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04 MAY

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA XVI

Aquí tenéis los 26 relatos que empiezan con la frase «Ricardo von Blume no se quitó su bacinete», comienzo de la novela "El latido del mar", de Jorge Molist.

Con esta frase, inicio del libro El latido del mar, de Jorge Molist, deben comenzar los relatos de esta décimoquinrta quincena de la segunda temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 24 relatos que, durante los días 5, 6 y 7 de mayo pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 8 de mayo en Onda Cero Elche, de donde Jorge Molist elegirá el relato ganador.

 

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el resultado, desvelamos la autoría de cada relato y el podio.

 

En el podio de esta quincena se han subido:

EL REGRESO DEL HEROE, de Silvia Espina.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete y embargado de emoción y deseo, se abalanzó sobre la bella dama que, tendida sobre su cama, lo esperaba con ansia.

Todo esto era comprensible por cuanto el amante había estado ausente varios meses en los campos de batalla, combatiendo en una cruzada a Tierra Santa.

El dinamismo de los amantes parecía llegar a buen término y lo que en un comienzo fue apasionado, en un momento se tornó en rígida quietud.

—¡Sire! ¿qué os pasa? —preguntó la atribulada joven.

Pero el sire no contestó; un estertor de asfixia se escuchó dentro del bacinete.

 

LO QUE OCULTA LA LUJURIA, de Leticia Ortiz.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete. Al apuesto caballero a menudo lo honraban con festines y orgías desenfrenadas en las que desahogaba la angustia vivida en el fragor de las batallas. Mas ninguna de sus conquistas, hasta aquella noche, logró conocer su rostro. Fue entonces cuando acarició con sus dos palmas el calor de los pechos desnudos de una doncella con rostro envelado, que con recelo escondía una daga de damasco. Tuvo pericia suficiente como para rebanarle el cuello sin inmutarse. Al despojar del bacinete al interfecto, un alarido escapó de la garganta de la amante. Por siempre le pesaría ser sicaria de su propio hermano.

 

CUESTIÓN DE FE, de Raquel Zaragoza.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete para entrar al castillo. Estaba deseando hacerlo, pero cuando descubrió que su amada esposa estaba embarazada se detuvo y optó por escucharla…

─¡Mi señor, tened por seguro que es hijo vuestro! ¡Os juro que no he yacido con más varón que vos! ─exclamó la dulce Christine, con voz acongojada.

Sin embargo, al noble caballero no le salían las cuentas. Escéptico, bajó la visera del bacinete, montó en su caballo y, mascullando palabras ininteligibles, partió hacia otras batallas.

Después de dos años combatiendo en defensa de la fe a Ricardo von Blume le faltó fe para creer en aquel… ¿milagro?

 

Y relato ganador, según la elección de Jorge Molist:

DETRÁS DE UN GRAN HOMBRE, de Rafa Olivares.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete después de la batalla y llegó hasta sus aposentos del castillo con él puesto. Así, nadie descubrió que no era él, sino su esposa Sigfrida, quien había luchado con coraje y bravura. Ricardo von Blume, quien pasó a la historia como «el perezoso», seguía acurrucado entre las mantas.

 

El resto de relatos de la quincena, de menos a más puntuación, han sido:

AMOR ENTRE BAMBALINAS, de Marcelo Celave.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete para ocultar su llanto cuando terminó el último ensayo.

El director pensó que seguía posesionado por la muerte de su amigo Roger de Lluria, almogávar valiente, compañero de tantas victorias en el Mediterráneo.

Yo me levanté torpemente con mi escudo y espadón ensangrentados, mis calzas de cuero, mis abarcas de esparto y las pesadas pieles. Carlos seguía inmóvil. El director le palmeó la espalda:

¡Desconecta Carlos! Has estado plano y mañana ¡tienes que brillar!

No quise seguir viendo su abatimiento y me fui a cambiar. Nuestro amor se terminaba, justamente cuando la obra empezaba. Mala cosa para el productor, pensé.

 

¿QUÉ OCULTAS RICARDO?, de Francisca Marhuenda.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete, no quería mostrar la cara de dolor ante tantas personas desconocidas que, quizás lo juzgaran sin saber lo que verdaderamente había pasado durante la masacre, sintiendo que no podría verbalizar todo lo que venía a contarles.

