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20 ENE

RELATOS VIII QUINCENA DEL CONCURSO ALI I TRUC

Estos son los 26 relatos que participan en la 8ª quincena de nuestro concurso de micro, que han de comenzar con la frase «A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle», de la novela 'Últimos días en Berlín'.

A continuación, en orden alfabético a partir del primer relato que nos llegó, os ofrecemos los microcuentos que participan en la quinta quincena de nuestro concurso. Os recordamos que eran relatos que debían comenzar con la primera frase del libro finalista del Premio Planeta 2021: Últimos días en Berlín de Paloma Sánchez-Garnica.

Podéis votar  hasta el domingo 23 de enero a las 20:00 enviando a la dirección de correo david@aliitruc.es vuestros tres relatos favoritos con 3, 2 y 1 puntos.

 

ACTUALIZACIÓN: Después de conocer el resultado del concurso, ponemos en primer lugar el relato ganador (elegido por Paloma Sánches-Garnica) y los finalistas, así como la autoría de cada obra.

AQUÍ tenéis el enlace al programa de radio.

 

FINALISTAS

UN ADIOS A DISTANCIA, de Mari Bastida.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, no debería, el doctor fue tajante, le quedaba poco tiempo.

Pronto sería el aniversario de aquella joven, necesitaba verla por última vez.

De familia acomodada había crecido entre algodones y rodeada de amor.

Yuri, apenas lograba subsistir con lo que sacaba en su puesto ambulante de flores desde donde la vio crecer.

Conocía sus horarios, pronto llegaría.

¡¡Qué bonita era!! Le recordaba a ella misma de joven.

Con las mejillas cristalizadas por el frío, se marchó rota por dentro y feliz a la vez.

Por un descuido del hospital, siempre supo a quién fue entregada cuando la trajo al mundo.

 

EL ÚLTIMO ENCARGO, de Mariam Vicente.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, el gesto adusto, la zancada larga. Discretamente se palpó el bolsillo. El arma recortaba su silueta bajo el tejido. Apretó el paso, era su último encargo, cuanto antes terminara mejor. Después… Algún lugar soleado, ¿España quizá?

Perdón —murmuró aquel desconocido tras embestirle, mientras se alejaba perdiéndose entre el gentío.

«Idiota», masculló Yuri, enfadado.

De pronto sintió una punzada de dolor y se llevó la mano al pecho. Un hilo de sangre se abría paso a través del abrigo y le manchó los dedos.

Y con el último aliento, fue consciente de que él también había sido el encargo de alguien.

 

GANADORA

ERA MAYOR, PERO NO TONTO, de Raquel Zaragoza.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle. Necesitaba sacar dinero para poder pagar «en metálico» a su casera. Si no lo conseguía, esa misma noche le pondrían de patitas en la calle.

Estaba claro que las gestiones bancarias no eran lo suyo. Y, últimamente, la entidad le negaba el trato personal. No le quedaba otra, renqueando, se dirigió al banco; tendría que intentarlo si no quería dormir como un indigente.

¡Mala suerte!, el cajero se tragó la tarjeta. Pero, como no era tonto, la emprendió con él a bastonazos hasta que sonaron las alarmas.

Aquella fría noche Yuri no durmió en la calle. Durmió en un calabozo.

 

RESTO DE OBRAS PARTICIPANTES:

EN CASA, de Luisa Fernanda Escalada.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, desoyendo a su madre que le pedía que esperase dentro. Deseaba ser el primero en dar la bienvenida al abuelo, que volvía del hospital tras un mes ingresado por culpa del virus del demonio, como decía la abuela.

Protegido del frio y con la mascarilla ajustada, Yuri esperó impaciente hasta que llegó el coche de su padre. Aunque tenía doce años, no le avergonzó llorar al ver al abuelo; al revés, se enorgulleció de sus lágrimas cuando vio que al abuelo también se le escapaban las suyas mientras se dirigía hacia él sonriendo y con los brazos abiertos.

 

EN LA FUENTE DEL OLVIDO, de Fina Martínez Lozoya.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, saltando pequeños charcos congelados, cantando por las aceras y esquinas, es feliz bajo la sombra de su sombrero, tropezando entre adoquines de la calle por su torpeza, se ríe de lo que escucha sin comprenderlo, olvida los sueños cuando amanece el día y se sorprende de cosas sencillas como si fueran desconocidas.

Llena su botella de agua en la fuente del olvido, descansa en el bordillo del escalón de su residencia y saluda a los vecinos.

