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09 NOV

CONCURSO DE MICROS 23-24 DE ALI I TRUC. QUINCENA IV

Aquí tenéis los 24 relatos que empiezan con la frase «No me esperará dentro de la estación sino en la calle», comienzo de la novela "Mirafiori", de Manuel Jabois.

Con esta frase, inicio del libro Mirafiori, de Manuel Jabois, deben comenzar los relatos de esta primera quincena de la tercera temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de 24 relatos (ordenados alfabéticamente a partir del primero recibido) que, durante los días 10, 11 y 12 de octubre pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 13 de octubre en Onda Cero Elche,

 

ACTUALIZACIÓN: Una evz conocido el resultado, desvelamos podio y autoría de cada relato.

 

En cabeza hemos tenido un triple empate que se ha resuelto mediante la decisión del conductor del programa Más de uno Comarcas del Vinalopó, Felipe Canals.

 

Los dos finalistas han sido:

REENCUENTRO, de Felipe Tenenbaum

No me esperará dentro de la estación sino en la calle.

La última vez fue bajo techo. Huíamos de la guerra. Nos pidieron el pasaporte, los pasajes y demás documentación.

Lo siento, señorita. No puede viajar sin virginidad.

Se me habrá caído por el camino… repuso Natalia.

Por suerte el tren no salía hasta la madrugada. Buscamos durante horas sin fortuna. Al final, me recosté sobre un banco y cerré los ojos. Cuando los abrí, observé cómo Natalia partía en nuestro tren… con los ojos entornados y el gesto, perdido. Al tantearme los bolsillos supe que en un descuido, quizás mientras dormía, me había sustraído la mía.

Hoy volveremos a vernos.

 

CON SENTIDO, de Paquita Márquez.

No me esperará dentro de la estación, sino en la calle. Las personas del vagón a mi alrededor me miran con extrañeza, hasta que mi cuidador los saca de dudas. Entonces me sonríen y hasta me acarician. Es la primera vez que voy en tren y el ruido me altera.  Por fin se ha parado y, aunque estoy nervioso, guardo la compostura. Nos acercamos al punto de encuentro. Es joven, menuda y sonríe. Da las gracias a mi cuidador. Me sitúo a su lado, noto un movimiento en el arnés y sus manos, que me van recorriendo todo el cuerpo para conocerme. «Soy Nora»—me dice

Yo seré sus ojos.

 

Y el relato elegido ganador por el conductor del programa ha sido

VENGANZA, de Francisco Eugenio Crespo.

—No me esperará dentro de la estación sino en la calle.

—¿De qué estación hablamos?

—Metro.

—¿Cual?

—Escabeche.

—¿Qué salida?

—En la de la calle Mangui Churri, que hace esquina con Churri Mangui.

—¿Alguna identificación?

—Usted llevará un chaleco, sin camiseta, tatuajes en los brazos y un piercing en la nariz.

—Señor, no comprendo…

—Tranquilo, tiene cita en media hora con el tatuador.

—Pero señor…

—Suerte con la entrega, Agustín.

Pedro se alejó, y al pasar al lado de Chuso le dijo:

—¿Te dije que se la devolvería al cabrón de Agustín o no …?

 

El resto de relatos ordenados de menor a mayor puntuación son:

ENCUENTRO, de Margarita González.

¿No me esperará dentro de la estación sino en la calle?

Pero ¿cómo me reconocerá? Sería más fácil si me viese bajar del tren. Tal vez sea el único viajero.

Y… ¿cómo la reconoceré yo?

Han pasado más de cincuenta años y no soy el que fui. Ni pelo rojo ni complexión robusta; con los años he decrecido varios centímetros, estoy delgado y mi pelo perdura en las fotografías.

Le ruego lleve un sombrero, sé que le gustan; un sombrero y sabré desde lejos que es usted por mucho que haya cambiado.

No se lo confesaría, pero estoy muy asustado, temo el momento del encuentro.

 

ESPÉRAME SIEMPRE, de Marcelo Celave.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle. Esa es la forma que tiene de expresarme su descontento. No quiere verme bajar del tren sonriendo. Pero es que me cansé de vivir para los demás… marido, hijos, nietos, ¡basta! me dije: quiero recorrer el país de norte a sur y de este a oeste ¡sola! con mi libreta de viaje. Escribir, fotografiar, llenar mi alma de paisajes y personajes exóticos… y ¡lo conseguí! Me demostré a mí misma que a los 60 puedo.

—Te costará entenderlo, pero ¿sabes? si esta experiencia fue tan maravillosa es porque sabía que estarías esperándome al final, aunque sea fuera de la estación.

 

LA ENTREGA, de Martina Arreaza.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle.

