Blog

30 SEP

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA II

Aquí tenéis los 27 relatos que empiezan con la frase "La chica en el espejo", comienzo de "La sala de los espejos" de Liv Strömquist.

Con esta frase, comienzo del libro La sala de los espejos de Liv Strömquist, deben comenzar los relatos de esta primera quincena de la segunda temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 27 relatos que, durante los días 30, 01 y 02 (hasta las 14:00), pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos y dándoles 1, 2 y 3 puntos. De estas votaciones, al no tener acceso a la autora sueca Liv Strömquist saledrá directamente el relato ganador de la quincena y los finalistas que leeremos en Onda Cero Elche - Comarcas del Vinalopó.

A continuación podéis leer los relatos por orden alfabético a partir del primero que recibimos.

 

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el resultado, revelamos los nombres de los autores, el podio y el orden.

 

En tercera posición, con 8 puntos:

EL ESPEJO DE DORA GRAY, de Raquel Zaragoza.

La chica en el espejo estaba preciosa, pero Dora Gray sabía que la belleza juvenil era un don efímero que pronto perdería…

—¡Vendo mi alma al diablo a cambio de que esta imagen no envejezca nunca! —juró con vehemencia.

Obsesionada con la perfección de sus facciones, Dora pasaba el día contemplándose; su narcisismo la convirtió en una mujer solitaria, egoísta e insociable.

Años después, la chica del espejo no había perdido ni un ápice de su hermosura. Sin embargo, sentada frente a ella, una diabólica anciana se lamentaba con amargura:

—¡Por satanás, el pacto lo formulé mal!

 

En segunda posición, con 9 puntos:

CANTOS DE SIRENA, de Maria Ángeles Vaillo

La chica en el espejo del mar peinaba su graciosa cabellera ¿Habrá otra más bella que yo?

Las olas y sirenas respondieron: Eres la más hermosa que ha reflejado el mar. Pero con los años tu hermosura se marchitará. La chica se puso triste. Las sirenas repetían: ¡Ven adéntrate en las aguas y serás joven y eterna! La luna allá en lo alto gritaba: no lo hagas sólo son cantos de sirena. Vuelve a tu casa y mira a tu abuela ¿acaso no la ves bella? Mira sus cabellos plateados y el reflejo de su alma ¡Porque ese nunca envejecerá!

 

En primera posición, tenemos dos relatos con 10 puntos. Diploma para:

MIEDOS, de Paquita Márquez.

La chica en el espejo se mira angustiada. Acaricia su abultado vientre y vuelve a notar los movimientos. Había decidido seguir adelante y ahora le asusta la proximidad del parto. No teme al dolor, ni teme hacerlo en un hospital medio en ruinas por las bombas, ni que suenen las sirenas y no pueda guarecerse ni encontrar quien le ayude en semejante trance. Lo que de verdad le aterra es ver en su hijito la cara del enemigo.

 

Y ganador con el voto de calidad de Mayte Vilaseca, de Onda Cero:

LA CALLE, de Daniel Prats.

La chica en el espejo reía, convencida de que todo seguiría de igual modo cuando mirase de nuevo atrás. Cabellos color nieve, ojos cansados de ver. El verde, el azul, los tonos malva... el olor del amanecer volvería a despertarla. El tiempo pasa lento cuando esperas, pero se vuelve torpe y confuso, cuando ya no hay nada que esperar... y se durmió, abrazada a la esperanza de saber que ella, siempre estaría allí. Tranquila, en paz.

El sabor a ocre la despertó. Tambaleándose, recogió los billetes, blancos y rojos por la noche pasada, y volvió a su calle, a su farola... a su reflejo.

 

El resto de relatos, de menos a más puntos han sido:

LA DEL ESPEJO, de América Martín.