Cuando se siente perdido hace puzzles con sus vagos recuerdos, una fecha inconcreta, una aparición indefinida y un nombre de mujer que nunca olvida.

 

ERRORES DE LA VIDA, de Martina Arreaza.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a a la calle.

Tenía que detenerla, aún sin saber su reacción; era vital hacerlo. Tantos años de lucha no podían acabar así.

Era el refugio que tantos sacrificios y amor guardaba. Mi hogar. Mi humilde herencia para ella, «mi dulce niña».

Supongo que erré en su educación y en darle plenos poderes.

A lo lejos, visualicé aquel antro de perdición; te vi firmando tu sentencia y la mía. El juego te aniquiló.

En tu dulce mirada, sólo percibí un… «lo siento mamá».

 

EXQUISITEZ, de Paquita Márquez.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle aprovechando que el día estaba muy oscuro. Volvería al gimnasio; allí, además de disfrutar de buena temperatura, ejercitaría los músculos entumecidos, lubricaría las articulaciones y eliminaría esas grasas que se acumulan donde menos falta hacen. Su inapropiado apellido le daba cobertura y podría retozar de nuevo con Ivanca, su entrenadora, que desde el día del mordisquito en el cuello no había vuelto a verla. Tiene las carótidas más apetecibles que ha visto en su larga vida, y una sangre exquisita, a la temperatura adecuada y en su justo punto de textura, aroma y sabor.

 

ILUSIÓN DE LIBERTAD, de Silvia Espina.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, si se podía llamar calle a la estepa siberiana.

Podía a su antojo atravesar las paredes de su prisión, evadirse, volver en cualquier momento y nunca nadie imaginó ni sospechó sus extraordinarias habilidades. Esos lapsos lo mantenían activo y ocupado; hábilmente esperaba la oportunidad en que la vigilancia se relajara.

Muchas veces acarició la idea de ver su condena cumplida, pero ni los años ni los hombres darían cabida a ese anhelo.

Luego de meditar toda la noche, obedeció a un impulso liberador y ya no intentó regresar, su cuerpo se desmaterializó en la blanca planicie.

 

INVIERNO, de Mª Ángeles Vaíllo.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, él sólo quería plasmar en un lienzo el atardecer del invierno aquel.

Pronto se marcharía a un lejano lugar donde no habita el invierno, donde las gentes y sus niños no conocen el frio ni la nieve. Él será el nuevo maestro, y al lado de la pizarra colgará el viejo invierno con sus callejas heladas, sus tejados blancos y los pajarillos buscando refugio en sus ramas...Yuri ya ha plasmado el atardecer del invierno aquel, pronto se dará de bruces con los niños y el eterno verano.

 

NUNCA SUPO LO CERCA QUE ESTUVO DE MORIR, de Marcelo Celave.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle. Encendió su enésimo cigarro mientras contemplaba la neblina persistente que cubría la ciudad. Una ambulancia destacaba entre la monotonía de autobuses, coches y vendedores ambulantes.

El sonido estridente guio sus pensamientos diez minutos atrás, a su discusión con Alexandra. Sonrió recordando su amenaza de muerte, poseída por los celos.

Una minúscula campánula tirada en el bordillo llamó su atención. Se agachó instintivamente a recogerla con la ilusión de subir y hacer las paces.

En ese fino instante silbó una bala por sobre su cabeza sin que Yuri lo notara.

Desde la ventana, Alexandra lo miraba enajenada sosteniendo un rifle humeante...

 

OJOS COLOR AVELLANA, de Elena Fojo.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer Yuri Santacruz decidió salir a la calle.

Sintió el frío, su uniforme no era muy abrigado y todavía no le habían entregado el sobretodo de paño verde.

Caminó con prisa hacia el Café de la plaza central. Al entrar se sintió reconfortado por el ambiente cálido.

Pidió un whisky y al levantar los ojos la vio. Era igual que como la recordaba. Sus miradas se encontraron. El color avellana de su iris no había perdido la luz. Sonrió. La primavera renacía, a pesar del aire gélido.

 

PARA PENSÁRSELO, de Paquita Márquez.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle para refugiarse en la biblioteca. Allí se estaba calentito y, además, había descubierto el rincón de los personajes mágicos que le habían enseñado el camino de acceso a los secretos de la felicidad y de la utopía. Ahora le estaban ayudando a desentrañar los enigmas y beneficios de las ciencias ocultas que le permitirían, de manera infalible, convertirse en un ser angelical. Pero no en un ángel cualquiera, no: en ángel auténtico, genuino, con pedigree celestial. Lo que no le aseguraban era un destino concreto: igual podía ser un Ángel de la guarda o un Arcángel, que un Ángel caído.

