Blog

09 MAR

CONCURSO DE MICROS 22-23 DE ALI I TRUC. QUINCENA XIII (2 de 2)

Aquí tenéis los 34 relatos que empiezan con la frase «Olemos a mierda de gallina», comienzo de la novela "Hijos de la fábula" de Fernando Aramburu.

Viene de AQUÍ.

 

PUBLICIDAD ENGAÑOSA, de Rafa Olivares.

Olemos a mierda de gallina. No nos van a dejar entrar en el pub de moda. No debimos confiar en aquel vendedor callejero ni en la etiqueta de Esencias naturales de ave.

 

EL ABANDONO, de Edgar Pascual.

«Olemos a mierda de gallina», escrito en centenares de carteles. Grito unísono como en Anfield el «You´ll never walk alone». La lluvia no frena a los guadalajareños, llegados de cada rincón, de cada pueblo fantasma. Aun vaciándose son los huevos del país. Algunos castellanomanchegos hablan con la televisión local. No son grandes oradores, pero hablan desde las callosidades de sus manos y las heridas abiertas de ver la situación de la zona. «El abandono es el tentempié del olvido», dice una anciana. La retransmisión se corta cuando cubos de pintura son lanzados a los carteles al grito de «¡Paz para las gallinas!»

 

VICTORIA, de Chato P.G.

Olemos a mierda de gallina y pólvora. En plena guerra, la granja que nos sirve de refugio no es el mejor lugar para pasar las noches.

Esta mañana, los soldados enemigos han invadido el corral y las gallinas han salido corriendo. Mi amigo y yo avanzamos con escobas y cubos.

La batalla es feroz, pero retomamos el control. Las gallinas vuelven a su lugar y nosotros regresamos victoriosos, con mierda de gallina y plumas en la ropa. Quién diría que, en una guerra, la victoria tendría olor a gallinero.

 

HUEVOS, de Ana Montesinos.

—Olemos a mierda de gallina desde hace tres días, es lo que querías, ¿no? —masculló Nora con retintín—. Cuidado con lo que deseas, decía mi madre habitualmente.

El lunes era un alto ejecutivo, sueldo escandaloso, bien valorado y seguro de mí mismo, impregnaba, para más inri, mi despacho con perfumes caros. Sólo los domingos me permitía desconexión digital para ir al pueblo y cuidar el corral. Mis felices ponedoras surtían mi nevera de deleitables huevos.

Cuando los problemas en la oficina martirizaban mi vida, solía vociferar que el día menos pensado abandonaría todo y me iría con mis gallinas… y llegó el menos pensado.

 

UN ESCONDITE NO TAN PERFECTO, de Felipe Tenenbaum.

Olemos a mierda de gallina. ¡Y quién no en medio de una guerra! A lo sumo los altos oficiales. Esos disponen de tinajas de agua hirviendo, grandes bañeras y un par de codornices suculentas esperando sobre el plato de porcelana. Los soldados carecemos de lujos. Mejor. Cuando los rusos arremeten, desnucan siempre primero, a los que huelen a caldo de gallina (mientras los verdaderos héroes nos ocultamos entre el estiércol y el excremento de animales muertos). Sería mejor esconderse en el espacio infinito y velado entre lo dicho y lo sugerido de un microrrelato… pero llevamos un año de hostilidades. Allí ya no cabe nadie.

 

EAU DE CO-CO, de Francisco Eugenio Crespo.

—Olemos a mierda de gallina.

—Eso solo lo sabemos nosotros. El resto de la humanidad piensa que es el perfume de su vida y nosotros vamos a conseguir que lo sea.

—Pero jefe, no puedo dejar de sentir náuseas al pensar que van a ponérselo encima.

—¿Acaso sabes tú qué utiliza la competencia? Uno de los perfumes más famosos lleva sesos de conejo. No revelaremos nuestro componente secreto: mierda de gallina. El éxito está asegurado con nuestra campaña de marketing agresivo en marcha. La gente quiere algo diferente. El perfume se llamará EAU DE CO-CO.

 

HERMANOS, de Edgar Pascual.

—Olemos a mierda de gallina.

—Tener miedo no es cobardía.

—Somos unos cobardes grandes como pelotas de cocido.

—Sabes cómo están las cosas en casa, Ramón.

—¿Compensa pagar el alquiler por tragar lo que tragamos?