La chica en el espejo se mira al bailar, contorsionando su cuerpo con oscilaciones sensuales que siguen el ritmo del reguetón. Con los audífonos puestos su imagen se transforma, dejando atrás a aquella introvertida colegiala que saluda tímidamente todas las mañanas a su vecino, compañero de jubilación de su padre. Ese espejo es un portal sin límite, convirtiendo sus fantasías en realidad. Es la oportunidad de encontrarse con «La del Espejo», la segura, la que no le teme a nada… Se pliega la cortina y en el espejo aparece su vecino con los binóculos observándola...

La chica en el espejo no ha vuelto a bailar.

 

MEGALOMANÍA, de Paquita Márquez.

La chica en el espejo se contempla entre asustada y eufórica, entre agobiada y exultante. Le cuesta creer lo que ha ocurrido. ¡Ha sido ella la elegida! Una perfecta y joven virgen, la más adecuada para ser la Eva del Nuevo Orden Mundial. Ella, entre miles, millones de mujeres, será la madre de las nuevas generaciones en la Tierra tras el Holocausto Nuclear.

Pasarán siglos, sí, pero su descendencia se irá multiplicando en el inmenso refugio nuclear hasta que el planeta esté listo para ser el soporte de la nueva y única nación del planeta: Putinia

 

UTOPÍA, de América Martín.

La chica en el espejo, ingrávida, decolorada, pupilas desgastadas, se mantiene erguida ante el manoseo aquí y allá de tanta gente. Su mirada perdida refleja que está en otro mundo, otra dimensión donde las banalidades, el dinero, la lujuria no tienen lugar… El ruido es ensordecedor y cada minuto que pasa aumenta la euforia de todos los que la invaden, gritando con frenesí. Ya falta poco. Autómata como las otras, va en fila, una a una… En el espejo quedó su casa de campo, la abuela preparando ricos desayunos, el abrazo cariñoso... Tres pasos y llega a la pasarela con los reflectores dándole la bienvenida.

 

A TU LADO, de Ana Montesinos.

La chica en el espejo se moría de risa con esas largas piernas, alambrados brazos y cara estilizada como un pepino. Yo parecía una pelota de goma, bracitos acortados, piernas chiquitinas y gruesas. Se oían las carcajadas por toda la feria.

La sala de los espejos era mi parte favorita, ya no. Deformado frente a ellos y sin parar de parlotear vi pasar una sombra. No había cuerpo, solo el reflejo, me miraba seria y a la vez con una mueca burlona. Salimos de allí, nunca se lo conté a nadie. Ahora me acompaña en todos los espejos, intento no mirarla.

 

EL DÍA MÁS IMPORTANTE DE NUESTRA VIDA, de Sandra Cerdá.

La chica en el espejo me sonreía. Estaba radiante. Hoy era el día que tanto había esperado. Llevaba meses preparándolo, años quizás. Siempre con Álex. Habíamos pensado el lugar, el día, la hora, la ropa, los invitados, todos los detalles… Estaba nerviosa. Quería que todo fuera perfecto.

Álex me dio la mano y salimos en coche hacia el restaurante. Cuando llegamos, Álex me apretó la mano y me susurró que me quería. Entramos de la mano. Todos estaban allí. Mi madre se quedó boquiabierta al vernos.

Cogí aire.

‒Mamá, familia, esta es Álex, Alexandra. Es mi pareja y soy lesbiana.

 

SIMETRÍAS, de Mariam Vicente.

La chica en el espejo se parece a mí, se mueve como yo y tiene mi misma mirada.

Esa chica es un fiel reflejo de mí misma, taciturna, y casi siempre triste. Sabe guardar secretos, si le cuento una confidencia, ella apenas mueve los labios.

Hoy me observaba con ojos melancólicos mientras me maquillaba intentando esconder las ojeras. Luego él ha entrado y me ha acariciado sensualmente la nuca. Entonces ha apretado el cuello con saña, el cuerpo flácido ha caído desmadejado, y la imagen del espejo ha empezado a difuminarse. Ahora estoy muerta, porque yo no era nadie, solo el reflejo simétrico de ella.

 

REGALO DE BODA, de América Martín.