 

PENTIMENTO, de Ana Medina.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, y dirigiéndose a la estación, abordó el tren que la llevaría a Viena.

Cogiendo fuertemente el maletín que llevaba en su mano, subió buscando con la mirada el vagón que le tocaba compartir. Minutos después el tren emprendió lentamente su marcha, y ella, apoyando levemente la cabeza sobre la ventanilla, entornó los ojos viendo pasar el paisaje. Poco después estaba profundamente dormida.

Despertó al encenderse las luces en la sala. Sostenía fuertemente cogido el maletín.

En la pantalla, la película 'Julia' llegaba a su fin. Aún se podían ver las figuras de «Vanesa Redgrave y Jane Fonda mirándose dulcemente».

 

ROLES, de Paquita Márquez.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle; tras la reunión del Comité, tenía que dar rienda suelta a su frustración. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser él el ejemplo para los demás de arrojo, de valentía, de bravura en el combate, de eficacia y solvencia ante las directrices del mando? Si él lo que quería era soñar, descubrir el mensaje de las estrellas, diluirse en la lluvia de un melancólico atardecer, aprender a danzar… y ser «ella».

 

SON COSAS DEL DESTINO, de África Estrella.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz, decidió salir a la calle. Podía haberse quedado en casa, pero decidió salir. Una vez fuera, después de haber caminado unos pocos metros, comenzó a llover. Buscando cobijo, encontró una cafetería y allí entró.

Pidió un café.

¿Sólo eso va a tomar? —escucho que le decían.

Si, estoy esperando que pare la lluvia.

Tengo mi coche cerca, si necesita, la puedo llevar donde me diga.

Dudó, pero parecía buena persona. Aceptó. Llegaron a su destino tras una larga conversación en el camino. Iniciaron una buena amistad que con el tiempo se convirtió en algo mas profundo.

Hoy son marido y mujer.

 

SUPERSTICIOSO, de Raquel Zaragoza.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle. Había llegado el momento de superar las supersticiones que tanto le condicionaban.

Empezó el día levantándose con el pie izquierdo; durante el almuerzo, derramó el salero; luego, abrió el paraguas y con él rompió un espejo. Y, como el frío no iba a impedirle continuar con su propósito, aquella tarde salió de casa sin sus amuletos. Todo iba bien hasta que después de pasar por debajo de una escalera, se empeñó en acariciar a un enorme gato negro…

Gravemente magullado, Yuri cruzó los dedos y antes de salir corriendo, se cercioró de hacerlo con su pie derecho.


 

UNA CANCIÓN, de Américo Fojo.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle y dirigirse al parking cercano.

Mientras caminaba, una canción le daba vueltas insistentemente por su cabeza, lo mismo que el recuerdo de la voz de su padre. «…no es la última gota la que derrama la copa…».

Días, semanas y meses encerrado en su casa, hastiado de su propia soledad, pero hoy sentía que la última gota ya había caído.

Cuando puso su caravana en movimiento comenzó a cantar a media voz «…la Rosa de los Vientos me ha de ayudar…»

 

YURI EL CARPINTERO, de Fina Martínez Lozoya.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, era carpintero de juguetes, aprendió el oficio de su padre, va al bosque en busca de materiales, a un lugar escondido y maravilloso, la madera era de un árbol centenario.

Un día fue a cargar provisiones y se encontró al árbol incendiado, y a punto de desfallecer, rompió en llanto, las lágrimas eran una fuente inundando las raíces, de pronto el árbol se recuperó y una voz surgió de él: «me has devuelto la vida y eternamente te lo agradeceré multiplicando los encargos y poniéndole alma a tus juguetes, todos aquellos quienes lo poseen, serán felices hasta el final».

 

A ESCONDIDAS, de Raquel Zaragoza.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle. Entre pitillo y pitillo, anduvo dándole vueltas a la cabeza; debía encontrar una solución. Era consciente de la dificultad, pero ya no tenía sentido continuar fingiendo. A su edad, le avergonzaba andar siempre a escondidas, siempre con miedo... Su mujer no era tonta; y tarde o temprano se lo olería.

Aquella tarde, muerto de frío, después de dar la última calada, Yuri exhaló el humo lentamente, prolongando la situación; luego, arrojó con rabia la colilla. Su decisión era firme: ¡Ya no fumaría nunca más!… a escondidas.

