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27 JUN

CONCURSO DE MICROS 23-24 DE ALI I TRUC. QUINCENA XIX

Aquí tenéis los 19 relatos que empiezan con la frase «Tenía un mal presentimiento», comienzo de "Nación neandertal", de Juan José Gómez Cadenas.

Con esta frase, inicio de la novela Nación neandertal, de Juan José Gómez Cadenas, deben comenzar los relatos de esta decimonovena quincena de la tercera temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de diecinueve relatos que os presentamos ordenados alfabéticamente a partir del primero recibido. Durante los días 28, 29 y 30 de junio pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 1 de julio en Onda Cero Elche.

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el resultado, desvelamos podio y autoría de los relatos.

En tercer lugar:

MANEKI, de Américo Fojo.

Tenía un mal presentimiento cuando desperté en medio de la noche, con la garganta seca y empapado en sudor. En la oscuridad del cuarto brillaba el gato chino de plástico dorado, ese que saluda risueño, subiendo y bajando su pata.

Pero esta vez el gato no sonreía y además mostraba las garras en su pata saludadora. Lo terrible fue cuando me habló, con voz amarga y amenazante: «soy un testigo implacable y sé cosas de ti que deberían avergonzarte».

Eso fue demasiado; me tapé la cabeza con la almohada y prometí no comer nunca más wantán fritos para la cena.    

 

En segunda posición empatado a puntos con el primero:

EL TORNEO, de Silvia Espina.

Tenía un mal presentimiento cuando acepté participar en el torneo interno de la oficina, sin haber siquiera tocado un palo de golf en mi vida. Luego habría un almuerzo y al final, en acto solemne, nombrarían a los dichosos que ascenderían a los principales puestos de la empresa.

Yo estaba rankeado para alcanzar el ansiado cargo de director financiero.

El día del evento, al efectuar mi primer golpe con la madera 3, por consejo de los expertos, la pelotita subió por los aires y terminó su recorrido en la mandíbula inferior de la esposa del presidente del Directorio, quién se desplomó por el golpe.

 

Y en primera posición gracias a los votos del público, la metaliteraura de:

OBRA MAESTRA, de Felipe Tenenbaum.

Tenía un mal presentimiento. Era el mejor microrrelato que hubiese imaginado jamás. Tierno y mordaz al mismo tiempo. Con una pizca de compromiso social y otra, del más puro modernismo. La vuelta de tuerca, justo después del anticlímax. Y el desarrollo, repleto de figuras retóricas. Acompañaba a la historia, como un hilo subterráneo de significados inciertos (amenazando con eclosionar al menor descuido), un léxico oscuro, pletórico de tecnicismos y a la vez, simple y llano. Como la vida misma. Sí. Sin duda, tenía un mal presentimiento. ¿Y si al final se me agotaban las cien palabras antes de empezar a redactarlo?

 

El resto de relatos en orden alfabético desde el primero que recibimos:

SUTILEZA, de Felipe Tenenbaum.

Tenía un mal presentimiento. Que los griegos se marcharan así, sin más, luego de tantos y tantos años de sitio. Que nos dejaran ese sospechosísimo caballo gigante. Las profecías de Tiresias. Mis propios sueños premonitorios con Troya ardiendo. También, aquellos extraños murmullos que provenían desde dentro de la construcción lignosa. Todo me causaba mala espina. Mis vecinos me llamaban alarmista, pesimista y demás adjetivos terminandos “ista”. Pero… ¿qué queréis que os diga? Aquella enorme bandera que adornaba al caballo rezando: “¡Muerte a los troyanos!”. No sé. Me hacía sospechar.

 

VINTAGE, de Galatea.

Tenía un mal presentimiento. Ramón conducía hacia el apartamento vacacional que   prometía descanso y siestas acunadas por las olas.  «Mucha prisa me di en pagar».  

Llegó a una mole junto a un acantilado, rodeada por un jardín con ínfulas de lujo y relax. Más allá, la nada.  

Al traspasar el umbral, un rostro perfecto le recibió desde una pantalla.

—Soy Ester, su asistente virtual. Deje su DNI en el lector, póngase las gafas de la bandeja inteligente; así sus deseos serán atendidos desde la central. El registro se completará con el reconocimiento facial.

«Vintage, tenía que haber clicado vintage»

 

BICHOS, de Mariam Vicente.

Tenía un mal presentimiento. Todo estaba demasiado silencioso. Aun así, me atreví a asomar la cabeza. Nadie. Puede que todo fueran manías mías.

Salí al pasillo en tensión, pero no se oía ni el vuelo de una mosca, y me relajé. Necesitaba comida urgente, y eché una carrerita.

