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28 OCT

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA IV

Aquí tenéis los 20 relatos que empiezan con la frase "El cuerpo de Margarita aún estaba tibio", comienzo de "Los compases del tiempo" de Bianca Aparicio Vinsonneau.

Con esta frase, inicio del libro Los compases del tiempo de la autora alicantina Bianca Aparicio Vinsonneau deben comenzar los relatos de esta cuarta quincena de la segunda temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 20 relatos que, durante los días 28, 29 y 30 de octubre (hasta las 14:00), pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos y dándoles 1, 2 y 3 puntos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la que Bianca Aparicio Vinsonneau eligirá el relato ganador de la quincena en Onda Cero Elche - Comarcas del Vinalopó el próximo lunes 31 de octubre.

A continuación podéis leer los relatos por orden alfabético a partir del primero que recibimos.

 

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el veredicto, ponemos en primer lugar relatos ganador y finalistas, y los demás en orden de puntuación, desvelando la autoría de cada obra

 

RELATO GANADOR

APARECIDA, de Raquel Zaragoza.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando la encontraron poco después de denunciar su desaparición.

Cuando la policía vino a casa para comunicarme la mala noticia casi me desmayo. Me quedé aturdido; no entendía nada, pero lo que más me atormentaba, lo que me urgía era saber ¡¿qué coño hacía el cuerpo de Margarita en la colina?!

No podía creerlo. ¡Si yo la había enterrado en el sótano…!

 

FINALISTAS

LA PROMESA, de Américo Fojo.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio y yo todavía seguía allí frente a ella, inmóvil y turbado, con el frasco de cianuro en la mano. Nos habíamos prometido suicidarnos juntos, como una prueba de amor supremo; ella había cumplido su juramento… yo no.

 

EL FIN, de Américo Fojo.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio por el empeño de su último esfuerzo. Debía llegar a ese preciso lugar para terminar allí sus días, su dura faena de casi 90 años, y lo había logrado.

Ahora podría ser vista y admirada por aquellos que guardaban un profundo afecto hacia ella.

Ahora sí, el museo ferroviario podría exponer orgullosamente la locomotora más antigua de la red general. Y había llegado allí por sus propios medios.

 

SOBREDOSIS, de Felipe Tenenbaum.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando la ingresaron en el hospital por sobredosis. Obviamente, el drama había empezado antes. Cuando el matrimonio de nuestros padres naufragó un viernes por la tarde y mamá no quiso rescatarlo otra vez. Desde entonces, se olvidaron de nuestra existencia.

Nos quedamos las tres solas. Odiando nuestro libre albedrío, fugaz y desenfrenado consuelo de nuestro abandono. Y cayendo escalonadamente en las adicciones. Especialmente Margarita…

La semana pasada, acudió a siete conciertos y sus tentaciones. En el último, a mitad del tercer movimiento de Mondscheinsonate, Margarita se derrumbó, melómana y abatida.

«Sobredosis de Ludwig van Beethoven», sentenciaron en urgencias.

 

RESTO DE RELATOS EN ORDEN

¿BRUJA O HADA?, de María Ángeles Vaíllo

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio: Margarita era esa dulce anciana, que ponía de comer a los pájaros que moraban en el árbol frondoso que había frente a su casa y a los gatos hambriento

¡Que feliz era! Mientras preparaba sopita de sardina para los gatos y tortitas de maíz para los pájaros, sin olvidar el condimento secreto… En cuencos les servía el alimento

¡Comer y chuparse los dedos! La gente murmuraba, no cantan los pájaros ni maúllan los gatos.

La dulce Margarita se chupó los dedos y murió en el acto, pues sin querer probó el condimento secreto ¡Cuidado hay brujas que confundimos con hadas!

 

AMOR SUICIDA, de Paquita Márquez.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando llegó el equipo médico. «Mujer joven, alcohólica y donante de órganos. Causa de la muerte, posible suicidio». Así rezaba el aviso recibido, junto con la dirección exacta.

