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04 NOV

RELATOS III QUINCENA DEL CONCURSO ALI I TRUC

Estos son los 37 relatos que participan en la 3ª semana de nuestro concurso de micro, que han de comenzar con la frase «Como un gato».

A continuación, en orden alfabético a partir del primer relato que nos llegó, os ofrecemos los microcuentos que participan en la tercera quincena de nuestro concurso. Os recordamos que eran relatos que debían comenzar con la primera frase del libro recomendado hace dos semanas en la sección que tenemos en Onda Cero Elche, que fue Panza de burro de Andrea Abreu.

De aquí hasta el domingo 7 de noviembre a las 14:00 podéis votar vuestros tres relatos favoritos con 3, 2 y 1 puntos y enviar esa puntuación a la dirección de correo david@aliitruc.es.

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el resultado, damos a conocer el relato ganador y el finalista, además de la autoría de cada obra.

 

En tercera posición, con 10 puntos:

ZAPIRÓN Y LA LUNA, de María Ángeles Vaíllo.

Como un gato. Se llama Zapirón y me lo regaló el otoño envuelto en hojarasca.

¡Apenas sí abría los ojos! Zapirón tiene alma de duende, y un corazón blandito y esponjado.

Con paciencia aovillado en los tejados sabe esperar a que caiga la tarde, para que baje la luna y lo arrope en sus brazos.

La luna y Zapirón encienden las estrellas, y la noche se llena de farolillos de raso... Desde mi cama entre sueños, escucho la nana de la luna y el ronroneo del gato.

 

En segunda posición, también con 10 puntos y 2 puntos de los lectores:

NO ME CREERÁN, de María José Peña

Como un gato, agazapados, mustios, retándome, les indiqué dónde estaba la puerta y les invité a salir. Oí un portazo y esperé un buen rato antes de ponerme una copa de vino y saborearla intensamente.

Subí a la habitación y me di una larga e interesante ducha, no dejaba de sonreír. Me puse el albornoz y con el pelo húmedo salí del baño, bajé al salón con la copa en la mano y allí estaban otra vez, hechos un ovillo en un rincón, a punto de ponerse a llorar.

Mis miedos, preguntándose qué hicieron mal para dejar de asustarme.

 

Y relato ganador de la quincena:

BAR DE ESTUDIANTES, de Guillermo Cruz

Como un gato apareció, surgió, se dejó ver, no sé cómo explicarlo pero enseguida estaba sentada en nuestra mesa, como uno de nosotros.

No sé por qué se acercó a mi y comenzó a hojear el libro que estaba leyendo:

¿Me lo prestas?

Tal vez fue el sonido de esa voz, un leve ronroneo y sus insondables ojos grises pero se lo entregué sumiso, sin preguntarle siquiera su nombre ni su teléfono.

Recién tomé conciencia de lo hecho cuando la vi salir del bar y perderse entre la gente: allí iba mi libro de poemas de Neruda en las garras de una gata furtiva.

 

El resto de relatos:

NO ME CLAVES LAS UÑAS, de Mari Bastida.

Como un gato, así me quedé, con la mirada fija mientras recorría mentalmente los laberintos de mi memoria.

En nuestra infancia cantábamos canciones de gatos.

Los niños de ahora parece que las han olvidado.

¿Cuál de todas era la del gato que miraba con ojos golositos? ¡¡Me gustaba tanto!! No lograba recordar.

Eso me hizo ser consciente de lo mucho que había llovido, pero no iba a desistir. Había un gato con botas, no, esa no era, el señor Don Gato, o Don Melitón, tampoco. En otra había una pastorcita que hacía quesos.

¡¡Lo tengo!!

Era El Gato y la Pastora.

 

NOSALGIA O NOSTAGAUDIA, de Daniel Farré.

Como un gato cuando regresa al hogar. Tanto fuera una mansión cuanto una estación con bancos despintados de verde y madera, murmuró.

Recién allí noté su presencia. La placidez de su mirada invisibilizaba su barba desalineada.

La clave es el desapego en su partida. Desatan el lazo para gozar su libertad.

Me incorporé con el silbato del tren.

