Con esta frase, inicio de la novela El tiempo de las fieras, de Víctor del Árbol, deben comenzar los relatos de esta segunda quincena de la cuarta temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.
Hemos recibido un total de dieciocho relatos que os presentamos ordenados alfabéticamente a partir del primero recibido. Durante los días 20, 21 y 22 de septiembre pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 23 de septiembre en Onda Cero Elche de mano de Víctor del Árbol.
ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el veredicto de Víctor del Árbol, desvelamos podio y autoría:
Los relatos finalistas han sido:
FUTURO, de Margarita González.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, la enorme nave parece inerte, sin control. Cambio mi rumbo y evito el choque. Luego me acerco a ella hasta su cobertura de metal y, despacio, la exploro sin salir de la cápsula buscando un resquicio para entrar.
Nada por fuera, ni movimientos, ni rayos, ni luces. Nada por dentro, solo adivino por dentro; sólo adivino grandes hojas de árboles pegadas a los cristales del jardín botánico, tal vez hojas de cedros. Observo una especie de pintura pegada a la superficie. Tomo varias muestras con mis sensores, las analizo. Son manchas viejas y secas de sangre humana.
APROVECHABLE AL CIEN POR CIEN, de Paquita Márquez
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio como si fueran extraños vilanos centelleantes movidos por el viento, éste podía ser cualquier restaurante de lujo ¡¡con una increíble oferta imposible de resistir!!
—¿Qué son? —le pregunto al camarero cuando me sirve un maravilloso suflé.
—Drones informativos de última generación.
—¿Y de qué informan?
—De la histología de cada comensal, compatibilidades e incompatibilidades, datos y anomalías genéticas…
—¡Pero… ¿para qué?!
—Enseguida se dará cuenta de que éste no es un restaurante cualquiera, señorita, sino un centro de extracción y trasplante de órganos. Puedo asegurarle que usted ronda la perfección. Por favor, termínese este especial y delicioso suflé…
Y el ganador, elegido por Víctor del Árbol, es:
NUNCA DEJES CAER UN LIBRO, de Felipe Tenenbaum.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, el resto del tren de Phileas Fogg, seguía rígido. El techo de su vagón, enterrado entre las copas de dos alerces y la locomotora con las tripas al aire como tortuga que ha volcado y le pesa el caparazón.
Phileas Fogg se incorporó entre los rieles deformados y miró su reloj de bolsillo. Con este contratiempo ya no llegaría a tiempo.
Muy lejos del accidente de Calcuta, en otro mundo y dimensión, la niña que había tropezado con el clásico de Verne, lamentaba haber provocado semejante caos en el mundo ficcional aunque… quien más lo lamentaba, naturalmente, era Mr. Fogg.
EL resto de relatos, ordenados alfabéticamente a partir del primero recibido:
OPORTUNIDAD, de Paquita Márquez.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio y el cono de luz que dibuja el faro de la bicicleta, no se distingue nada más en esta oscura noche. Previsor en todo, pintaste los radios con pintura fosforescente para hacerte bien visible a estas horas. Miro esa curiosa imagen de radios y cono viniendo hacia el acantilado. Eres el hombre calculador que consiguió todo lo que había previsto. Pero no previniste el odio que generas en tu entorno con tus insufribles exigencias. Por eso, todos se “lamentarán” del fatal accidente, aunque nadie crea que no calcularas el riesgo de pedalear cerca del acantilado. Pero todos callarán, seguro.
PARADOJA, de Paquita Márquez.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, creería estar en la llanura donde nací. Ante mí, extensas plantaciones florales que, alineadas, se pierden de vista hasta converger en un horizonte rojizo perfectamente definido. Miré al supervisor y le interrogué con la mirada.
—Son los nuevos drones de vigilancia, majestad. No nos podemos arriesgar a que los humanos puedan eliminarnos del planeta. Hemos creado esta plataforma espacial llena de plantas con flores que nos permitan cumplir con nuestra importantísima misión de conservar la vida, incluida la humana. Vuelva a su realera, majestad: los zánganos están esperándola y las obreras pronto inundarán las celdillas con su delicioso néctar…
PRUEBA, de Francisco Eugenio Crespo.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio no había nada que llamara la atención. ¿A quién cojones se le había ocurrido probar cómo se comporta una bicicleta en el espacio?, y lo más importante: ¿A quién le importa?