Él sabía que iba a ser juzgado a su llegada y aun así, prefirió no desvelar lo que escondía tras aqusu bacinete. Aquella tristeza que durante mucho tiempo llevaba consigo, seguramente por sus malévolas hazañas donde mente y corazón no casaban. Ricardo ya no sabía ni quien era, pero sí porque estaba allí.  Tenía sed de venganza, pero quería seguir vivo.

 

EL YELMO, de Francisco Eugenio Crespo.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete. Gorgeon, el rey, estaba indignado. Todos los caballeros que se presentaban al torneo para pedir la mano de su hija se lo habían quitado.

—Sir Ricardo, ¿por qué no se quita su bacinete?

—Majestad, ¿qué es eso?

—¿Me está tomando el pelo caballero?

—Papá yo no quiero que me despose un analfabeto —dijo la princesa—, prefiero que no participe en el torneo.

—Sir Ricardo, queda excluido del torneo por su desfachatez.

—¡Pero que torneo ni que leches! Yo solo venía a que alguien me ayudara a quitarme el yelmo, que se me ha encajado.

 

EL YELMO DE MAMBRINO, de Felipe Tenenbaum.

—Ricardo von Blume no se quitó su bacinete… —leyó María en alto.

—¿…su qué?

Silencio. La pregunta de Carlos resultaba incómoda como calcetines de hojalata.

—Su ba…cinete —repuso insegura-. No sé. Aquí pone eso… será un bacín pequeño…

—¿Un orinal?

—No, claro. Entonces, una bacia… como la del Quijote.

Carlos meneó la cabeza. Nadie en la biblioteca salvo ellos se interesaba por la etimología de aquella misteriosa palabreja.

—A lo mejor es un casco…

—No seas bruto, Carlos. Todos saben que el Yelmo de Mambrino del Quijote, no era un casco sino una bacia de barbero.

—¡Tienes razón, María! Seguro que la bordamos en el examen de historia.

 

LA VENGANZA DE LOS TEMPLARIOS, de Natividad Fernández.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete la última cruzada en Tierra Santa había concluido con éxito, los cristianos de San Juan de Arce en Palestina habían sido liberados y los musulmanes expulsados de la ciudad.

Acariciando su caballo y con la mente puesta en sus quimeras no osaba moverse porque sus ambiciones no se le rompieran como un castillo de naipes.

Pero los sueños son efímeros y los Templarios acusándole de robar sus tesoros lo expulsaron de la Orden. Bonita venganza.

No le importó demasiado, había muchas gestas por ganar si no como caballero, si como mercenario. Y así siguió su historia.

 

EL CALLEJÓN DEL AMOR, de Marcelo Celave.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete… por vergüenza. El gran Roger de Flor, el valiente líder almogávar que tuvo a raya al mismísimo imperio bizantino estaba de pie frente a mí todo desnudo con el bacinete empotrado hasta las orejas.

Conmigo era un leoncito ardiente pero ese día, aquello no funcionaba a pesar de mis esfuerzos.

Bueno Ricki, no te preocupes, llevas una semana guerreando, comiendo porquerías, durmiendo cortado… es lógico que no se levante.

Jenny, no se lo dirás a nadie, ¿verdad? me rogó con los ojos llorosos.

Del «Callejón del amor» no saldrá nunca un secreto. Vete con tu esposa que estará deseando verte, cariño…

 

RELATO ÉPICO, de Sofía Ortiz.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete. Eso llamó la atención de la princesa.

Pudiendo haber ganado éxito y halagos, el alto y fornido caballero se alejó entre las sombras –pensó él.

Vacilante, la princesa no sabía si avisarle de que había tomado el camino equivocado.

Este es el camino –se dijo seguro.

 

FUTURO, de Francisco Eugenio Crespo.

Ricardo Von Blume no se quitó su bacinete. Hacía un sol de justicia, los demás caballeros no lo entendían. Su cabeza debía estar abrasándose por dentro. Ricardo se acercó a Corintio y le dijo:

—Soy Ricardo, pero vengo del futuro. No me quito su bacinete para que no se asusten los demás. - Se levantó la visera y efectivamente era él unos treinta años después, más envejecido, y con una cicatriz en el ojo izquierdo. - Corintio, vamos a perder la guerra, debéis hacerme caso, porque yo lo sé. Ordena una retirada y tres mil vidas serán conservadas- Corintio no obedeció, y con su espada a Ricardo atravesó.