—Compensa.

—¡Gallina!

—Aguantar o irnos de casa.

—Los pobres no tenemos casa.

—Mientras vivimos allí lo es.

—Si tú lo dices… bien que viene la casera sin avisar. Lo único nuestro es el pagar.

—¿Entonces?

—No lo sé. Cantarle las cuarenta al mamarracho que nos deshumaniza… quitarme este olor a gallina con el que me voy a dormir.

 

FUSIÓN, de Paquita Márquez.

—¡Olemos a mierda de gallina, Lolita!

—¡Sí, profesor, pero ha merecido la pena! Al fin hemos conseguido la piedra filosofal, la panacea, el elixir mágico de la felicidad que la humanidad lleva toda su historia persiguiendo. ¡Lástima que la fusión de fluidos se haya desparramado por el suelo del gallinero! Ha sido como un deslumbramiento repentino en un lugar inadecuado. Pero… ¡uf, qué subidón!

—Bueno, no te preocupes, Lolita querida. Esta tarde repetimos el experimento entre sábanas. Todo es cuestión de volver a trabajar en equipo.

 

EL ROSAL REPUDIADO, de Raquel Zaragoza.

─¡Olemos a mierda de gallina!, aquí no hay quien pare, ─protestaron unas abejas escandalizadas con el hedor del nuevo abono.

─Para presumir hay que sufrir ─replicaron las rosas del jardín─. Venid, venid, mirad nuestros pétalos aterciopelados son muy seductores y su color rojo pasión es inigualable y tenemos los pistilos cargados de un delicioso polen y nuestra fragancia invita a polinizarnos…

─ ¿Fragancia? ¡Bufff! Seréis muy hermosas, pero no tenéis olfato ─dijeron las abejas antes de salir zumbando.

 

EL LLAMADO DE LA NATURALEZA, de Silvia Espina.

—Olemos a mierda de gallina —nos dijimos mientras orinábamos por la ventanita de la habitación hacía el pequeño jardín del hostal.

Estábamos en el primer piso y el único baño, al fondo del pasillo, estaba siempre ocupado. Nos pareció feo, pero las urgencias son difíciles de dominar; total estaba bastante oscuro.

El caso es que el jardín resultó ser un gallinero y nuestra rociada alborotó a las aves provocando que el dueño del hotelito saliera con una tremenda linterna cuyo furioso haz de luz nos iluminó.

Disimulamos como pudimos, pero a la madrugada siguiente, antes de que hubiera movimiento, abandonamos el lugar a la disparada…

 

ALBOROTO, de Francisco Ramírez Munuera.

Olemos a mierda de gallina... No sé si somos unos gallinas o unos mierdas, pero el corral está alborotado: hay mucho cerdo hociqueando muslos y los conejos no salen de su madriguera. El gallo se siente amo del cotarro y no para de cacarear, a ver quién es el guapo que le moja la cresta; vamos pitas, vamos, vamos...

También las palomas están en época de celo y el macho zurea, arrullando a la hembra; ya solo faltaría que la mula se removiera para tener la fiesta completa. No sé yo como acabará el folclore este, pero mucho ojito que hasta el gavilán acecha...

 

¿RECUERDAS?, de María Ángeles Vaíllo.

Olemos a mierda de gallina, vamos a asearnos. ¿Recuerdas aquellos tiempos? Vamos a vivir como antaño, nuestros hijos están independizados. Nos iremos al pueblo, la casa sigue en pie, el asfalto nos asfixia.

Compraremos gallinas, las soltaremos en el huerto. ¿Recuerdas la olivera que hacia sombra al verano? Recogeremos sus frutos, plantaremos tomates, coceremos el pan en el horno que nos hizo mi padre. Viviremos sin prisas, nos despertará el gallo, la lluvia llenará el viejo aljibe. En tiestos de colores plantaré azucenas y violetas. Viviremos felices el invierno de nuestras vidas ¡doctor mi marido ha despertado y está sonriendo!

 

EL JUEGO, de Roberto Hurtado.