Desde que James supo de su misión al espacio estaba confundido: «Me envían en un cohete… con mi bici». Parecía surrealista. Allí estaba, observando su bicicleta ahí fuera, a través de la escotilla… no pudo aguantar más, abrió la compuerta y salió decidido a por ella… muriendo al instante, porque en lugar de ponerse el casco de astronauta, se había puesto el de la bici…
REALISMO MÁGICO, de Raquel Zaragoza.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio todo permanecía inmóvil y en silencio. Tal como vivía el pequeño Nico, antes de irse al cielo.
Durante once años, él y su preciada «Space-chair» fueron inseparables; por eso, ahora que él ya no está, ella lo extraña y lo hace con la misma tristeza que lo haría un perro huérfano de amo. La silla de ruedas deambula por el espacio en espera de que Nico la requiera para cumplir su gran sueño: pasear entre nubes de algodón; pero él ya no la necesita porque ahora… ¡tiene alas!
SIN SALIDA, de Vicente Miguel Díaz Boix.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, nadie habría sospechado nunca que la vida humana seguía librando la casi perdida batalla de la propia existencia. Las luces exteriores, encendidas, continuaban marcando la posición de la nave. Todo había acontecido de forma rápida, sin tiempo para preparar una evacuación apropiada al grave problema que se presentaba: la vida misma, en su más pura expresión. El silencio reinaba en los pasillos de frías paredes metálicas como si todo estuviera perdido, como si nada fuera posible ya. En la oscuridad del espacio infinito, solo el movimiento de aquellas ruedas gravitacionales nos alejaba de la nada.
SORPRESAS, de Mariam Vicente.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, por un momento, todo se detuvo, hasta el tiempo. El hombre bajó del coche con el corazón a punto de salírsele del pecho.
La bicicleta yacía de costado, a su lado el niño desmadejado mostraba sangre sobre la ropa. Al verlo el hombre sintió que la vida se le escapaba, no quería acercarse, no quería verificar lo inevitable. Y se quedó apoyado en el coche, un segundo tan solo, mientras se iba quedando lívido.
Entonces el niño dio un salto, y exclamó riendo a carcajadas:
—¡Bu! ¡Te he asustado!
Para entonces, su padre ya había sucumbido a un fulminante infarto.
SUCEDIÓ HACE UN PAR DE DÍAS, de Felipe Tenenbaum.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, todo era caos en el universo moribundo. Solo los grandes anillos del destino seguían con su tarea divina. El Apocalipsis… EL APOCALIPSIS CON MAYÚSCULAS… lo arrasaba todo. Seguramente Jehová se había hartado de nuestras interminables guerras y por eso daba fin a nuestra civilización.
Cuando el caballero esquelético la apuntó con su lanza fantasmal, María no sabía bien cómo defenderse. A sus pies solo yacía un reloj de cuerda, un globo terráqueo y decenas de libros ardiendo.
Y de pronto, la idea salvadora. Mientras la niña daba cuerda al globo terráqueo con sus dedos inocentes, la omnipotencia sentenció conmovida:
—¡Sea!
CARROS DE FUEGO, de Raquel Zaragoza.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio y la banda sonora de «Vangelis» no se oía nada más. Aquella utópica noche, en aquella mágica playa… ¡enmudecieron hasta las olas del mar!
En esta ocasión, no fue el Profeta Elías sino Eirene, la Diosa de la paz, quien ascendió al cielo, donde unos carros tirados por caballos de fuego la esperaban para salvar a la humanidad. La diosa llenó los carros con un millón de destellantes estrellas, y con ellas fue sembrando de ilusiones las ciudades asoladas por la guerra…, donde muy pronto se cosechará la Paz.