‒¿La chica en el espejo no es tu hermana?

Me preguntaba mi amiga cuando salíamos de la tienda de ropa íntima. En efecto era su imagen y regresé a ver dónde se había metido, pero desapareció. Me sorprendió que estuviera allí porque le pedí que me acompañara para buscar mi ajuar de boda y se excusó que no podía. Recorrí la tienda sin éxito, empezando a dudar si en verdad era ella. Al oír la voz de mi novio imaginé que los dos me iban a dar una sorpresa y por eso su negativa. Crucé el pasillo y los vi… estaban besándose apasionadamente.

 

SEÑALES, de Sandra Cerdá.

La chica en el espejo me sonrió. Me di la vuelta y había desaparecido. La busqué por todo el bar y no la encontré. Aquel día me habían despedido. Volví a buscarla pero nunca regresó. Un día, mi madre sacó fotos antiguas. De repente, se me paró el corazón. Era ella. La chica del bar. Mi madre contó que era Amelia, mi abuela. Había muerto en el parto. Su padre decía que Amelia adoraba mirarse al espejo. Así que cuando mamá estuviera triste, podía mirar un espejo y pedir ayuda. Amelia vendría de alguna manera.

Sentí una punzada y miré el espejo del salón. Sonreí.

 

QUIÉN SOY, de Ana Montesinos.

La chica en el espejo, ¿quién es?

Me miro cada mañana y no me reconozco. Con mi edad, me llaman señora, pero yo siento que empiezo a vivir ahora. Desde que Pedro murió me siento libre, joven, hasta atractiva.

Anoche besé a ese apuesto hombre a la salida de aquel bar. Y ahora me miro en el espejo y no sé quién soy.

Mañana vendrán mis hijos a comer con mis nietos, para que no me sienta sola, dicen. Pero yo lo que quiero es volver a aquel antro, tomarme un whiskey y bailar.

Ya le he dicho al cura que no volveré a misa.

 

SOY DOS, de Ana Montesinos.

La chica en el espejo parecía no querer mirar el reflejo de su cuerpo, igual que me pasara a mi tiempo atrás. Entiendo su mirada de desconcierto, saber que eres tu quien se mueve frente a ti pero no reconocerte, es terrible.

En su cabeza unos grandes pechos, un trasero exuberante y carnoso, unos brazos fuertes y musculosos, unas piernas prietas y firmes, para ella, un cuerpo gordo. Al otro lado del espejo, unos huesos pegados a la piel y mucha tristeza.

Me dieron el alta hace 3 meses, ella murió por inanición creyendo que debía hacer dieta.

 

SUEÑOS ROTOS, de Alejandro Ramos.

La chica en el espejo lloraba desconsoladamente, la impotencia la embargaba. Súbitamente agarró un cenicero de la mesa y lo estrelló contra él violentamente. Los fragmentos de cristal se esparcieron simétricamente por el suelo, recibiendo la húmeda visita de sus lágrimas. Con pasos desacompasados y asolada por su desesperanza, vagó sin rumbo por su apartamento, esquivando en cada estancia los trozos del resto de espejos destrozados. Destrozados como sus sueños. Agotada, se sentó sobre el borde de su cama, con sus palmas de las manos sosteniendo su rostro. Un rostro que jamás podría olvidar, como el de aquel desalmado y ebrio conductor.

 

CASI PERFECTA, de Paquita Márquez.

La chica en el espejo contempla satisfecha su propia y perfecta imagen, esa que siempre quiso alcanzar. Cierra un momento los ojos saboreando el triunfo. ¡Cuánto esfuerzo, cuánto sacrificio, cuánta renuncia hasta encontrar el camino adecuado para lograr llegar a ser este icono perfecto! Mueve la cabeza complacida y admira la melena sedosa que parece tener vida propia, la piel de porcelana de su rostro, los carnosos labios de sonrisa seductora, la profunda mirada que acaricia, los firmes pechos que se adivinan túrgidos bajo la leve blusa… ¡Perfecta! Bueno, casi. Aún sobresale un poquito la nuez, pero el genetista dice que desaparecerá pronto.