Sería sospechoso y hasta provocativo, verlo allí pertrechado en aquella columna junto a la puerta principal como en otras ocasiones.

Yo saldré como todos los jueves a la calle en tan sólo diez minutos, allí te entregaré la mercancía; y ésta vez supongo que tendrás paciencia.

La última vez, tu inquietud te costó un año de reclusión.

 

REENCUENTRO II, de Felipe Tenenbaum.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle.

Así lo esperé yo el año pasado, luego de mi traición. Al salir con su equipaje a cuestas, el muy tonto me mira con odio y resentimiento, pero no me engaña. Por mucho que intente hacerse el dolido, sé que me sigue amando. Que me perdona. Aun así, ahora que se arrodilla y abre un pequeño cofrecito que esconde entre sus dedos, no puedo más que estremecerme. Luego me arrojo a sus brazos.

¡La has encontrado! lo abrazo. ¿Cómo?

Agacha la cabeza. Se muerde los labios. Confiesa: «Siempre tuve yo tu virginidad. Te la robé en sueños, que también vale».

 

Reencuentro III, de Felipe Tenenbaum.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle.

Se ha convertido en una tradición. Y para asegurarnos de que, esta vez, no surjan percances ni robos, guardamos ambos pudores dentro de una caja fuerte impenetrable. ¡Qué tontos! ¡Juntar dos inocencias, traviesas y lúdicas, a solas! Meses después, cuando por fin volvemos de París y desempacamos todas las maletas, ocurre lo previsible. Desde el fondo de la caja fuerte, asoma primero una manita y luego, el resto del cuerpo de un precioso niño.

 

SIN QUERER, de Paquita Márquez.

No me esperará en la estación, sino en la calle, lo sé. La estación es de todos, pero la calle es mía. Y ahí está. Intenté dejarla atrás, en aquel retiro terapeútico. Pero  ha vuelto. Y no quiero. Dos niños pasan corriendo, tropiezan conmigo. No quiero. Una mujer empuja su carrito de bebé. No quiero. Rodeo la valla del parque y oigo risas infantiles. No quiero. Pero mis rebeldes pasos ya están en sus paseos. Una pelota rueda hasta mis pies. La recojo. Unos ojazos negros me miran y sonríen. No quiero. Se la tiendo. No quiero.

¿Te gustan las chuches?

Los ojazos miran dudosos, la cabeza asiente.

¡Quiero!

 

CÓMO YO TE QUIERO, DUFI

No me esperará dentro de la estación sino en la calle, como cada día cuando vuelvo de la oficina, sentado sobre sus patas traseras me mirará con sus ojitos vivaces.

‒Pero, ¿qué pasa? No está, no lo veo bajo la higuera de siempre, frente a la farmacia. Esa aglomeración… ¿¿¿qué pasa???

‒Un perrito se largó a cruzar la calle cuando vio a alguien conocido y venía un coche a doscientos… y se lo llevó fatalmente.

‒¡Dufi! ¡¡¡No!!!

‒No, el perrito está bien, lo están cuidando los de la ambulancia. Al que atropellaron fue un señor mayor que viendo que el chucho se lanzaba, corrió detrás de él.

‒Ahhh… gracias a dios…

 

EL ENCUENTRO PERFECTO, de Ana Medina

No me esperará dentro de la estación sino en la calle. Aquellos encuentros ya eran insostenibles. Cuarenta y cinco minutos de tren para encontrarme con mi amante resultaba peligroso. Cada vez se me hacía más difícil mentir; me sentía mal haciéndolo.

Al bajar del tren mientras lo esperaba, me decía a mí misma. ¡Esto tiene que terminar!, hoy mismo le diré que debemos cortar esta maliciosa relación que nos conduce únicamente al desastre. Pero cuando llegaba, con su camisa celeste y su sonrisa de triunfador, yo me deshacía pensando en sus besos. — Después de aquella tarde fogosa, pensé, se lo digo ahora o espero al próximo encuentro.

 

SUFRE, CAPULLO, de Marcelo Celave.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle ¡Menos mal! Porque me hago la que no va conmigo y listo. Desde que lo dejé parece enajenado; el otro día me esperó a la salida de Atocha con una pancarta: ¡Perdón, Amaya! Claro, ahora pide perdón, pero el muy cerdo ni lo pensó cuando se acostó con mi mejor amiga. Anteayer estaba ¡disfrazado de nazareno! autoflagelándose la espalda con un látigo de puntas. Y ayer fue el colmo; me esperó totalmente desnudo con un cartel que decía: «Así estoy por ti, Amaya». Mientras la policía se lo llevaba yo comentaba con otras personas:

—Pobre hombre, ¿estará sufriendo un desamor?

