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18 MAY

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA XVII

Aquí tenéis los 28 relatos que empiezan con la frase «El viejo candil se había decidido a funcionar», comienzo de la novela "La lógica de la luz", de Cristina Cassar Scalia.

Con esta frase, inicio del libro La lógica de la luz, de Cristina Cassar Scalia, deben comenzar los relatos de esta décimoséptima quincena de la segunda temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 28 relatos que, durante los días 19, 20 y 21 de mayo pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 22 de mayo en Onda Cero Elche,

 

ACTUALIZACIÓN:

Una vez conocido el resultado, revelamos autoría y podio.

En 3ª posición tenemos:

LA EMBOSCADA, de José Manuel del Río.

El viejo candil se había decidido a funcionar. Se balanceaba con un chirrido oxidado. La brisa del norte soplaba. Se auguraba tormenta.

Una sombra inquieta dio un paso atrás en el umbral.

En la calle aledaña sonaban los pasos del sereno. La ventana de arriba seguía sumida en la oscuridad.

Unas gotas comenzaron a caer sobre el adoquinado. Pronto se volvería resbaladizo.

Algo no iba bien. Decidió marcharse.

Murmuró unas palabras que apagaron al viejo candil. Ocho sombras salieron volando silenciosas hacia la tormenta en el instante en el que el sereno giraba la esquina y una vela se encendía tras la ventana. Pero ya era tarde.

 

En 2ª posición de la quincena:

CARTA AL CIELO, de Raquel Zaragoza.

El viejo candil se había decidido a funcionar, tu cerebro consiguió salir de las tinieblas para obsequiarme con unos instantes de lucidez:

─Hija, tengo miedo.

─¿Por qué, mamá, por qué? ─te pregunté emocionada al ver que me reconocías.

─Porque al fondo del túnel veo a personas que sé que ya no están. Y, a ti, que estás a mi lado, te escucho, pero no te veo ─susurraste, mientras te abrazaba…

Desde que tu luz se apagó, dicen que cada día me parezco más a ti, y es que no conocen nuestro secreto: nadie sabe que no te fuiste, que te llevo dentro.

Te quiero mucho, mamá.

 

Y el relato ganador:

VISIÓN, de Paquita Márquez.

El viejo candil se había decidido a funcionar por fin, y el joven artista lo acercó con mano firme al enorme bloque de mármol que ocupaba el centro del recinto. Muy despacio, lo fue rodeando expectante para contemplarlo desde distintos ángulos a la vacilante luz del candil. De pronto, lo intuyó: el magnífico torso, la actitud serena, la postura firme, ese espíritu valiente agitándose en la prisión del mármol…

No pudo resistirse y, decidido, a golpe de martillo, consiguió liberar de su cárcel al desafiante y desnudo David, ese que en cualquier momento se enfrentará a Goliat.

 

Además, fuera de concurso por error de la organización, los relatos de Francisco Eugenio Crespo:

EL LOCAL

El Viejo Candil se había decidido a funcionar. El local, epicentro de perversiones y lujuria, había reabierto. Necesario para evitar la despoblación del lugar (aseguraban los habitantes). Allí estaba Alfredo, con su máscara de Batman. La puerta de la habitación se abrió y entró una mujer de unos cincuenta, máscara y traje de Wonder Woman. «A la de tres» se quitaron la máscara, descubriendo Alfredo a Juani, su mujer.

¡Pero Juani!¿ qué haces aquí?

Quería probar…al igual que tú.

¿Y qué esperabas descubrir?

Algo diferente a lo habitual.

Y Alfredo la besó... después de 15 años de matrimonio sin hacerlo.

 

LA OFERTA

El viejo candil se había decidido a funcionar después de varios días sin hacerlo, e iluminaba gran parte del sótano donde estábamos hacinadas unas cuarenta personas. La visión horrenda, a la cálida luz, de humanos mutilados, era algo terrible para la mayoría de nosotros. Aún recuerdo aquella oferta de empleo: «Se requieren personas para estudios científicos. Se ofrece cama, comida y agua.» Algunos sin techo no nos lo pensamos, era algo irrechazable.

Muchos se arrepienten ahora … pero yo no.

Ya oigo las campanillas… es la hora de comer.