Olemos a mierda de gallina. Era la señal para jugar con papá. Aquel día especial buscó en los bolsillos de su bata: surgió un pergamino, un reloj, una escoba, un soldado de plomo y un encendedor. Con eso contamos mil historias que iluminaban la recámara, recorrían nuestro pequeño mundo y hacían de la tarde una aventura. En ella, el soldado de plomo disparó su fusil, el encendedor prendió el pergamino y todos gritamos de alegría. Cuando mamá mostró el reloj todo acabó de golpe. La habitación se apagó y disimulamos. Papá seguía enfermo, esta vez olía a mierda de hombre y todos dejamos de husmear.

 

ABONO LITERARIO, de Paquita Márquez.

—¡Olemos a mierda de gallina, hijos de la fábula!

—¿Cómo que olemos a mierda de gallina?

—Sí, nos estamos revolcando por el suelo de un gallinero, tratando de buscar ideas originales que transformen en fértil nuestra sequía literaria. Hemos agotado los escenarios idílicos, sugerentes y prometedores y ahora nos rebozamos en mierda para contar algo original que impacte, que estremezca, que aterrorice, aunque deje un olor nauseabundo y hasta sabor de nausea en la boca. Si damos con la idea oportuna y precisa, una de dos: o tenemos un éxito arrollador o nos borran de nuestro Olimpo por guarros.

 

CELO AVIAR, de Rafa Olivares.

Olemos a mierda de gallina; como si acabáramos de revolcarnos en un corral. No debimos fiarnos de aquella oferta on line tan barata, ni de los muchos «me gusta», y menos aún del eslogan: Seductora fragancia de pétalos silvestres. Pero lo que me preocupa ahora es la pareja de gallos que nos viene siguiendo. Ojalá que solo sean de pelea.

 

UN ERROR DE NARICES, de José Manuel del Río.

—Olemos a mierda de gallina. Porque ahora todos son auténticas gallinas. Al menos todos deberían serlo —reflexionó el maestro sin molestarse en mirarlos absorto como estaba observando el vuelo de un perigallo—. Si han seguido los pasos correctamente no deberían preocuparse. En breve el hechizo se revertirá. La clase ha terminado. Pueden marcharse a medida que recuperen su forma original. Peláez, usted venga a mi despacho cuando todos se hayan ido.

Para ser la primera vez que hacían un complejo hechizo de conversión, no hubo que lamentar ningún herido.

Poco después, Peláez con una cresta de gallo en la nariz se presentaba en el despacho.

 

TODO SALPICA, de Gumer Pérez.

Olemos a mierda de gallina y ya se sabe que, aunque la mierda se tape, sigue oliendo.

Mi padre ese día me miró y grabó en mi cabeza aquella frase. No le entendí. Solo tenía nueve años. Estaba asustado, muy asustado. Me había quedado a solas con él. Tardaría años en descifrar lo que me quería decir. Encontré la respuesta en un cajón. Dentro, había una foto. En ella se veía a mi madre con su primo y una frase escueta pero aclaratoria: no soy su puta, le quiero.

No sé si era de gallina, pero la mierda nos había salpicado. Sobre todo, a mí.

 

MENÚ DEL DÍA, de Raquel Zaragoza Durá

«Olemos a mierda de gallina, ¡qué sucio está el gallinero!», se lamentaba el profesor con sus alumnos cuando les interrumpió la cocinera de la granja:

—¿Profesor, ¿qué va primero el huevo o la gallina?

—Pues verá, de acuerdo con la teoría sobre la evolución de las especies primero fue el huevo —después de una breve pausa, continuó con su disertación—. Sabemos que hay huevos desde hace millones de años, mientras que las gallinas aparecieron hace tan sólo unos diez mil años. En consecuencia…

—No, no, profesor, lo que quiero saber es qué tomarán primero: ¿el huevo relleno o la gallina en pepitoria?

 

UNA NOCHE EN LA GRANJA, de Raquel Zaragoza

—Olemos a mierda de gallina. ¡Qué asco! —le susurró una mofeta a otra mientras robaban los huevos del corral.

—Hasta la pocilga llega el olor a mofeta. ¡Qué peste! —gruñeron los cerdos.

—Vámonos, Carmela, que aquí huele a cerdo. ¡Qué tufo! —le dijo el mozo a la hija del granjero, mientras se la llevaba en busca de intimidad.

«¡Esto me huele mal!», pensó el dueño de la granja cuando escuchó a Paco retozando con su hija en el granero…

—¡Mierda! ¡No corras, gallina! ─le gritó al muchacho que huía «descalzonado».

Volver