 

GRAN HAZAÑA, de Sofía Ortiz.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete. Ni siquiera cuando sus familiares fueron a visitarlo con lágrimas en los ojos. Tampoco cuando sus amigos cantaban canciones heroicas en su honor. Por mucho que le gustaba el alcohol ya no era capaz de aceptar una copa, ni tampoco hablaba cuando se quería saber algo sobre él. Desde que lo trajeron se mantuvo quieto y callado.

—Dicen que fue una serpiente —comentaba la madre desconsolada.

—Será un héroe, todos pensarán que se enfrentó a cien hombres sin vacilar.

 

UNA DISTRACCIÓN FATAL, de Felipe Tenenbaum.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete. Se lo arrancaron a la fuerza. De una pedrada feroz. Iracunda. A pesar del dolor, consiguió auparse sobre su caballo y acomodarse los anillos de su cota de malla. Sudaba. La batalla llegó a su anticlímax, irónico instante de descenso de las hostilidades o paz aparente (antes de la arremetida final).

En ese mismo momento, que en realidad era otro porque ocurría en el futuro, Reti acorralaba a su rival.

—¡Jaque!

Nimzovich dejó caer su rey, derrotado y abatido. Preguntándose de dónde habría salido ese extraño casco que apareció rodando de la nada y lo distrajo en el peor momento.

 

PUÑALADAS DE TRAICIÓN, de Marian Vicente.

Ricardo Von Blume no se quitó su bacinete, se limitó a soltar la cabeza del enemigo que portaba como trofeo, la cual rodó hasta detenerse a los pies de su rey. Solo entonces se descubrió, hincó la rodilla en tierra y humilló la mirada.

Fue por eso que no vio el estupor reflejado en la mirada del monarca, ese provocado al contemplar por fin el rostro sin vida del traidor.

El vasallo esperó paciente el reconocimiento con los ojos bajos, pero el señor hizo un gesto a los soldados para que lo llevaran a las mazmorras.

Ricardo von Blume nunca supo que había degollado al hermano del rey.

 

MUERTE DE UN MERCENARIO, de Natividad Fernández.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete, el emperador le había convocado en su castillo para invitarle a una cena en su honor, por las muchas conquistas y batallas ganadas para los reinos de Aragón.

La ambición y el orgullo de Roger le hicieron presentarse ante su señor supremo de esa guisa.

El Emperador sabía de las intrigas del mercenario para hacerse con el poder y no se inmutó ante semejante falta de respeto.

La noche del homenaje, Miguel IX, le hizo asesinar junto con 130 de sus capitanes .

Aquel 5 de abril de 1305, acabó la leyenda de Roger de Flor.

 

MIRADA, de Paquita Márquez.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete para el retrato. Ni siquiera se alzó la visera. Así que lo único que se ve de él son sus ojos a través de la rendija. Dicen que es su retrato, pero igual podría ser el de cualquiera. Yo sí reconozco esos ojos glaucos, de mirada cálida y aterciopelada que contrasta con la fría dureza de la armadura. Unos ojos que me quitan el sueño y me hacen soñar al mismo tiempo. En la diestra, muestra esa joya, una especie de estilete que parece penetrar directamente en mi corazón. Y así lo tengo yo: sangrando por este amor imposible…

 

MONSTRUOS, de Sofía Ortiz.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete. No había ningún herido y los soldados se alzaban victoriosos y borrachos. Nadie se preguntaba porque no celebraba. En lugar de divertirse él se quedó en un taburete que tímidamente se ocultaba en una esquina. Su mirada perdida fue ocultada bajo una máscara y solo sus manos mostraban lo terrible que había sido esa victoria. “No son personas”, le dijeron. Pero el juró haber visto niños.

 

DESTROZO, de Francisco Eugenio Crespo.

Ricardo Von Blume no se quitó su bacinete. Se situó delante de su mujer Eusebia. Ha terminado «la batalla del Chancro» y Ricardo ha regresado vivo al encuentro de su amada. Ella le insta a que se quite su bacinete para poder darle un beso como recompensa. Pero Ricardo no quiere porque ha sufrido muy graves heridas en su cara. Eusebia coge su bacinete con sus manos y se lo quita suavemente hasta descubrir la cara de su amado. Al verla destrozada hace una mueca y le vuelve a poner despacio su bacinete.

—Acostúmbrate a llevarlo amado mío… si quieres tener descendencia —le dijo a Ricardo.