Alguien abre la puerta del sótano:

‒Hoy de menú: estofado de muñones de Julián.

 

EL CAPIBARA

El viejo candil se había decidido a funcionar, justo con mi última adquisición: el capibara. A la tenue luz del candil lo observaba. La pobre criatura tenía miedo, estaba arrinconada en la esquina. La ética me golpeaba la cabeza mientras que mi mente insana me mostraba otros caminos. «El amigo de todos», «el mayor roedor», «excelente nadador»… atributos bien ganados por el capibara. Qué hacer con él, ese es el dilema…

La luz del candil titiló hasta apagarse.

Ya tenía la solución. 

Meses después:

‒¿Qué pasa Pablo? ¡Qué sudadera más chula llevas, chaval! ‒me dijo Ramón.

‒¿A que mola? Está hecha de capibara.

 

El resto de relatos, ordenamos de menor a mayor puntuación son:

TRASTO INFERNAL, de Leticia Ortiz.

El viejo candil se había decidido a funcionar tras más de dos décadas inutilizado. Ese maldito cacharro, que tantas veces estuve a punto de jubilar, tenía más años que el transistor de mi abuela. Lo había usado como pisapapeles, como florero y hasta de lapicero. Y cuando en contra de mi voluntad de tacaño guardalotodo, decidí que ya era hora de echarlo a la basura… ¡chas!, ¡fue y se encendió el muy cabrito! Solo una vez, sí, la necesaria para que tuviese que aguantarlo otros veinte años. Ahora lo utilizo como jaula vintage para mi loro de porcelana inglesa.

 

EL DUELO, de José Manuel del Río.

El viejo candil se había decidido a funcionar.

‒Grumete, ya podemos comenzar. La carta más alta gana. Si es la tuya, vivirás. Si no, ¡zas! ‒dijo el pirata haciendo un gesto circular sobre su cuello.

El grumete seleccionó una carta del mazo: un dos.

‒Menuda suerte la tuya ‒e espetó el pirata mientras seleccionaba su carta. ¡Otro dos! La tensión se cortaba. Otra ronda.

Ahora sacó un seis. Y el pirata… también un seis. ¡Imposible!

‒Yo elijo primero esta vez ‒rugió mientras mostraba una reina de picas‒. Lo tienes crudo muchacho.

‒Ésta. Dale tú la vuelta ‒habló por primera vez mirándolo fijamente a los ojos.

¡Un rey!

 

EL INMIGRANTE, de Marcelo Celave.

El viejo candil se había decidido a funcionar. ¡Increíblemente! Porque la casa del acantilado estaba abandonada hacía muchos años.

A mis amigos y yo, entonces por los diez años, aquello nos pareció la obra de un espíritu del más allá. Mil fantasías germinaron en nuestras soñadoras mentes aquel cálido verano.

Cada tarde nos apostábamos detrás de los pinares a ver cómo el misterioso candil se encendía al oscurecer.

Cuando la curiosidad superó al miedo, decidimos entrar en la casa abandonada. La luna llena estaba alta. Al vencer la desvencijada puerta, un espíritu enorme, negro y lleno de temor nos dijo:

‒¿Qué queréis?

Salimos corriendo y no volvimos.

 

FURIA CONTENIDA, de Felipe Tenenbaum.

El viejo candil se había decidido a funcionar al tercer intento intimidatorio. Cuando los golpes y maldiciones dieron lugar a una táctica infalible: apuntar con el fusil al depósito de aceite. Solo entonces, se hizo la luz y el general pudo firmar la sentencia de muerte de la insurrección recientemente aplacada. El pobre candil, temeroso y cobarde, nunca pudo superar su sentimiento de culpa.

Días después, en un descuido del general, se arrojó al vacío. Las esquirlas de cristal como lágrimas, se esparcieron rápidamente. Agonizante y en un ataque de osadía sin precedentes, se rumorea, que una de ellas arañó un dedo del tirano mientras las recogía.

 

MALVINAS ARGENTINAS, de Marcelo Celave.

