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04 ABR

CONCURSO DE MICROS 23-24 DE ALI I TRUC. QUINCENA XIII (1 de 2)

Aquí tenéis los 31 relatos que empiezan con la frase «Empezaré por el final: sobreviví», comienzo de la última novela de Fernando Méndez Germain, "El jardín de las delicias".

Con esta frase, inicio del libro El jardín de las delicias, de Fernando Méndez Germain, deben comenzar los relatos de esta duotercera quincena de la tercera temporada del concurso de relatos de Ali iTruc con Onda Cero.

Hemos recibido un total de treinta relatos (ordenados alfabéticamente a partir del primero recibido) que, durante los días 5, 6 y 7 de abril pueden ser votados por los autores y resto de público enviando sus puntuaciones al correo david@aliitruc.es, eligiendo los tres relatos favoritos. De estas votaciones, saldrá la terna finalista de la quincena, que conoceremos el próximo lunes 8 de abril en Onda Cero Elche de manos de Fernando Méndez.

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el resultado desvelamos podio y autoria de las obras:

Finalistas:

COSAS QUE PASAN, de Inmaculada Micó.

Empezaré por el final: sobreviví, aunque faltó poco.

Mi padre decía que no pasan más cosas porque Dios no quiere y mi madre pensaba que era un exagerado.

Pero mi padre tenía razón. ¿A quién se le ocurre mandar a una niña pequeña al pueblo de al lado, atravesando el bosque, sabiendo que hay lobos? ¡Encima cargada con una cesta!

¿En qué estaba pensando mi madre? Podría haber ido ella.

Menos mal que envió al leñador a buscarme a casa de la abuelita que si no…no lo cuento.

Por cierto, ¿qué hacía el leñador en casa de mi madre?

 

DESDE EL FINAL (LITERAL), de Felipe Tenenbaum.

Empezaré por el final: sobreviví: mí por preocupéis os No. pone se bella más cuando es tonterías mis por enoja se cuando, cabo al y fin Al. enfadar hacerla de tentación la evitar consigo no, todo de pesar a, embargo Sin. clama, “Troya arde aquí, Aliitruc a mandarlo y adelante para atrás de microrrelato un escribir ocurra te se Como”. amenaza me y iracunda Gorgona una de los como elevan Se. incendiarse parecen, lacios y negros cabellos hermosos Sus. cólera en monta Entonces. experimentales tonterías escribir a pongo me cuando Salvo. mosca una a matar de Incapaz. serena y tranquila es esposa Mi.

 

Relato ganador, según decisión del escritor Fernando Méndez Germain.

CALEIDOSCOPIO, de Paquita Márquez.

Empezaré por el final: sobreviví. Cuando ya había desaparecido aquel torbellino lleno de palabras mágicas y evocadoras, alguien agitó de nuevo el maravilloso jardín de cristal y empezaron a revolotear las palabras más hermosas, las que hacían soñar, las que seguían durmiendo en el olvido, las que se reflejan en los espejos de la memoria y a veces las recordamos distorsionadas. Y de aquel cementerio de palabras muertas, de emociones olvidadas, surgió la magia, porque muchas voluntades en todo el mundo se unieron en una sola para que yo no desapareciera. Y al final, sobreviví. Soy, sigo siendo la Esperanza.

 

El resto de relatos, de menos a más puntuación son:

19 DE MARZO, de Felipe Tenenbaum.

Empezaré por el final: sobreviví (más allá de las terribles secuelas psicológicas que me dejó la experiencia). Y ahora continuaré por el principio: era martes por la mañana. Me preparaba para ir a trabajar, totalmente ignorante de la pesadilla que se me venía encima. Me anudaba la corbata, peinaba los pocos cabellos que aún me quedaban y silbaba una sonata de Haydn. De pronto, mi hija me interceptó.

–Feliz día, padre –dijo con tono solemne–. Dice mamá que hoy debo pasar más tiempo contigo. ¿Quieres oír conmigo lo nuevo de Paul Thin?

–Por supuesto –respondí sin advertir en qué clase de tortura me estaba metiendo…

 

LUCHADOR, de Fransico Eugenio Crespo.