 

REGRESO AL PASADO, de Américo Fojo

La chica en el espejo quedó sorprendida al reconocer su propia figura repetida hasta el infinito dentro de dos túneles brillantes, proyectándose hacia horizontes lejanos y profundos.

Eran dos grandes espejos de gruesos marcos dorados, enfrentados entre sí en una pequeña habitación del caserón, ahora silencioso y abandonado, donde había vivido toda su infancia.

En ese momento escuchó a sus espaldas extrañas voces que la llamaban desde el sótano; sintió que le faltaba el aire y quiso escapar.

Al salir, sin darse vuelta, levantó el brazo en señal de saludo y cerró la puerta. El deslumbrante sol de la calle le hizo entrecerrar los ojos.

 

VANIDAD, de Silvia Espina

La chica en el espejo no dejaba de admirarse; su vestido nuevo le calzaba como un guante y la falda vaporosa se arremolinaba al compás de volteretas y giros.

Estaba embelesada y no deseaba apartarse del brillante óvalo que reflejaba una imagen joven y deslumbrante.

Sonreía, recordando una fábula que su madre le contaba cuando era pequeña: «…las chicas presumidas, vanidosas y que viven arrobadas frente al espejo terminan siendo absorbidas por él…».

Esa noche su madre la llamó insistentemente para cenar; al no obtener respuesta subió a buscarla… no encontró a nadie en la habitación.

 

VUELTA DE TUERCA, de Marieta Nicolás.

La chica en el espejo público de las redes sociales, que esperaba aceptación mediante muchos LIKES; un día se cansó de ser su propia esclava, despertó y rompió el espejo; tirando por la borda su adicción a Instagram, TikTok, YouTube, etc.

Aprovechó su enemigo para interactuar con grupos, compartiendo información y formación sobre actuaciones en redes. Creó contenidos, los difundió.

Actualmente es una experta y gran comunicadora entre los internautas, ha escrito un libro sobre ventajas, desventajas y consecuencias de la dependencia de los «espejos con filtros».

Su lema: Entre la gente que existe y la gente que vive, elijo VIVIR.

Y tú. ¿Qué prefieres?

 

LA RECOMPENSA, de Sandra Cerdá.

La chica en el espejo me miraba fijamente. Ese espejo estaba sucio y roto. Yo había adelgazado mucho. No me reconocía. Llevaba seis meses allí y no había visto mi reflejo ni una sola vez. Me sonreí. Estaba horrible y no me importaba. Dormía poco. Comía peor. Sin embargo, me sentía plena. Había ayudado a tres mujeres a evitar un matrimonio concertado en la India. Gracias a mi trabajo y mi ONG, tres mujeres eran libres y eso solamente era el principio. Sonreí a la Daniela del espejo en ese mercado de Nueva Delhi y seguí mi camino.

 

PUBERTAD, de Felipe Tenenbaum.

La chica en el espejo es fea y gorda. Tanto que jamás ha provocado o sentido atracción por nadie. Y para colmo… ya está aquí (otra vez), la puerca primavera. Habrá que aguantar durante noventa días sus sudores, bichos y fragancias. Tres meses equinocciales que aprovechan los adolescentes calenturientos para dar rienda suelta a su lascivia inmadura. A sus instintos. Por suerte, la chica del espejo está hecha de otra pasta. Fría. Distante. Seria. Lo suyo, es decir lo mío, es mirar juntas por la ventana mientras calculamos las cotangentes, el potencial hidrogenoide y… ¡CARAMBA! ¡¿Quién DEMONIOS es esa muchacha!?

 

DOBLE IDENTIDAD, de Raquel Zaragoza.

La chica en el espejo vivía en una celda de cristal; Kika estaba condenada a mostrar una perfección ficticia. Tenía muchísimas followers que la adoraban, pero no era feliz; se sentía una impostora y le torturaba una duda: «¿Quién me iba a querer sin maquillaje ni filtros?»