 

ANIVERSARIO, de Mª Ángeles Vaíllo.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, se abrochó el abrigo hasta el último botón y se caló el sombrero de fieltro.

Al pisar la calzada se detuvo mirando el pizarrón del cielo que amenazaba tormenta, ¿cómo he podido olvidar nuestro aniversario? .Tendré que improvisar una cena romántica, pues dentro de dos horas termina su turno.

Compraré unas velas, un buen vino y descongelaré la lasaña que hizo mi madre, como regalo un ramillete de lilas, y su fragancia favorita. ¡ que bonito ha quedado todo! voy a abrir, ya está aquí. Cuando se cruzaron sus miradas el brillo del amor chispeó en sus ojos.

 

ASUNTOS PENDIENTES, de Carolina Vicente.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle. Ahora o nunca, pensó, ocultando medio rostro bajo el abrigo y cruzando decidido la acera, veloz en cada esquina, cada semáforo, ignorando qué color brillaba cada vez. Solo tendría una oportunidad, y se jugaba mucho. Quizá todo.

Algún despistado chocaba con él, ignorando la misión en la que se había embarcado. La mano le tembló cuando, al llegar a su destino, tiró de la deslucida manivela y provocó que cientos de rostros clavaran sus ojos en él, alterados por el chirrido de los goznes oxidados.

Sentada donde él la recordaba años atrás, absorta, Noelia consultaba tantos libros como siempre.

 

CAMUFLAJE, de Américo Fojo.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle por la puerta trasera del edificio, la que no tenía instalada cámaras de vigilancia.

No obstante sentirse protegido por el disfraz que estaba usando, sabía que toda precaución era poca para ocultar su identidad, aunque la peluca rubia le molestara; era un profesional y se enorgullecía de serlo.

Cumplir el encargo había resultado fácil, sin problemas, pero ahora venía la parte más difícil: hacer desaparecer el arma en las aguas del lago… Pero tendría que caminar por lo menos quinientos metros por el bosque… con los zapatos de tacones altísimos y la minifalda, tan ceñida que le impedía su paso normal.

 

DESASTRE, de Macarena Romero.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, al poner el primer pie en la acera, sintió un gran temblor que le hizo perder el equilibrio, seguido de una explosión descomunal. Lo último que recordó al despertar fue su cara pegando contra el húmedo suelo.

¿Estás bien? ¿Hola? ¿Cómo te llamas?

Al abrir los ojos, una cara desconocida le miraba con compasión (cosa que siempre había odiado) al intentar mover las piernas, entendió que, en esa ocasión, la mirada estaba justificada.

Le tocaría aprender a vivir, de nuevo, desde cero…

 

DESBOCADO, de Macarena Romero.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, dejaba atrás toda la verdad del universo encerrada en aquellas cuatro paredes… él su relato con mercromina, su cicatriz sin disimular, su postal jamás enviada, su felicidad abandonada a su suerte… ella, su tren que no vuelve a pasar, su estación sin andén, su metro sin paradas… él se lo había escrito en su espalda… «nosotros, no(s)otros».

Todo había empezado la noche anterior con una frase… «en esa boca tuya falta un beso mío», a él le hizo gracia ese desparpajo y fue el comienzo del amor más desbocado de su vida… el único que siempre le acompañaría.

 

(DES)ENCUENTROS, de Macarena Romero.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle, nadie hubiese podido presagiar el desastre que se avecinaba… Caminó unos pocos metros y al doblar la esquina tropezó con unos mares, perdón, unos ojos en los que pudo ver todas sus vidas anteriores y ésta, que era la última… No había nada más después… solo él. El crujido bajo sus pies hizo que se hundiese en ese abismo sin remedio. Nunca supo qué le había dolido más, si ver lo que había sido o en lo que se iba a convertir a partir de ese momento.

 

DETRÁS DE LA GRAN NOTICIA, de Marcelo Celave.

A pesar del aire gélido de aquel atardecer, Yuri Santacruz decidió salir a la calle en busca de la noticia… ¡definitiva!

Redactor en un periódico de barrio de tirada gratuita, no es lo que ambicionaba con 48 años; pero sabía que llegaría su oportunidad.

El matrimonio mayor que disfrazaba al perro de león, la joven adolescente que fumaba por las orejas, el niño que decía cualquier palabra al revés… Cada semana una noticia extravagante.

Al llegar al puente la vio, vestida con un par de alas y un tutú transparente. No pudo evitar que se tirara al vacío, pero al menos...

La portada de esa semana decía: ¡Redactor del periódico muere intentando salvar un ángel!

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