¿Su morrinha pesa más que la mochila?. Suelo inventar palabras, ilusionando que ayuden a cambiarme. Le regalo una: Nostagaudia, el gozo del regreso al hogar.

Me giñó un ojo mientras sus manos ajadas hacían el ademán de desliar cabos.

Como un gato, murmuró.

 

NO TE CREAS TODO LO QUE VEAS, de Rosa García Panera.

Como un gato callejero, el hombre hurgaba en el contenedor, en un callejón de Central Park. El cuello del viejo abrigo tapándole la cara y en la cabeza un gorro de lana.

Los Venois acababan de llegar a la ciudad, ahora hacían realidad su sueño de comer pizza en un bar de Nueva York. Por el ventanal Ely vio al hombre y salió a llevarle un buen pedazo, para sorpresa del agradecido indigente.

Esa noche, en la televisión del hotel, alguien comentaba la anécdota del día: Una mujer había dado pizza a Richard Gere cuando estaba rodando exteriores para su última película.

 

NOCHE MÁGICA, de Martina Arreaza.

Como un gato veloz me deslizo, trepo y trepo por tejados blanquecinos por la nieve.

¡No tengo tiempo!, debo llegar a todos, el reloj marca las horas que ellos dichosos sueñan.

Al despegar el alba es inevitable que despierten revoltosos y felices recorriendo los metros que les separan de esa chimenea soñada colmada de regalos.

 

¿OTRA RONDA?, de Juan Cayuelas.

Como un gato emergió de entre las sombras, desenvainó el acero y tajó tan rápidamente que apenas pudo la luna mostrar su reflejo sobre el arma. Un suspiro a mi derecha me indicó que mi compañero ya no estaba.

Espada y daga estaban prestas para la reyerta cuando un trueno resonó en el callejón. La vizcaína cayó de mi mano y en mi garganta la sangre ganó la carrera a las palabras.

Una gota, dos y luego un chorro de líquido oscuro cayó sobre el polvo de la Villa.

Debimos escuchar a ese tabernero.

Quizás no era tan mala idea pedir otra ronda.

 

OXIDADO, de Marcelo Celave.

Como un gato ensimismado mirando por la ventana. Así me quedé cuando cortó la llamada. Sin reacción. No es que fuera una desgracia, pero sí una decepción. Y cuántas iban… Mi autoestima estaba por los suelos. No es casualidad, me dije. Tengo que cambiar, instalarme en una corriente de positividad, desterrar los agoreros pensamientos que me invaden cada vez que lo intento. Tal vez si me relajo un poco, si descomprimo este intenso que lejos de conferirme un halo interesante, provoca en los demás un sentimiento de desconfianza, de salir corriendo…

Porque, ¿¡cómo se hace para ligar con 56 años, coño!?

 

QUÉDATE JUNTO A MÍ, de Ana Medina.

Como un gato el niño se enrosca entre mis piernas cuando lo llamo.

Me mira con sus pupilas dilatadas, limpio el hilo de baba que cae de su boca, y él acaricia mis pies. Vuelve a mirarme con su carita aplanada en busca de mi aprobación.

En ese momento empiezo a contarle un cuento: «En un país lejano cae la nieve, y los niños tienen mucho frio». Él se levanta y apoya su cabecita en mis piernas. Lo arropo entre los brazos, y lo acerco para que escuche los latidos de mi corazón y se tranquilice.

 

¿SALVADO?, de Silvia Espina.

Como un gato voy deslizándome sigiloso, intentando evitar al grupo ultra que viene asediándome desde que salí del bar.

¿Es tan difícil que comprendan que somos iguales? Nuestras almas son del mismo color así como deberían serlo nuestros anhelos y aspiraciones.

La noche es oscura y llego a un sitio extraño: maquinarias, tubos; tal vez un taller o un laboratorio; los oigo cerca y me oculto en una estrecha tubería que va angostándose y se transforma en un conducto cálido, húmedo y resbaladizo.

Me asfixio, la opresión es intensa, pero un impulso me ayuda a salir.

He vuelto a nacer y soy blanco.

 

SIETE VIDAS TIENE EL GATO… TÚ NO, de Rosa García Panera.

