Crespo Sánchez.

El teniente López Miró su reloj: Le quedaban cuarenta años de vida. Este conocimiento le permitía disfrutar de esos años al máximo. Pero el reloj aún estaba en pruebas. Durante una fiesta había pensado realizar algunos experimentos:

Salió fuera de la estancia y le pidió un cigarrillo a un amigo, encendiéndolo, se lo puso en la boca y empezó a fumar. Consultó el reloj, le faltaban 20 años de vida.

Después se acercó a la barra y pidió un vodka con hielo. Se lo bebió. Consultó de nuevo el reloj. Le quedaban 15 años de vida. ¡Excelente! El reloj también calculaba el tiempo según hábitos cotidianos.

 

MENTIRA, de Oscar Broullón.

El teniente López miró su reloj, faltaban diez minutos para la rueda de prensa.

Debía presentar el informe de la misión: "Objetivo cumplido sin bajas civiles".

Poco importaba que el dron hubiera confundido un hospital con un refugio enemigo.

El informe ya estaba aprobado, revisado por Comunicación Estratégica y validado por el Ministerio de Transparencia.

—¿Y las fotos, mi teniente? —preguntó el asistente.

—Las reales, a la papelera. Usa las del videojuego “Battlefield”, ese que juegan ustedes. Son más limpias.

A las 12:00, López sonrió ante las cámaras.

—Hemos actuado con precisión quirúrgica.

Los medios aplaudieron.

En el pueblo bombardeado, los únicos cirujanos…

Estaban todos muertos.

 

METAMORFOSIS, de Raquel Zaragoza Durá.

El teniente López miró su reloj con una sonrisa nostálgica.

Aquel reloj fue el obsequio que le dieron sus compañeros el día de su jubilación. ¡Jubilación! Qué bien sonaba. Después de tantos años de servicio en La Brigada contra el Crimen Organizado, por fin le había llegado el momento de volver a su pueblo, de vivir en paz.

Él, que durante tanto tiempo había soñado con los verdes campos y las noches estrelladas…, cuando regresó no lo hizo solo: sus pesadillas le acompañaban.

Todo lo encontró diferente. Sin embargo, nada había cambiado. El pueblo seguía igual, pero él ya no era el mismo.

 

PARADOJA, de Raquel Zaragoza Durá.

El teniente López miró su reloj inteligente, no dejaba de recibir notificaciones sobre el cese de toda hostilidad bélica. Intrigado, buscó en Google más información. Y en pocos segundos, la encontró: un mensaje de WhatsApp se había vuelto viral. El texto era claro y rotundo: «RESTABLECIDA LA PAZ MUNDIAL».

—¿Qué ocurre, teniente? —preguntó la enfermera, mientras le cambiaba la bolsa del suero.

—Pues que, desde que la inteligencia artificial se encarga de resolver los conflictos de la humanidad, el mundo… el mundo resulta mucho más humano —respondió, sonriendo, mientras le mostraba la pantalla de su Smartphone.

 

REGLA DE TRES, de Felipe Tenenbaum.

El teniente López miró su reloj. ¡Por fin luego de veinte interminables quincenas llegaba la última prueba! Lo suyo no eran los microrrelatos. Más bien resolver crímenes y encontrar culpables. Aunque visto en perspectiva, ¿acaso el oficio de la escritura no consistía en guiar al incauto lector por un incierto sendero de pistas falsas y quizás, alguna verdadera? ¿No había que desandar, al leer, el camino avanzado por el autor para descubrir en última instancia sus motivaciones primordiales? Y sobre todo, ¿no había siempre un culpable entre tres sospechosos? Si realmente era así, bastaría con enviar tres microrrelatos, para acabar ganando el concurso con alguno.

 

SOMBRAS, de Esperanza Tirado.

El teniente López miró su reloj. Faltaban cinco minutos para la medianoche. Sus hombres aguardaban con la respiración contenida dentro del jeep, detenido en el arcén de la carretera, semioculto con unas lonas de viejos paracaídas.

Una hoja, o una piedra, o tal vez una rama, algo crujió en mitad del silencio. López hizo una señal. Un destello rompió la oscuridad y una furgoneta maltrecha cruzó sin verles. Tras el ruido y el polvo, la sombra de un hombre herido apareció delante de López y los suyos.