El viejo candil se había decidido a funcionar, quizás fruto de un incendio en la proa o una señal de compasión divina... Lo cierto es que el crucero de 185 metros de eslora, nuestro hogar hasta hacía una hora, se estaba hundiendo inexorablemente y con él, más de trescientos compañeros. Desde nuestros botes hinchables, los sobrevivientes mirábamos aterrados los efectos de los dos misiles subrepticios y arteros. Sólo la proa asomaba en aquel infierno de olas heladas. Nunca lo olvidaré, nuestro crucero hundiéndose y el tozudo candil de la época de las invasiones inglesas de 1806, seguía encendido en las profundidades del mar… emitiendo una lucecita de reivindicación.

 

MAR ADENTRO, de Mariam Vicente.

El viejo candil se había decidido a funcionar, pero su luz tenue apenas abarcaba un par de metros a la redonda, algunas olas furiosas y un trecho de playa helada repleta de palabras ahogadas. Nadie quería reconocer la evidencia, y muchos intentaban alumbrar el camino de vuelta al que creían naufragado o sin rumbo.

Una mujer, con la cabeza gacha, suspiraba repetidamente. Algunos vieron desesperación en su actitud, y en sus rezos la petición de que volviera su compañero de vida.

Solo Dios sabía que su único anhelo era que el mar misericordioso se lo hubiera tragado para siempre, para dejar de sufrir de una vez por todas.

 

¡PATAS ARRIBA!, de Francisco Ramírez Munuera.

El viejo candil se había decidido a funcionar. La chimenea de la rústica casona hacía tiempo que no se utilizaba, pero tenía buen aspecto: sobre su ennegrecido suelo descansaba un hermoso tocón de árbol, con aljuma de pino lista para prender. De la pared colgaba la vetusta lamparilla de aceite, cuya torcida aún mantenía restos de pavesa; solo tuve que prenderle un mixto para que tomara vida.

De inmediato se produjo un revuelo impresionante en la gran campana: la bandada de morciguillos que albergaba su angosta oquedad salió volando a estampida, huyendo de la luz.

¡A mí se me heló la sangre en el cuerpo!

 

SOMBRAS, de Sofía Ortiz.

El viejo candil se había decidido a funcionar justo cuando los ruidos cesaron. El monstruo había desaparecido y a mi espalda solo acechaba la silla con mi albornoz.

 

EL CUADRO, de Manuel Sepulcre.

El viejo candil se había decidido a funcionar. Y yo, amedrentado, empuñando la vela con trémulo temor, atravesé un escuálido pasillo de la desolada mansión Ofelia.

Me frené al intercambiar miradas con el espanto.

Era un cuadro. Su marco era de madera y afiligranado en arabesco, pero en la pintura se hallaba mi congoja. Pues este era un retrato de mi viva imagen.

Asustado, me imaginaba la mente perturbada que había decidido crear semejante infierno de pigmentos y oleína. 

El horror se hizo cuando el retrato comenzó a imitar mis movimientos. Pues ahí, se encontraba la excelente expresión del arte y la ficción al mimetizarse con la realidad.

 

EL VALOR DEL DINERO, de Sofía Ortiz.

El viejo candil se había decidido a funcionar dejando ver los cuerpos sin vida quemados por el incendio.

—Me han dicho que fabricarán colchones.

—Ya ves, que suerte han tenido los cabrones…

Se adentraban en el lugar caminando con desánimo. En el ambiente reinaba un silencio absoluto que solo era interrumpido por un leve viento frío, muy contradictorio a la temperatura que había sufrido antes el lugar, y una desanimada conversación.

—¿Y ahora a dónde irás?

—Supongo que buscaré otro bosque – contestó mientras costosamente le entregaba un bonito uniforme verde.

 

DICKENS, de Raquel Zaragoza.

El viejo candil se había decidido a funcionar durante toda la noche. Tenía que hacerlo, era su cometido: con su juego de luz y sombras inspiraba al escritor a crear magníficas historias:

«Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos…»

Sobre aquella mesa decimonónica, iluminada por el viejo candil, había papel, pluma, un tintero y mucha imaginación.

 

NO SIEMPRE SON FELICES…, de Paquita Márquez.

El viejo candil se había decidido a funcionar, entonces Blancanieves se dio cuenta que de los ocho diminutos que entraron en el túnel, solo quedaban tres: Mudito, Sabio y ella. Habían bebido la poción mágica de empequeñecer para huir sin ser vistos, pero se toparon con aquel maldito hurón que debió matar y zamparse a los demás. ¡Ahí venía otra vez, estaban perdidos!