CONTACTOS FUERA DE COBERTURA, de Mari Bastida.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio la luz del Sol, y algún cometa errante, nada se mueve tan rápido como mis pensamientos más profundos. Cuando se liberan del espacio físico que los retienen, marchan a tal velocidad que es imposible controlarlos. Me sucede cuando me encuentro en estado de letargo. El caso es que parece que tropiezan con otros pensamientos fuera de este marco tridimensional. Se deben comunicar entre sí porque cuando regresan, vuelven cargados de información y empiezo a rellenar algunos espacios vacíos. El resto, se pierde por el camino o es un enigma al que nuestro nivel de conciencia aún no ha logrado llegar.
CORAZÓN DE MADRE, de Felipe Tenenbaum.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, destartaladas, el resto del carrito del bebé parecía entero. Milagrosamente, intacto. El interior, por supuesto, seguía siendo un misterio. La madre se aproximó con el corazón en un puño. El cochecito se había precipitado por las escaleras en cámara lenta, como en película antigua. Primero un escalón, luego el siguiente. Y otro más. Cada descenso, eterno y agónico.
Ella lo perseguía. Sí. Pero más lento. A paso de madre que es el más rápido del mundo, pero no tanto como el destino. Finalmente, lo levantó en brazos.
—Maldito niño del demonio. Tercera vez que lo tiro y ni un rasguño.
DISTOPÍA, de Raquel Zaragoza.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, el resto de la basura espacial resultaba difícil de identificar. La contaminación había llegado demasiado lejos, tanto que La Tierra resultaba un lugar inhabitable.
La nave espacial «Survivors», al igual que el Arca de Noé, se llenó con una pareja de animales de cada especie. No dejaron nada al azar: estaba programada para que al aterrizar en el nuevo planeta no hubiese sobrevivido nadie de su tripulación. Era un hecho: sin actividad humana, los animales tendrían más oportunidades para sobrevivir:
Había llegado la era de las bestias.
DOPAJE, de Francisco Eugenio Crespo.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio no escuchaba nada. Apenas veía. Pedaleaba veloz con su bicicleta aerodinámica. El médico le dijo por la mañana:
—Te voy a inyectar algo que te va a poner como un caballo. No se detecta en los análisis. Cuidado, puesto que disminuirá tu sensibilidad al dolor.
Al cabo de cinco minutos se sentía «Babieca». A los cinco kilómetros ya iba escapado del pelotón…
Llegó a meta solo, cruzándola sin esfuerzo, pero con una sensación rara en el trasero.
Algo iba mal… nadie se alegró. Los espectadores estaban gritando pidiendo una ambulancia.
—¡Ha llegado sin sillín! —escuchó antes de desmayarse.
EN LA CONSULTA, de Ignacio Fernández Perandones.
—Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio, mis pensamientos —cuando tratan de mí— jamás son alcanzados por nadie, y eso me produce ansiedad.
—Y su familia, ¿qué opina?
—Sólo tengo una hermana, que pasa de mí.
—¿En qué trabaja ella?
—No lo sé muy bien, orienta a la gente
—¿Psicóloga?
—Eso. ¿Cómo lo sabe?
—Manolo, por favor, mírame al menos.
—¡Adela!
—La misma, y no paso de ti. Cinco wasaps te he enviado esta semana y ninguno contestado. El diagnóstico es claro: eres un perfecto egoísta.
—Gracias, hermana, quizá necesitaba que alguien me lo dijera a la cara.
—Son cincuenta euros la consulta.
ENFADO, de Francisco Eugenio Crespo.
Excepto por los radios de las ruedas girando en el espacio no pensaba en nada. Siempre le ocurría lo mismo. Se enfadaba con su mujer, por una nimiedad, pero llegaban a lanzarse miradas de odio y suspiros huracanados. Entonces cogía su bicicleta, salía a la calle y pedaleaba hasta donde llegara.
Después de tres horas regresó. Antes de introducir la llave su mujer abrió la puerta. Llevaba puesta la bata azul que tanto le gustaba. Una ráfaga de aire dejó entrever que no tenía nada debajo…
—Cariño, ¿hacemos las paces?
—¡Y una mierda!, ¡has quemado mi ropa interior en la secadora! ¿O no te acuerdas de por qué discutíamos?