Ya estaban todos. Solo les quedaba salir de allí con vida.

 

TECNOLOGÍA, de Felipe Tenenbaum.

El teniente López miró su reloj y analizando aproximadamente la cantidad de sangre, dedujo que la hora del crimen debió ser entre las tres y las seis de la mañana.

El subteniente Hernández, examinó con el scanner de su Motorola el grado de oxidación del arma homicida. Concluyó en que la hora del crimen fue entre las 4 y las 5 de la mañana.

El cabo en prácticas Martínez sacó una foto del cuerpo con su iPhone y le pidió su opinión a PolicIA, la nueva inteligencia artificial. Descubrió con exactitud que el autor del crimen fue Raimundo Salas, 24 años, a las 4:47, por celos.

 

TRANSFIGURACIÓN, de Felipe Tenenbaum.

El teniente López miró su reloj y luego siguió corriendo. No entendía bien por qué esa jovencita tan rara lo perseguía. ¡Si él era la autoridad! ¿A qué exactamente temía? ¿Qué hecho perturbador, además de estar llegando tarde y ese extraño antojo de beber zumo de zanahorias, lo obligaba a emprender tan frenética carrera? Volvió a mirar el reloj. Esta vez frente a una fuente. Su reflejo en las aguas cristalinas le proporcionó algunas respuestas y muchas más preguntas. Decidió estirar una mano curiosa, casi temblorosa y tantearse las orejas. Las tenía largas y puntiagudas.

Solo entonces, comprendió su miedo: Alicia estaba a punto de atraparlo.

 

TREINTA SEGUNDOS, de Margarita González.

El teniente López miró su reloj, faltaba medio minuto para ordenar al piloto soltar la bomba.

Abajo, en el desierto, en medio de la nada, se veía una jaima rodeada por algunas mujeres y niñas; el asentamiento ocupaba un terreno que el alto mando había decidido despejar para ocupar la zona. 

Durante ese medio minuto, el teniente López recordó su historial impecable obedeciendo órdenes, sin pensar, solo cumpliendo con su deber.

Esta vez, el teniente López pensó por sí mismo y dejo pasar el tiempo, sin actuar.

Desobedeció a conciencia y siguió volando.

 

ÚLTIMO SEGUNDO, de Victoria Sera.

El teniente López miró su reloj. Cinco minutos. Cincuenta vidas.

Su sudor, como manantial desembocando en la punta de la nariz y resto de la cara. Ojos vidriosos. Manos y pies en un movimiento incontrolado ante la decisión de fusilamiento ordenada por su superior.

López quisiera ser un soldado raso abatido por la guerra, pero ahora él sería el ejecutor. Deseaba ser ciego para no mirar los ojos de estupor de los que iban a morir. Pensaba en sus viudas, huérfanos, padres, abuelos. Demasiada responsabilidad para una sola persona.

Observó alrededor. No quedaba nadie en el campamento. Dio media vuelta y les gritó: ¡CAMPO A TRAVÉS!

 

AUXILIO, de Oscar Broullón.

El teniente López miró su reloj, en tres minutos entrará en el refugio del francotirador.

La orden era clara: fuego si no salía y así lo hizo. Pronto todo ardió.

Desde el interior, una voz de niño gritaba una y otra vez «¡Hay mucho humo, y no encuentro la puerta!».

López apretó los dientes. «Entraré yo —, dijo».

Avanzó entre las llamas y la humareda, quemándose, ahogándose, pero tenía que sacar de allí a ese niño, aunque fuera hijo del enemigo.

Pateó la puerta y entró… El corazón se le paralizó.

Un altavoz reproducía una grabación en bucle.

Detrás, sólo había explosivos.

 

CAFÉ AMARGO, de Américo Fojo.

El teniente López miró su reloj; llevaba más de dos horas y cinco cafés en ese bar, vigilando la puerta verde.

El soplo le había llegado ese mismo día y decidió no informar a su capitán. Seria él y sólo él, quien arrestara al narcotraficante más buscado de la ciudad.

En ese momento se abrió la puerta. Un hombre y una mujer salieron apresurados, llamando a un taxi que pasaba.

Pero, ¿qué estaba haciendo Julia allí?...  Si, era Julia, su mujer, tomada de la mano del delincuente.

López sintió que ese último café, era el más amargo que había tomado en su vida.

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