Como un gato callejero, Nube trepó al tejado y desde allí se volvió y lanzó un bufido hacia abajo. Las tejas estaban calientes, así que disfrutó un rato del calor. ¡Eh! ¡tienes que seguir con tu plan!

Saltó al árbol, subió entre las ramas y volvió a bufar a quien le miraba. Era un advenedizo y estaba harto de que todos los mimos fueran para él. Saltó sobre la tapia, se paseó pavoneándose. El perrito quería divertirse también, ladraba y rebotaba. Dio un brinco y se golpeó contra la pared de piedra. Huyó ladrando lastimosamente. Juraría que oí la risa ronca de Nube.

 

TODOS USTEDES, de Juan Cayuelas.

Como un gato. Pienso que es la peor respuesta que se puede dar ante un sencillo qué haces, pero ahora el mundo discrepa incluso en eso. Lo sé, el problema es mío. Los mejor adaptados ni se lo cuestionan, pero yo, sigo siendo demasiado conservadora, aficionada a discurrir durante horas sobre implicaciones éticas o legales. Luego, sin reparos, me uno al festín y olvido todas esas cuestiones de un mundo ya extinto, que nos prometió que seríamos mejores, que nadie se iba a quedar atrás. Pues que se lo digan a los animales, o mejor que nos lo digan a todos nosotros, animales.

 

UN PERCANCE EN EL BALCÓN, de Fernando Núñez.

Como un gato,

y no como un perro,

así quiero morir.

Y que aun siendo un conocedor absoluto de las mañas del obrero que construye aquí al lado, del limpiador de cristales que cobra fortunas por hacer una idiotez peligrosa, de los amantes de las tardes mientras otros duermen la siesta, de todas las rutinas estrafalarias que suceden en las instalaciones verticales donde me tocó ocupar mis planes mientras la vida sucedía, tener, lo que la mirada ajena llamará, un percance en el balcón.

Morir a voluntad

y en un lugar que no me es extraño,

con cien palabras

y como un gato.

 

VIDA FAMILIAR, de Américo Fojo.

Como un gato desafiante y un perro enfurecido así se llevaban.

En la vieja casona las paredes de piedra parecían temblar cuando se trenzaban en esas discusiones insólitas y a veces sin sentido; la dialéctica era feroz.

Un día me animé a cuestionarlo al abuelo; nos preocupaba tanta vehemencia y exaltación en personas que sabíamos se amaban profundamente.

El abuelo sonrió: «Mira chaval, ya eres un hombre y te lo puedo explicar: con la abuela nos peleamos… sí… pero no sabes lo extraordinarias que son las reconciliaciones».

 

AMANECER, de Américo Fojo.

Como un gato que ronda por la casa, lento, elástico y tenaz, también yo me dejo invadir por el silencio en el claro oscuro de la madrugada.

En un rincón, quieto, solemne, centinela en la penumbra, un jarrón azul con cañas de bambú delinea su perfil.

Pero basta que el claro sol de levante se encienda en la ventana y todo cambia:

El jarrón explota en azules inesperados, las cañas se transforman en una jungla de bambú dorado que oculta y revela la silueta de un tigre que ronda, lento, elástico y tenaz.

 

ARREBATO, de Ana Medina.

Como un gato, escucho detrás de la puerta la confesión de la secretaria de mi marido.

¡Me quedo tensa, y los colores empiezan a subir por mi rostro!...

La decisión de ir a buscarlo para comer juntos, la había tomado sin pensar, quería darle una sorpresa.

La sorpresa fue mía al escuchar las fogosas palabras de la secretaria dirigidas a mi marido. Como una fiera herida, abrí la puerta y me abalancé sobre ella para pedirle explicaciones. Mi rostro se encendió como el arco iris al ver que me había equivocado de piso.

Maldito arrebato femenino, normal en mujeres.

 

A TU ALREDEDOR, de Rafaela Escudero Martínez.

Como un gato me contoneo a tu alrededor, intentando vagamente llamar tu atención. Tú me ignoras y fijas tu mirada en el televisor, haciendo caso omiso a mis insinuaciones. Quieres darme a entender que no me has visto, pero te conozco lo suficiente para saber que solo quieres castigarme con tu fría indiferencia, ¿qué ha sido esta vez? Da igual, no me lo digas, porque yo siempre estaré, como un gato, ronroneando a tu alrededor.