 

ÉRASE QUE SE ERA… , de Paquita Márquez.

No me esperará en la estación, sino en la calle, medio escondido tras el enorme ficus que da sombra a la entrada. Los dos sabemos que de momento debemos pasar desapercibidos, porque cabe la posibilidad de que alguien nos reconozca antes de lo previsto. Yo le he dicho a Bella que era un incómodo viaje de negocios, y estoy seguro que Florián le ha puesto a Blancanieves una excusa parecida. Lo importante es que podremos por fin abrazarnos, porque solo uno en los brazos del otro encontraremos fuerzas suficientes para huir de estos cuentos que nos aprisionan…

 

LA CALLE, de Martina Arreaza.

No me esperará en la estación sino en la calle.

Había nieve en su rostro, su cuerpo apenas cubierto por un raído abrigo, sus manos tan heladas, que apenas si acariciaban aquellas humildes teclas. Y aquella mirada ardiente… que encandilaba y atrapaba a transeúntes ávidos de aquella suave y triste melodía, que no cesaba de sonar.

Ese era su lugar, ahí le conocí.  Y en aquel cruce de miradas, pude leer en sus ojos:

¡Siempre te esperaré en la calle!

 

MEMORIA, de Francisco Eugenio Crespo.

«No me esperará dentro de la estación sino en la calle».

Eso me dijo y yo me lo escribí en el brazo, puesto que estoy falto de memoria últimamente, no sé por qué. De vez en cuando lo vuelvo a leer, y me he puesto la alarma del móvil para saber exactamente cuando llega. He sido su guardaespaldas los últimos veinticinco años. No soportaría que le pasara nada. Suena la alarma… me miro el brazo… con el sudor se me ha borrado lo que escribí. Me pongo nervioso. Entro en la estación… oigo tiros fuera, en la calle… Salgo. Mi jefe está tendido en el suelo…

 

AVES MIGRATORIAS, de Raquel Zaragoza.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle. Como todos los días, sentado en el banco en el que veranea, el trotamundos acariciando su guitarra, me dirá: «Princesa, por una sonrisa…, te regalo un poema». Entonces, mis labios esbozarán una tenue sonrisa, lo escucharé atentamente y le daré unas monedas. Luego, seducida por la calidez de sus metáforas, me alejaré con torpeza, presintiendo su sonrisa a mis espaldas.

Poco después, desde la jaula de cristal en que habito, le envidiaré por ser libre como las aves migratorias; mientras yo me siento tan infeliz, como una ninfa encerrada.

 

CONCORDIA, de María Ángeles Vaíllo

No me esperará dentro de la estación sino en la calle, quiero ver su cara de sorpresa, bajo un cielo sereno sin bombas… Soy corresponsal de guerra en oriente próximo.

Hace dos años que no me ve, conozco a mi hermana y sé que lo pasa mal, siempre pendiente de mí. Nos quedamos huérfanos muy jóvenes, eso nos unió más, compartimos el hogar de nuestros padres…

Ella sentada en un banco lo ve llegar, la maleta en una mano, en la otra, dos niños: un palestino y un israelí.

Dos almas inocentes, que no entienden de banderas ni de territorios, los hermanos piensan al unísono ¡Sembraremos la Paz en sus corazones!

 

DEMORAS, de Rafa Olivares.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle, en la terraza del restaurante de la esquina. Viene desde la otra parte de España y es nuestra primera cita. Llego con una hora de retraso. Kathy, espléndida, ya está sentada. No parece molesta ni ofendida. Le presento mil excusas, a cuál más burda e increíble, que ella escucha sin perder la sonrisa. Me flagelo pidiendo los platos más caros y los mejores vinos, sin dejar de disculparme por el retraso. Ya en los postres, Kathy me dice:

—No insistas más, Carlos, no te preocupes, no tiene importancia. El amigo que nos presentó por facebook te diría que cobro por horas

 

LA ESTACIÓN DEL OLVIDO, de Ana Medina.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle. Cuando el tren se detuvo, por un instante pensé entrar dentro de la estación para resguardarme de la lluvia. Pero me quedé allí, en el andén, leyendo las grandes letras pardas sobre la pérgola de hierro forjado, mientras el tren nuevamente se ponía en marcha. Cuando me giré a mirarlo solo alcancé a ver unas lucecillas rojas perdidas en la oscuridad. Salí a la calle y me quedé esperando. El jefe de la estación se acercó preguntándome ¿le pido un taxi? —No le contesté, subiré en el próximo tren de regreso a la ciudad.

 

FERROVIARIOS, de Raquel Zaragoza.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle. Mi perenne amigo siempre me espera fuera.