Alcancé la cocina sin contratiempos, y fue entonces cuando lo oí, parecían pisadas. Me pegué a la pared y contuve la respiración. No me verían si no me movía.

De repente aquel golpe a traición, el que acabó con mi proverbial inmortalidad. Lo último que escuché fueron las palabras alegres del niño:

—¡Papá! ¡Maté una cucaracha!

 

CRÓNICA, de Margarita González.

Tenía un mal presentimiento. A pesar del estruendoso silencio y la belleza del lugar, me invadía la inquietud de una presencia. Me había alejado mucho, el paraje era solitario y, sin embargo, había un aroma en el aire que desentonaba, que daba miedo y encogía el corazón.

Continué la búsqueda bajando hacia el valle con precaución. Cada vez sentía más opresión en el pecho. En un recodo tropecé ¿una piedra en el sendero?... no.

Era ella, en el suelo, boca abajo. Todo había sucedido allí,

 

DERECHOS Y DEBERES, de Paquita Márquez.

Tenía un mal presentimiento: había soñado que mi niña volaba… y se perdía para siempre entre las nubes. Nunca imaginé que la pesadilla estaba a punto de cumplirse: tras las angustiosas súplicas, los inútiles ruegos del padre y el océano de lágrimas vertidas, mi preciosa hijita, abrazada a su muñeca de trapo, subió, casi arrastrada por él, al avión del patrón…

 

DETRÁS DEL VISILLO, de Raquel Zaragoza.

Tenía un mal presentimiento. Caía la noche, y amenazaba tormenta cuando “Él” se fue con la moto.

La cabeza me estaba a punto de estallar:

¿Y si llueve?

¿Y si llueve y tiene un accidente?

¿Y si tiene un accidente y lo llevan al hospital?

¿Y si lo llevan al hospital y una enfermera guapísima lo atiende?

¿Y si una enfermera guapísima lo atiende y se enamoran?

¿Y si se enamoran, se casan y se van a vivir a otro lugar?

¿Y si mi vecino se va a vivir a otro lugar…?

¡¿A quién coño voy a espiar?!

 

EL SALTO, de Francisco Eugenio Crespo.

Tenía un mal presentimiento. Desde que me dijeron que íbamos a saltar en paracaídas no cesaba de dar vueltas al asunto. Mi mujer quería hacer algo diferente en nuestra boda, y no se le ocurrió otra cosa que saltar a tres mil metros de altitud.

Yo estaba muy nervioso mientras que ella estaba rara… suponía que nerviosa también.

El momento llegó. Cogidos de la mano nos lanzamos desde el avión. En algún momento ella me soltó y abrió su paracaídas. El mío no se abría.

‒¡Lo siento cariño!, no quiero casarme contigo, no estoy prepa…

Y el suelo me absorbió…

 

EN UN PRINCIPIO, de Paquita Márquez.

Tenía un mal presentimiento. Tras seis días de duro trabajo, su última obra lo dejó un tanto inquieto. Todo era perfecto en aquel universo; el primer hombre y la primera mujer rayaban en la absoluta perfección. Les había dotado de todo lo bello, de todo lo bueno, de todo lo que merecía la pena, hasta del libre albedrío… Y eso era precisamente lo que le inquietaba… De momento ya sabía que iban a optar por saltarse una sencilla norma… ¿De qué serían capaces en el futuro?

Movió meditabundo la cabeza y prefirió no recurrir a su superpoder de predicción…

 

FELICIDAD, de Francisco Eugenio Crespo.

‒Tenía un mal presentimiento. Hacía ya mucho tiempo que mi mujer no quería tener relaciones sexuales conmigo, siempre esquivándome, poniendo excusas, quitándole importancia al asunto. Además, yo la veía muy contenta, de hecho, podría asegurar que era más feliz que nunca desde que estábamos juntos. Después de varios meses buscando indicios de una posible aventura, descubrí que su ropa interior estaba muy mojada, con un olor dulzón…

‒¿Entonces lo confirmaste?, te estaba engañando con otro…

‒No exactamente. Se había comprado un perro. Los armarios de la cocina estaban llenos de mermelada. Lo que no sé es dónde cojones lo tenía escondido…

 

FIESTA SORPRESA, de Felipe Tenenbaum.