 

COMO EL PERRO Y EL GATO, de Raquel Domínguez.

Como un gato, así se comportaba. Yo era más perro: siempre al servicio de mi pareja y atenta a sus necesidades más que a las mías propias. Él no, él era gato. No había perdido su instinto de caza, independiente y misterioso, solo venia a mí cuando me necesitaba.

Cuando lo entendí le dejé antes de que fuera demasiado tarde «no quiero hacerme daño contigo». Por un instante la decepción cubrió su rostro pero el orgullo levantó su mentón.

Hoy he recibido un mensaje «quiero salir a pasear contigo». «Lo siento, he aprendido a saltar de tejado en tejado» le he contestado.

 

DE ANGORA GRIS, de Paquita Márquez.

Como un gato negro de mal agüero se comporta, aunque es gris y de angora. Desde que vino a casa, todo son desgracias: mi mujer enfermó y murió, a mi hijo lo atraparon las drogas; mi hija, una inconformista de las que meten caña en las manifestaciones, disfruta de unas merecidas vacaciones en Foncalent; para colmo, mi empresa quebró, estoy en el paro y me han salido unas dolorosísimas almorranas.

Hoy, alegando que me recuerda demasiado a su hija, se lo he devuelto a mi suegra, que fue la que nos lo endosó. ¡Que disfrute de sus siete vidas!

 

DESEO SALVAJE, de Marcelo Celave.

Como un gato callejero, de esos que nacen bajo un cobertizo sin puertas ni ventanas, detrás de unas viejas latas de gasolina. Así me hubiera gustado nacer. Tomar la teta de mamá gata, aprender sus técnicas de caza, jugar con mis hermanitos subiendo y bajando árboles. Quedarme escondido sin respirar cuando un bulldog anda cerca. Patrullar las cornisas en las noches de luna llena y ronronear al calor de la siesta luego de una noche apasionada.

Sin embargo, aquí estoy... Sin huevos, viendo Sálvame, soportando esta señora que no para de rascarme la cabeza y tirarse pedos contra el sofá…

 

DULCE VENGANZA, de Paquita Márquez.

Como un gato se relamía la espuma del café. Le gustaba con mucha espuma, ponía azúcar encima y, sin remover, tomaba un sorbo que le dejaba el labio lleno de espuma azucarada.

Tenía otras manías, claro, como la de chillarme, insultarme, menospreciarme, golpearme por cualquier motivo y hacerme probar todo lo que se llevaba a la boca. Todo menos el café que, invariablemente, se lo preparaba él mismo. Sabía que yo aprovecharía la ocasión de quedarme viuda si la encontraba y, claro, él trataba de evitarlo. Pero la encontré: el precavido llevaba meses relamiendo veneno.

 

EL IMPERTINENTE MÓVIL, de América Martín.

Como un gato estiré mi cuerpo, retocé plácidamente en la cama y en un abrir de ojos llegué al alfiz de la ventana cálida y resplandeciente, bañada con la brisa de jazmines y amapolas embriagantes que me condujeron a tu regazo… Mi mundo y el tuyo en uno solo, sin límites, sin obstáculos, entregados al placer de dar y recibir. Así pasaría todo el día, de no ser por el incesante móvil que se retuerce sobre la mesa del jardín, logrando que te apartes de mi cuerpo para contestar. Ya me lo temía… te tienes que ir y no vale ronronear...

 

EL PASEO DE LA VERGÜENZA, de Juan Cayuelas.

Como un gato mojado, así te sientes, arrastrando los pies e intentando hacer memoria de todos los sucesos que ocurrieron anoche. Reconstruyes una especie de puzle cuyas piezas se han sumergido en tantos vasos de alcohol que han dejado una imagen emborronada, repleta de lagunas irregulares.

Será por el hielo, bromeas, y una sonrisa socarrona apaga el sentimiento de culpabilidad que crece ahora que recuperas la capacidad para pensar en el largo plazo. Reconoces que hubo, al menos, una decisión calificable como temeraria.

Finalmente, te das por vencido. No tendrá importancia, piensas.

Frotas tus ojos y miras alrededor.