Cuando llegue, me sentaré bajo el viejo ficus de la Renfe, de raíces tan enredadas como las tribulaciones de un maquinista sin tren. Allí, compartiré con él mis emociones contrapuestas…

Mañana, después de cuarenta años, ya estaré fuera de servicio: Libre de bifurcaciones. Libre de uniformes, de horarios establecidos, de trayectos obligatorios y de terminales impuestas. Libre, libre para vivir «a todo tren»; pero…, ¿Cómo podré conducir mi destino sin las vías férreas?

 

JUSTICIA, de María del Pilar Cerezo

No me esperará dentro de la estación sino en la calle, junto al quiosco de la Once que hay en la puerta este de Atocha. De allí iremos andando por el paseo de las delicias hasta la entrada sur del edificio Sabatini. A esa hora, los cientos de turistas que se agolpa para las últimas horas gratuitas, nos servirán para diluirnos entre la multitud del museo sin apenas ser vistos. Una vez dentro, nuestro objetivo está en la sala 206. Sigilosos, haremos justicia a la memoria del abuelo y a tantos miles que perecieron aquel día.

Después seguramente no volvamos a vernos y difícilmente nos olvidaran.

 

NO HAY OTRA OPORTUNIDAD, de José Manuel Rodríguez.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle, cual Penélope a su amado, así lo soñaba escuchando a Serrat. Lástima de vida la mía, acabada en el susurro de un estornudo cuando iba a recogerte, en la llama de un cigarro al encenderlo y en darle voz a la música del radiocasete, coger el móvil para contestar el wasap y ¡zas! cambias de casa. Parapléjicos de Toledo o el cementerio. La vida, un suspiro descuidado, negligente y humano, tanto como tonta y efímera la atención. Mientras, montones de Penélope esperan a la salida de una estación, plaza, teatro, cine o un bar. Ahogadas las ilusiones por el plantón.

 

CONTRASEÑA, de Francisco Eugenio Crespo.

«No me esperará dentro de la estación sino en la calle».

Eso fue lo que me dijo. Y aquí estoy yo en la calle, esperando más de media hora, y no viene nadie. La calle es muy grande, la estación tiene tres salidas. Yo estoy en la principal. Al fin lo veo aparecer a mi jefe. Está rojo y tiene un semblante de enfado manifiesto.

—¿Qué le dije, Martínez?

—Qué le esperará fuera, señor.

—Esa era la «contraseña» que le tenía que decir «nuestro hombre» dentro de la estación, para reconocerlo y proceder al intercambio. Pero como usted estaba en la calle hemos perdido la oportunidad.

 

DESASTRE, de José Manuel Rodríguez.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle. Ya no estaba cuando llegué, no se lo reprocho, merezco el desdén de su enfado y huida. Aunque me hará aprender, la vida se escapa por momentos perdidos y se debilita con excusas manidas. Ella no las aceptará, no se las daré. Debería llamarla y pedirle disculpas, sería lo sensato.

―Amor perdona que me retrasara, no tengo disculpa.

―¿Qué intentas decirme?

―Solo quiero una segunda oportunidad, seguro que no la desaprovechare.

―Pero…

―Déjame decirte que estaré mañana a la misma hora en el mismo sitio de hoy.

―Esa sería la primera oportunidad, mañana, la cita es mañana no hoy.

 

 

Además, fuera de concurso por problemas de la organización:

LLOVIENDO, de Silvia Espina

No me esperará dentro de la estación sino en la calle y llevará un ramo de flores blancas para reconocerlo. Así habíamos acordado, a la antigua usanza.

Aguardé bajo la lluvia casi una hora y al comprender que no llegaría, desolada, me dirigí al hotel que habíamos reservado frente a la estación.

En los días siguientes, no recibí noticia alguna y tampoco pude ubicarlo; entonces decidí marcharme.

Antes de subir al tren, me detuve a comprar una golosina para el viaje.  — ¡Qué tiempo, señorita! — comentó el vendedor — ¡Sigue lloviendo desde el día en que el autobús atropelló a aquel joven… ese que llevaba un ramo de flores!

 

CITA A CIEGAS, de Américo Fojo.

No me esperará dentro de la estación sino en la calle. Buscaba en esa cita una experiencia nueva, alguien que diera otro sentido a mi vida rutinaria y aburrida.

De pie en la acera aguardé ansiosa hasta que, un cuarto de hora después, escuché que alguien me llamaba desde una camioneta; tenía los cristales entintados y no pude distinguir quien conducía, pero conocía mi nombre y eso era suficiente. Me acerqué sonriendo.

Un empujón en la espalda me lanzó hacia la puerta corrediza que estaba abierta y alguien me tiró hacia adentro. Luego de la sorpresa, mi terror llegó al clímax cuando pusieron en mi cabeza una bolsa de tela negra.

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