--¡Tenemos que beber el elixir de crecer! —advierte Blancanieves— ¡Rápido, que nos alcanza!

--¡No lo encuentro! —se lamenta Sabio— Se me ha debido caer al correr…

Elevan el candil, se giran para buscarlo y… ¡un gigantesco mustélido babea goloso contemplándolos desde su altura!

 

¿QUIÉN SOY?, de Leticia Ortiz.

El viejo candil se había decidido a funcionar en aquella lúgubre habitación. Entre sollozos, la tímida luz vislumbraba parte de su rostro, que palidecía poco a poco. Se dirigió confusa hacia el baño colindante con la intención de secarse las lágrimas, pero al mirarse, se dio de bruces con estupor. La realidad fue que no vio otra cosa más allá del candil reflejado en el cristal levitando en la nada. Ella había pasado a ser un alma en pena, fallecida hacía dos horas a manos de la misma persona que años atrás le juró amor eterno.

 

TODO PUEDE EMPEORAR, de Rafa Olivares.

El viejo candil se había decidido a funcionar. Ahora, encerrados en la mina tras el derrumbe de la entrada, los mineros podían verse las caras. Al menos hasta que estallara el gas grisú que ya emanaba de la roca.

 

EL ÚLTIMO PASAJERO, de Américo Fojo.

El viejo candil se había decidido a funcionar, iluminando en el frío amanecer, la imagen de la Madonna Addolorata.

En el centro de la plaza, el autobús embarcaba varios vecinos madrugadores que viajarían hacia Palermo. El conductor, impaciente, aguardaba al último viajero rezagado.

Harto de esperar, decidió salir, pero una sombra se desprendió de los portales y corrió hacia el bus que partía… sonó un disparo y el hombre se desplomó.

Aún perduraba el eco del balazo, cuando los pasajeros abandonaron precipitadamente el vehículo y desaparecieron.

El conductor declaró a los carabinieri que no pudo ver nada: estaba ocupado revisando el motor y no había ningún testigo presente.

 

EXPERIENCIA CON LA NATURALEZA, de América Martín.

El viejo candil se había decidido a funcionar, y gracias doy que así fue, porque esto del hospedaje rural a oscuras, no va conmigo, y menos cuando me viene la menstruación, pero… ¿Quién podía con la insistencia del profesor para que todos tuviésemos una experiencia inversiva y gratificante con la naturaleza? No es que le tenga manía… pero esto sobrepasa mi tolerancia hacia él, que según mi novio es «tan profesional, tan ocurrente y humano». ¡Qué va! puras sandeces de eruditos literarios, pensé. Cuando giré la llave, entré en la cabaña y los encontré en la cama… «Lo único más rápido que la luz, es el pensamiento…»

 

LA MAGIA DE LAS ONDAS, de Mari Bastida.

El viejo candil se había decidido a funcionar justo cuando buscaba un lugar tranquilo donde dar rienda suelta a mi imaginación.  Acababa de encontrar el rincón ideal donde poder plasmar todas aquellas historias que rondaban por mi cabeza. No había nadie, pero enseguida me di cuenta de que no estaba sola, otros al igual que yo conocían ese lugar, y aunque no los viera, una voz en off nos conectaba dando lectura a toda esa fantasía desbordante.

Hadas, lobos, sirenas y piratas se escapaban de sus paredes de papel y revoloteaban por toda la estancia.

Aquel lugar mágico era conocido por ser el rincón literario de las ondas.

 

LA TOQUILLA, de Margarita González

El viejo candil se había decidido a funcionar tras varios intentos.

En la mansión aislada y solitaria la lluvia seguía atronando persistente; el cielo temblaba y todas las luces se habían fundido.

Rosa, la nurse, anduvo con el candil hasta el salón y lo colgó del gancho.

Cogió al niño de la cuna con dulzura, para que no despertara; lo abrigó y se recostó con él en el diván cerca del fuego.

El rayo entró por la chimenea del gran salón y la mujer quedó fulminada; el bebé dio un fuerte respingo y continuó dormido entre sus brazos inertes.

La antigua toquilla, le había salvado la vida.

 

LOS RITOS DEL BOSQUE, de Silvia Espina.