Pero, ¿qué ciudad es esta?

 

EL RONDADOR, de África Estrella.

Como un gato esperando al ratón.

Así estaba apostado en la esquina de la calle, esperando que saliera. Y como ella lo sabía, evitaba el encuentro.

Observaba detrás de la ventana y cuando la esquina quedaba libre, aprovechaba para salir. Así pasó algún tiempo, hasta que él se cansó de aquellas rondas sin éxito.

Aquel día, como de costumbre, miró por la ventana, pero no estaba él.

Al siguiente, igual.

Entonces comenzó a sentir su ausencia.

Pero, ¿cómo no me he dado cuenta antes? Se repetía una y otra vez

 

ELUCUBRANDO…, de Raquel Zaragoza.

Como un gato, actuaré como un gato durante mi primera cita.

En la azotea, bajo un cielo con luna llena, esperaré a que la ciudad duerma; y cuando se escuche el silencio…, maullaré un poema.

¡¡¡No, no, no!!! Por ahí no.

Ellas nos prefieren duros, salvajes… ¡¿Quién se conforma con un minino cuando se espera una pantera?!

Empezaré ronroneando; luego recurriré a la mirada felina, por cierto, ¡debo practicarla más!, y cuando ya la tenga engatusada, entonces, la mordisquearé en el cuello ¡hasta hacerla mía!

Pero…, ¿y si fuera como yo? ¿Y si también a ella le gustara la poesía…?

 

FELINO, de Mariam Vicente Copete.

Como un gato. Ella enloquecía cuando me acercaba con movimientos sigilosos y suaves, insinuantes. Al oído me susurraba que le parecían tremendamente sexis.

Para complacerla, trabajé las semejanzas: empecé a usar botas de siete leguas, y a canturrear las penas de mi tristeza azulada.

Ahora, sin embargo, dice que le pone nerviosa mi mirada ambarina y transparente, porque siente que la desnudo sin piedad. ¡Que le gustaba más mi yo anterior!

Qué se le va a hacer, tendré que cambiar mi menú, ya se sabe que de lo que se come se cría. Pero, ¿qué hago con las existencias gatunas de mi nevera?

 

GATA CALLEJERA, de Mari Bastida.

Como un gato que se cuela de puntillas y se acomoda en el asiento más mullido, así olía la pequeña y coqueta salita del caserón.

La señora, entrada en años, vivía sola, y la salita era su lugar favorito.

Daba a un jardín con pasillos de grava blanca, flanqueados por rosales y una gran variedad de plantas.

Mantenía a raya a una gata callejera que le disputaba aquel rincón.

Era alérgica a los gatos.

El descarado felino, perdido el miedo, se había adueñado de su ansiado trono.

Sabía que la anciana, días atrás, había dejado de respirar y yacía rígida en su alcoba.

 

ISIDORO, de Fina Martínez Lozoya.

Como un gato meloso y rubio como el sol, es Isidoro.

Mirando por la ventana con los ojos como luceros.
Observa como la luna se viste de plata y como se acicala.
Quiere subir al tejado y saltar para alcanzarla.
Cree, que es el ovillo de lana que su dueña para jugar le lanza.
La luna busca en su cráter, rocío de estrellas y tinta blanca.
Para dibujar corazones y perderse con su bata plateada.
Isidoro se siente feliz ronroneando sus balatas.
La belleza de la noche le hace sentir que la luna es su enamorada.

 

.ISIS Y LA IAIA TARITA, de Margarita Rut Clemente

Como un gato cualquiera era Isis, desde su nacimiento en casa de la iaia Tarita. Abuelita de buen carácter, que se había hecho a base de aprender grandes lecciones de sufrimiento que le brindó la vida. Nunca se le encogió el ombligo ante la adversidad. Lloró, rió, trabajó y amó mucho. A todo ser viviente, persona, animal o cosa, pero especialmente a Isis. Le contaba relatos. Le gustaba narrar aquel, en el que en varias ocasiones, estando muy triste, el Amor del Mundo la amó. De eso aprendió mucho Isis, que recibió parte de ese amor tan grande como el Universo entero

 

LA MÁSCARA, de Raquel Zaragoza.