 

ABEJAS, FLORES Y PICOTAZOS, de Paquita Márquez.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete, se limitó a levantarse la visera, momento que aquellas inoportunas abejas aprovecharon para atacar su rostro cubierto de sudor. Nervioso y con los guanteletes aún puestos, el valiente capitán de los almogávares, tan solo acertaba a espantarlas tras picarle, pero otras tomaban el relevo y lo pusieron perdido de picotazos… Cuando Ricardo se vio libre de los molestos himenópteros, su cara era un poema: bultos rojizos aquí y allá le impedían ver y dificultaban su respiración. Aquella cara parecía ahora una monstruosa flor de pétalos carnosos. ¿Será por eso que Ricardo pasó a la Historia como «Roger de Flor»?

 

EL MEGADUQUE, de Américo Fojo.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete durante cada día del último mes de su vida en Adrianópolis. El defensor de Bizancio, el caballero templario, el brazo armado de la Corona de Aragón, había presentido su propia muerte en una terrible pesadilla nocturna.

Pese al calor, aún en su propio castillo, usaba el gorjal de mallas metálicas bajo su túnica y las armas siempre listas.

Pero esa noche se sintió seguro, rodeado de sus oficiales y creyendo que la amistad lo protegía, entregó su bacinete al escudero…

…al sentir el filo de la daga en su cuello pensó que, por fin, había llegado el momento de descansar.

 

RETIRADA MERECIDA, de Leticia Ortiz.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete en ninguna de las numerosas batallas que libró. Con seguridad fue el soldado de la orden por el que más monturas pasaron entre las piernas. Pero debido al curso del tiempo se encontraba desgastado y con signos de debilidad. Por ello, su comandante decidió apartarlo del frente con dignidad merecida. Y es que si en los días de gloria de Ricardo alguien hubiese osado adivinar el rostro que se ocultaba bajo su casco, habría tenido que despojarlo de cuajo junto a su testa. Por fin descansará en paz junto al resto de figuras de LEGO.

 

ALMOGÁVARES, de Natividad Fernández.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete, levantando la visera del mismo pudo ver con más claridad a su ejército de almogávares corear a gritos la consigna que el mismo había compuesto...

¡Despierta hierro!

¡Despierta!

¿Qué os diré?

La batalla fue muy fuerte y cruel.

Pero al fin todos elevaron la voz y gritaron.

Aragón, Aragón.

El adalid de sus hombres levantando los brazos en señal de victoria, les insto a todos a elevar sus alfanjes y corear el nombre de su Señor.

Había sido duro el enfrentamiento, pero el resultado se escribió con letras de oro en la historia de Roger.

 

LA MASCARILLA DE HIERRO, de Felipe Tenenbaum.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete. Ni elevó la visera. No debía. Se había prometido no volver a mostrar su cara por ese sitio de gente burlona y engreída. Su regreso ocultando el rostro, se amparaba en un tecnicismo mediocre y cínico. Casi insolente.

—¡Ricardo! –lo reconoció la camarera.

—¡Ricardo von Blume! Padre de Roger de Flor, caballero templario.

—Claro, claro —respondió la jovencita aguantando la risa—. ¿Un café?

El venerable anciano asintió con esfuerzo. Tratando de ver algo por la hendija del bacinete. Cuando llegó la peste de 2020 y fue uno de los pocos en la residencia que sobrevivió, las risas socarronas cesaron.

 

LAS CRUZADAS, de Raquel Zaragoza.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete cuando regresó de Tierra Santa. Llevaba tanto tiempo ocultando el rostro tras aquella máscara de falsa moralidad que, sin ella, ya no se reconocía.

Con el yelmo sobre su cabeza, Ricardo von Blume era un héroe, un noble guerrero que luchaba en defensa de la fe católica. Sin embargo, cuando se lo quitaba…, el espejo le devolvía la imagen de un despiadado asesino.

 

TODO Y NADA, de Paquita Márquez.

Ricardo von Blume no se quitó su bacinete, ni siquiera pudo alzarse la visera. Malherido y sin apenas fuerzas, pasaron por su mente etapas y momentos antagónicos de su vida y se reconoció héroe y villano. Había sido pirata y templario, mercenario y césar, había luchado por imperios y coronas, conoció el amor y el odio, la gloria y la derrota, la miseria y la riqueza… Y ahora, que solo esperaba la muerte, la vio llegar con alivio: sonrisa desdentada y guadaña en ristre. Quiso abrazarse a ella pero, de golpe, había desaparecido. Aún no era su hora, le faltaba conocer la traición.

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