El hígado resultó inservible, pero todo lo demás salvaría vidas, sobre todo su corazón, milagrosamente compatible al cien por cien con el de ese chiquillo, cuyos padres llevan esperándolo angustiados un tiempo que se agota. Cuando lo adoptaron, ya les advirtieron que su cardiopatía y su rarísimo grupo sanguíneo llegaría a ser un gran problema…

 

NOSOTROS, LOS ASESINOS, de Felipe Tenenbaum.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando volvimos a deshojarla. ¡Y yo que creía que los mayores asesinos de la historia eran los poetas con sus infinitas elegías imaginarias y los autores de novelas policiales con sus casos truculentos...! Pues no. Ya no. Ahora somos nosotros. Los microrrelatistas. Como vuelva a leer un cuento corto sobre Halloween, suicidas, muertos que resucitan, cadáveres parlantes o narradores que se encuentran con personajes fantasmales, creo que me va a dar algo. ¡Mierda! Se me están acabando las 107 palabras y solo he matado a Margarita. Esta semana no gano. Fijo.

 

DISCUSIONES CONYUGALES, de Marcelo Celave.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio… gracias a la calefacción.

Ramón ¡te prohíbo que apagues la calefacción!

Pero Margarita ¿sabes la factura de gas que va a venir?

No lo sé ni me importa, ¡enciéndela!

Claro, como tú no la pagas.

Que la pague el cretino de tu sobrino que se quedó con todo.

Después lo tengo que aguantar cada sábado: «…tío si me escuchas, no sé cuánto tiempo más voy a poder pagar este servicio».

Pero si este nicho en que nos metió es de los más baratos, ¡entra frío por todos lados!

Ya… pero calefacción, calefacción, los muertos no necesitamos Margarita.

¡Eso dirás tú!

 

LA PEREGRINA, de Francisca Marhuenda.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio después de haber tomado un té muy caliente que le había reconfortado el cuerpo. Mientras, sentada en el cafetín y desconectada de la realidad, recordaba en blanco y negro lo tristemente dura que fue aquella guerra donde perdió a su padre.

Desde entonces, Margarita se dedicó a viajar estudiando las culturas de otros pueblos y ciudades del mundo, repartiendo a las personas que Vivian en ellas, todo el amor incondicional que llevaba dentro, nutriéndoselas, de una vida llena de color y encontrando al fin algo que se llevó la guerra, su paz interior.

 

MARGARITA, de Fina Martínez Lozoya.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio, se escuchaba decir a un grupo de jóvenes que pasaba. Era una tarde extraña, el mar rizaba su encanto y en la orilla había otro grupo de personas cantando una canción antigua que hacía mucho tiempo que no escuchaba: Margarita se llama mi amor. Vi como florecían unas preciosas margaritas en el jardín, oía sus risas y también sus quejidos cuando las pisaba; decidí descalzarme para no hacerles daño. Llegó la noche y una señora se me acercó diciéndome: Margarita, mi amor, levántate no se te haga tarde, tu tren de la vida vuelve para recogerte.

 

TRISTE ABRAZO, de Silvia Espina.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando me abrazó y su piel olía a sol como los días en que nos veíamos en la playa, tras las dunas, ocultos de la gente, fuera de la vista de su marido.

Ese abrazo al final del verano y su significado, sumieron mi alma en la desolación porque jamás había amado así y sabía que mi felicidad se iría apagando como la tibieza de su cuerpo después del sol.

 

ACTIVISMO INOPORTUNO, de Paquita Márquez.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando los antidisturbios dejaron por fin que se acercase. Habían logrado disolver con todos los medios a su alcance la violenta y multitudinaria manifestación y allí, en medio de la avenida, quedó ella tendida, maltrecha, inerte… Llorando desolado abrazó su frágil cuerpo, acarició su querido y marchito rostro y, aun sabiendo que ya jamás podría oírle, le reprochó su testarudez y su inconformismo:

—¡Ya te dije que no lo hicieras, que las revoluciones son cosas de jóvenes, que tu corazón no estaba para estos trotes! ¡Y precisamente hoy, que teníamos Bingo en la Residencia…!

 

SUCESIÓN PREMEDITADA, de Raquel Zaragoza.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio en el hospital; y en su casa ya reinaba otra señora.

 

SINDROME DE COTARD, de María Nicolás.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio, y su mente reflexionaba sobre su tiempo muerto... en plena soledad... en esa ciudad fantasma donde acaba de trasladarse a vivir con su marido.

Allí, no había sitio para ella, y... tampoco lo necesitaba, porque solo quería sentir el amor y el latir del retoño que crecía dentro de ella.

Poco a poco, fue perdiéndose en un estado de profunda meditación que la envolvía, convirtiéndola en la nada, era un cuerpo flotante en ningún espacio.