El viejo candil se había decidido a funcionar iluminando el vano de la pequeña ventana enrejada. Los prisioneros pensaron que, ahora sí, alguien que pasara por el camino, podría verlos y auxiliarlos.

No se equivocaban: un hombre que cazaba frecuentemente en el bosque, se asombró al distinguir luz en ese caserón abandonado y se acercó hasta sus muros.

Los cautivos le pidieron ayuda desesperadamente para que los liberara antes que regresara el siniestro raptor y consumara sus diabólicos ritos de sangre.

Mientras el cazador intentaba abrir la puerta, un fuerte golpe en la nuca lo desmayó; el secuestrador exclamó con sorna: —¡Ahora tengo otro más!

 

REGRESO AL PASADO, de María Ángeles Vaíllo.

El viejo candil se había decidido a funcionar, lo rescaté del olvido. Al encenderlo un relámpago iluminó la estancia…

Al instante me vi siendo una niña en casa de mi abuela, ella me cogió en su regazo y comenzó a contarme un cuento de duendes y hadas, Zapirón acudió a la luz del candil, lo acurruqué en mis brazos ¡Qué feliz ya no tenía prisas ni miedos!

Me adormecí con la voz de mi abuela y el ronroneo del gato…

Al despertar la niña no estaba, era yo con los cabellos de plata, perduraba la fragancia de mi abuela y los rasguños del gato.

¡El candil seguía encendido!

 

CANTOS DE SIRENA, de Raquel Zaragoza.

El viejo candil se había decidido a funcionar hasta que alguien lo viera…

Aún, se mantenía encendido cuando encontraron la barca navegando errante por la costa de “Las Viudas”.

El mar, que quita y da la vida, devolvió la barca, el candil y hasta una cesta llena de sardinas, pero…, ¡se quedó con el pescador!

Aquella noche, mientras en la playa lloraba su viuda; en altamar cantaban las sirenas…

 

FRENESÍ MORFOSINTÁCTICO, de Felipe Tenenbaum.

El viejo candil se había decidido a funcionar en el peor momento. Justo a tiempo para sorprender a unas vocecitas ebrias de caos en el interior de la bitácora del capitán. Las palabras resoplaban en las poses más perversas: borrachas de tinta y lamiéndose impúdicamente los acentos.

Al regresar a su sitio, cayeron tumultuosas y desordenadas. El capitán leyó, absorto, el estropicio resultante. Con las prisas, habían formado un poema pseudovanguardista. Con sus cesuras asimétricas y sus metonimias desmesuradas…

Intentó memorizarlo antes de que recuperasen su aburrida compostura original. Releyó dos versos. Y a mitad del tercero, el viento, celoso e iracundo, apagó el candil de un soplido.

 

FUGACIDAD, de Felipe Tenenbaum.

El viejo candil se había decidido a funcionar demasiado tarde. Los amantes efímeros ya estaban cubriéndose otra vez las vergüenzas…

 

 

ALTURA DE MIRA, de Francisco Ramírez Munuera.

El viejo candil se había decidido a funcionar. Los destellos de su mortecina luz apartaron la oscuridad de aquella cavidad natural, cuya entrada descubrió por casualidad el lugareño Modesto Cubillas.

La primera vez que don Marcelino Sanz de Sautuola y Pedrueca fue a la cueva quedó intrigado por sus pinturas rojizas, que no parecían obra humana. Tiempo después volvió allí con su hija María, siendo la niña quién distinguiera los bueyes rupestres en el techo de la gruta... Pero el gran valor de Altamira no fue reconocido hasta que años después un gabacho descubrió el Arte del Paleolítico Superior.

 

DE UNA VEZ, de Paquita Márquez.

El viejo candil se había decidido a funcionar cuando se me resbaló de las manos y las viejas maderas del suelo del altillo empezaron a arder. Después de mi forzado regreso al hogar paterno, me refugiaba en el antiguo desván huyendo de las incomodidades de la vieja casa: grifos que gotean toda la noche, ventanas que no cierran, mesas y sillas cojas, escalones que crujen, gatos que me bufan, los insoportables ronquidos de papá, los ruiditos desagradables que hace mamá con su dentadura postiza… Había decidido ir solucionando esos inconvenientes poco a poco, pero, huyendo del fuego, he pensado en eliminar todos de golpe.

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