Aquella noche, la popular influencer se sentó frente al espejo; primero, se desmaquilló los ojos, los labios y la base correctora que cubría todas sus imperfecciones; luego, cuando ya no le quedaba ni rastro de maquillaje; entonces, mirándose fijamente a los ojos, se dijo:

─ ¡Yo sí te quiero, Francisca!

 

LA TERAPIA, de Felipe Tenenbaum.

La chica en el espejo me detesta y desea liquidarme. Su mirada gélida es la de un asesino consumado. Y sus gestos mecánicos y rígidos, los de una marioneta sedienta de sangre. Va a matarme. Lo sé. Desde siempre. Desde que apoyó un papel sobre el cristal que decía «sárirom otnorp». Mi psicoanalista, por supuesto, sostiene que estoy desplazando sobre el vidrio sentimientos reprimidos. Que soy yo la que me odio y que planeo secretamente mi suicidio desde hace años. Puede. Y sin embargo, en todas nuestras largas sesiones de terapia ha dejado pasar por alto un detalle bastante siniestro… ¡YO NO TENGO ESPEJO!

 

UN CAFÉ EN LA ETERNIDAD, de Marcelo Celave.

La chica en el espejo estaba captando toda mi atención mientras tomaba un café con Juan en Callao. Decidí ir al baño para cruzármela, pero al pasar por su mesa no la vi. Al volver, tampoco estaba y su mesa estaba limpia.

Me senté con mi amigo, decepcionado y al levantar la vista, ¡la veo por el espejo! Me di vuelta como un resorte… ¡no estaba!

Juan vio mi rostro de ansiedad y me preguntó qué me pasaba.

—Mira por el espejo, ¿ves esa chica rubia?

—No hay nadie Daniel.

—Pero ¡yo sí la veo! Y… ¡qué frío hace!

—Estamos muertos Daniel, no lo olvides…

 

CORAZÓN A CORAZÓN, de Ana Medina Martinez

La chica en el espejo me mira con sus ojos cuajados de lágrimas. Su figura detrás de la mía imita cada uno de mis movimientos. Cruzo mis brazos y la traigo hasta mi pecho.

Ella desapareció una lejana tarde de otoño. El tiempo fue mitigando el dolor, pero no ha logrado borrar del recuerdo su presencia. Es por lo que cada día al regresar a casa me detengo delante de su fotografía y hablo con ella preguntándole: ¿hija dónde estás?, entonces vuelvo al espejo y allí está su figura diciéndome; «tranquila madre, tranquila, búscame junto a tu corazón».

 

MALDITA LA HORA, de Rubén Meseguer.

La chica en el espejo gritaba y no era precisamente de dolor. Apoyaba sus manos en el lavabo y él agarraba sus caderas hacia su pelvis, en un movimiento infinito que solo detenían sus pieles para repetirlo una y otra vez.

Era el mejor momento de la semana. Treinta minutos juntos, solo uno de conversación y el resto del tiempo se convertían en animales, hasta que él derramaba su placer y ella lo recibía en una miríada de sensaciones que la elevaban.

Pero ese día un pensamiento repentino cruzó su cabeza: «¡Mierda, olvidé que hoy cambiaban la hora!».

Sonó la cerradura. Era su marido.

 

ARMARIO CON ESPEJO INTERIOR, de Raquel Zaragoza.

La chica en el espejo se veía ilusionada con su vestido rojo; Lo que la torturaba eran los tacones y aquella faja reductora…, que más que tripa le quitaba la respiración.

Cuando sonó la alarma del móvil, se apresuró a desnudarse; guardó todo en el armario y cerró con llave la puerta que guardaba su secreto en el espejo interior. Luego, se puso la camisa, el traje y la corbata que su madre le había comprado.

Las Bodas de Oro de los abuelos no era el mejor momento para que Andy saliera del armario. Sería pronto, pero en otra ocasión.

Volver