Cuando su marido volvió de la agencia de viajes; le preguntó:

—Cariño, ¿está todo listo?

Margarita no contestó.

Decidió permanecer en su DELÍRIO DE NEGACIÓN.

 

EL ESTRATEGA, de Raquel Zaragoza.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio y seguía indiferente a mis caricias. Sin embargo, el plan era perfecto: última sesión…, última fila… y última película: ¡oriental - subtitulada!

Primero, le pasé el brazo por los hombros; y como si nada. Luego, empecé a acariciarla con la ambición de traspasar el umbral de su falda; fue en vano, me despreció, sin siquiera mirarme. Acabé con mis recursos; y terminó la sesión sin que ella perdiera ni su tibieza ni su extraño interés por aquella película. Me falló la estrategia.

Y es que… Margarita ¡¡sabía chino!!

 

¡QUÉ EXAGERADO ERES, PACO!, de Marcelo Celave.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio. Aun así, cogí su mano y salimos corriendo. Se prestó al juego. ¡Las calles son nuestras! Los gorriones nos saludan, el sol nos guiña el ojo cuando pasamos por debajo de una acacia y los semáforos cambian de color para abrirnos paso entre la multitud. Te ríes, tus ojos verdes brillan y siento que soy un funambulista haciendo equilibrio para que nunca dejes de sonreír. Quizás cuando salga el arco iris podamos montarnos en uno de sus arcos coloreados y volar a través de las nubes…

¡Margarita no te vayas! ¡¡¡Llévame contigo!!!

Por favor señor, que es solo un empaste…

 

JUEGO DE ENAMORADO, de Felipe Tenenbaum.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando se disipó la densa bruma londinense. Solo entonces, Jhon, el descuartizador, notó que había cometido un error fatal. No muy lejos de allí, entre dos cubos de basura, había un borrachín durmiendo la mona. Jhon no tuvo tiempo de comprobar si había visto algo. Unas oportunas sirenas lejanas lo obligaron a huir del lugar del crimen.

Media hora después, el borracho declaraba en Scotland Yard.

—¿Ha podido verlo?

—No.

—¿Su silueta? ¿Era alto? ¿Llevaba sombrero? ¿Alguna deformidad?

—Nada.

—¿Dijo algo mientras descuartizaba a Margarita?

—Sí. Creo que canturreaba: «Me quiere, no me quiere. Me quiere, no me quiere».

 

A SU MEDIDA, de Isabel Núñez de Arenas.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio y al contemplarlo en todo su bello esplendor la deseó ardientemente. Con sus labios recorrió cada milímetro de su piel, era tan suave… y sus labios tan carnosos ¡Dios!¡ Cómo necesitaba besarlos ¡morderlos… y sus pechos turgentes… no podía esperar más su excitación fue en aumento, se desnudó apresurado y quiso poseerla.

Más tarde y fumándose un cigarrillo pensó que Margarita era la mujer de sus sueños, perfecta, hecha a su medida. Cuando terminó de fumar, tomó a Margarita en sus brazos y dándole un largo beso la colocó en su caja.

 

PLAÑIDERAS, de Mariam Vicente.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando entró la comitiva. El negro de los atuendos se reflejaba en sus semblantes apesadumbrados.

Cuando rodearon a la difunta se hizo el silencio. El cabello de Margarita brillaba iluminado por las llamas de las velas. De pronto, una estalló en llanto y las demás la imitaron. Gritaban y se lamentaban por la pérdida de alguien tan joven y bella.

El olor de la cera quemada se mezclaba con el dulce aroma de las flores.

La que se había situado a la cabecera del ataúd hizo entonces una señal, y todas empezaron a comer. El cuerpo aún estaba tibio.

 

DONDE LAS DA, LAS TOMAN, de Paquita Márquez.

El cuerpo de Margarita aún estaba tibio cuando llegó la policía. Con las manos esposadas a la espalda, quiere besarla por última vez. No sabe por qué llora su muerte ni por qué ya la está echando de menos. Pero no hay marcha atrás. Morir quizá no era el castigo adecuado, pero es que lo sacaba de quicio con su mirada suplicante, su voz casi inaudible, el temblor de su cuerpo cuando se le acercaba…

Ahora se pasa las noches llorando en su celda, y cuando sale, tiene la mirada suplicante, apenas le sale la voz y le tiembla todo el cuerpo cuando los ve acercarse…

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