Tenía un mal presentimiento. Ayer no era mi cumpleaños. Y ese globo tan pequeño, raro y alargado…, nunca había visto algo así. Encima se ve que a Purita no le salió bien lo de prepararme una fiesta sorpresa porque vino solo un señor, el que encontré escondido detrás del sofá. Según ella era un amigo mío de la infancia que no recordaba. En fin, tampoco la saqué de su error. Pobrecita. Con lo que se había esforzado en prepararme todo. Además, el desconocido resultó ser majo. No cualquiera se hubiese ofrecido a quedarse toda la noche ayudando a mi Purita a recogerlo todo.

 

LA VIDA EN EL CAMPO, de Inmaculada Micó.

“Tenía un mal presentimiento”. Cuando entré en casa noté que algo no marchaba bien. Pensé en mi madre: “Algún día te pasará algo por tu manía de vivir sola en el campo”.

Encendí la luz temblando. Cogí de nuevo el bastón de madera del paragüero y crucé sigilosamente el salón y el pasillo. La puerta de la habitación estaba entreabierta y había sangre.  Llegaba hasta la ventana que daba al jardín y el armario estaba “vacío”.

-¡Joder, joder!- dije soltando el bastón- ¿Dónde se habrá metido el muy imbécil? ¡No puede ser! Si esta mañana el cráneo sonó como si abriera un coco…

 

MUERTE INMINENTE, de Francisco Eugenio Crespo.

Tenía un mal presentimiento: iba a morir. Estaba atado de pies y manos, con un arma en la boca. Mi destino se aparecía ante mí en forma de indigna sepultura. En el último suspiro visualizaba mi vida completa. Desde niño siempre me gustó ir con los “malotes”, metiéndome en el mundo de la droga con solo once años. He vivido muy bien desde entonces, sin faltarme de nada. Pero observar como distribuíamos la mercancía en el instituto, a unos niños tan pequeños … removió mi conciencia y confesé todo a la policía.

El jefe de policía, metido en el ajo, aprieta el gatillo…

 

NO ES NO, de Isabel Núñez de Arenas.

Tenía un mal presentimiento, mi cuerpo comenzó a comprimirse hasta casi impedirme respirar. No, no iba a hacerlo. Me pregunté si me lo había pedido como favor “especial“ ¿o fui yo quien lo registró como algo impositivo? ¡Tenía que rebelarme, pues iba en contra de mis principios! seguro que el hecho de ser mujer a él lo ha envalentonado. ¡Qué falta de respeto!

Me prometí que nunca más volvería a hacer algo tan “calenturiento”. Pese a su inquina, prefiero pasar hambre. 

Inhalo, exhalo, inhalo… Juro que nunca más, ¡jamás!, nunca volveré a hacer una tortilla de patatas. Sonrío, exhalo, me relajo… 

 

SEXTO SENTIDO, de Raquel Zaragoza.

Tenía un mal presentimiento sobre nuestra relación. Sergio y yo habíamos discutido porque yo intuía que me engañaba; su única respuesta, antes de irse, fue llamarme loca.

Cuando arrancó el coche, supe que aquel sería el último día que lo veía. Le llamé mil veces hasta que, por fin, escuché su voz:

─¿Qué quieres? ─me preguntó con voz queda.

─A ti ─respondí─, poco antes de perder la cobertura…

Una hora después, dos policías me comunicaban que Sergio había tenido un fatal accidente por hablar por el móvil mientras conducía.

Nunca volví a verlo. ¿Y si mi instinto nunca falla…? ¡Seguro que se veía con otra!

 

BAILE DE ESPUMA, de Paquita Márquez.

Tenía un mal presentimiento. Era demasiado hermoso que a tan temprana edad el mundo entero se rindiera ante su danza, esa en la que cada tarde parecía volar.

Aquel día, tras aquella maldita curva, hizo que su mundo girara al revés.

Ahora es ella la que gira el esbelto cuello para mirar las profundas heridas que las ruedas de su silla van dejando en la arena. Cierra los ojos mientras el agua la va cubriendo y se pregunta cuánto tiempo deberá pasar hasta que su cuerpo se convierta en espuma y pueda danzar volando sobre las olas.

 

SUPERSTICIONES, de Raquel Zaragoza.

Tenía un mal presentimiento. El horóscopo le traía malos augurios. Aquel martes, trece, Félix se había levantado con el pie izquierdo. Durante el desayuno se le derramó la sal del salero y llegando al aeropuerto un coche, al adelantarle, le rompió el espejo retrovisor izquierdo.

Algo le decía que no debería subir al avión, pero lo hizo porque llevaba consigo su infalible amuleto de la suerte.

Poco después del fatal accidente aéreo, los titulares de la prensa anunciaban:

“IDENTIFICADO UN CADÁVER GRACIAS AL TATUAJE DE UNA PATA DE CONEJO”.

 

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