Como un gato; oculto tras aquella máscara me sentía como un gato capaz de babear con la agonía de una víctima entre mis zarpas.

Con ella descubrí emociones impensables para mí; podía hacer cosas como: saltar de tejado en tejado, acostarme en el sofá, merodear por la cocina… Era capaz de todo. ¡Pensaba que tenía siete vidas!

Llevé la máscara durante tanto tiempo, que cuando me la quitaron ni yo me reconocía…

Tan solo recordé que era un ratón cuando me vi atrapado en la ratonera.

 

LA OTRA, de Martina Arreaza.

Como un gato atrapada, hecha un ovillo en tus brazos. No me quiero escabullir, me siento feliz a tu lado.

Después de una noche larga, la luz del alba ha llegado. El gato salta veloz. Regresarás a su lado.

 

LIBERACIÓN, de Paquita Márquez.

Como un gato panza arriba se quedó el pobre Gruñón tras el impacto, despatarrado y con los brazos en cruz, como ese hombre de Vitrubio, pero con extremidades pequeñitas y con el gran boquete en el pecho que le hizo el rayo al alcanzarlo. Cuando sus hermanos se abalanzaron a socorrerle, se quedaron perplejos viendo cómo, de aquel agujero, empezaban a salir personajillos diminutos que cantaban, bailaban, reían y repartían alegría entre los demás; el enano Gruñón los llevaba dentro, pero nunca se atrevió a sacarlos…

 

LOS DIFUNTOS Y EL SAMHAIN, de Margarita Rut Clemente.

Como un gato acechando en Rafal de la Vega Baja, la noche de Samhain, observo como se prepara la casa a las almas difuntas. Sábanas limpias para descansar las almas. Medio vaso de agua y medio de aceite usado y la mariposa de cera flotando encendida que alumbra el camino de llegada. Cena: castañas, boniatos, gachas y dulces. Historias de difuntos salen de la mesa camilla con brasero. El frío del invierno y el susto de historias narradas. Mañana iremos a visitar tumbas al cementerio. Se podrán sentir las almas paseando y revoloteando a nuestro alrededor. Qué miedos, recuerdos y placer

 

«LUZ ROJA – LUZ VERDE», de Raquel Zaragoza.

Como un gato agazapado, aquí estoy esperando a que llegue mi turno…

Pero… ¡Qué es esto! ¡¡¡Diantres, que es Halloween!!! ¿Dónde están los monstruos rezumando sangre?

¡¿Qué pinta aquí una muñeca con un semáforo?! ¿Pero qué hace toda esa gente jugando como si fueran niños? Y como toque apocalíptico, están custodiados por unos ridículos guardias vestidos de rojo, que llevan figuras geométricas en sus caretas.

¡Qué miedito! Bah, estos en lugar de sangre tienen horchata en las venas. Si lo sé no salgo del sarcófago.

Mira…, ahora los jugadores van y se hacen los muertos.

 

METAMORFOSIS, de Ana Montesinos.

Como un gato, así la encontré aquella mañana. Llevaba dos días sin responder a mis llamadas y sabiendo de su tristeza y los últimos acontecimientos, decidí usar la llave que me había dejado para emergencias.

Estaba en penumbra, enroscada bajo las sábanas en aquella habitación fría y sofocante a la vez.

La abracé con fuerza y le dije que estaba allí, que no estaba sola. Me miró con ojos perdidos, hinchados por lágrimas de desamor y se dejó mimar. Ronroneó con mis cuidados.

Yo ya había pasado por esto. Abandonada, como un minino, tiempo después transformada en tigre. Fuerte, segura y libre.

 

MI GATITO, de Luisa F. Escalada.

Como un gato, no: como un gatito. Un gato pequeño, de pelo dorado y suave, con los ojitos alegres, la nariz pequeñita y la boca risueña. Y juguetón: cuando entro en casa, corre hacia mí esperando que le acompañe en sus juegos. Salta, corre tras la pelota, me persigue y le persigo y, a veces, se distrae intentando atrapar un rayo de sol que entra por la ventana, mientras yo me río divertido. Cuando lo cojo en brazos y le digo, «¡Mi gatito!», él me responde, «¡No, abuelito, que no soy un gatito, que soy un niño!».

 

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