Empezaré por el final: sobreviví. Quería nacer a las veintisiete semanas de gestación, puesto que tenía prisa por salir al mundo. Durante veintiún días, los milagros del hospital, y el cariño de mis padres, consiguieron que “madurara” un poco más.  A las treinta semanas nací con un kilo doscientos gramos de peso, muy prematuro. Con mucha paciencia, dos meses de incubadora y oxígeno para respirar, al fin estaba en casa con mi familia. Innumerables controles desde entonces, para que todo estuviera bien y detectar cualquier problema. Hasta el momento todo ha ido fantástico, y nunca he dejado de luchar. Me llaman el “luchador”.

 

GUERRERA, de Jesús Flores.

‒Empezaré por el final: sobreviví.

‒Otra vez no, por favor. Mis amigas están aquí…

La abuela abandonó el salón, dejando al grupo de chicas a su aire. Cuando su nieta era pequeña podía escucharla durante horas y le hacía preguntas sin parar. «Ojalá sonara una alarma cuando tus seres queridos pierden el interés en ti» pensó mientras cerraba la puerta de su habitación.

Se agachó para abrir el baúl; estaba lleno de recuerdos. En el doble fondo había algo distinto: traje de guerrera, espada y escudo. Su legado aún no había acabado, su nieta recogería el testigo algún día. Le gustara o no.

 

CUENTOS DE OTRO MUNDO, de América Martín.

Empezaré por el final: ¡SOBREVIVÍ!

‒No sé cómo lo hice, pero aquí estoy, contándolo como si no hubiera pasado… y eso que ustedes al principio no me creían ¿verdad? Por eso les repito que, si estoy aquí contándolo, es obvio que… ¡SOBREVIVÍ!

‒¡CÁLLATE YA! ¡Que no dejas descansar en paz!

‒¡Cállate tú, envidioso!

‒No le oigas Pedro, sigue contando, que él no tiene una historia heroica como la tuya. Además, no sabe a qué palo ahorcarse, porque desde que tiene lápida nueva, ya nadie lo aguanta. Ya verás cómo se calla cuando el celador llegue al cementerio apenas amanezca.

 

COMPAÑERA, de Francisco Eugenio Crespo.

Empezaré por el final: sobreviví. A los 21 años la conocí, increíblemente guapa e inteligente. Las conversaciones no acababan nunca. Hubieran sido eternas si el sueño o las obligaciones no nos hubieran interrumpido. Sus labios carnosos, ojos marrones, pelo castaño, suelto o recogido. El deporte era sagrado para ella, al igual que para mí. Rápidamente se convirtió en mi mejor amiga, confidente, compañera de momentos inimaginables. Pero lo peor estaba por llegar. Constantemente a su lado, mi cuerpo era atraído cual imán hacía ella, no pudiendo satisfacerlo siempre, por riesgo a quedarme pegado a su piel. Soy un “superviviente feliz”.

 

COMPLICACIÓN, de Francisco Eugenio Crespo.

Empezaré por el final: sobreviví. De repente, noté un dolor en la parte baja de la espalda, acompañado de una sensación de frío intenso fuera de lo normal.

En el hospital, después de los análisis, “apendicitis”, me dijeron. Operación urgente, tres horas en lugar de una. Recuperación muy mala, siendo a los 20 días ingresado de nuevo. “Peritonitis”. Muy diseminada por la cavidad abdominal, inoperable. Solo quedaba rezar para que el último antibiótico intravenoso acabara con la infección... “Funcionó”. A punto de salir del hospital llegó el COVID. Confusión, miedo, frustración… Me mandaron a casa, advirtiéndome de que no lo cogiera, pues podría morir... Sobreviví.

 

CONTRA TODO PRONÓSTICO, de Jesús Flores.

Empezaré por el final: sobreviví. Nadie pensaba que podría. Ni si quiera yo estaba seguro de que fuera a conseguirlo. Las dudas siempre me habían frenado, la inseguridad, ese sentimiento mezquino de no ser suficiente que todos sentimos muy a menudo. ¿Cómo entonces seguimos adelante con nuestras vidas? ¿Cómo superamos cada reto, cada obstáculo? Ni idea. Tal vez sea el apoyo de nuestra gente. O eso que llamamos Destino, algo preestablecido e inmutable que, por mucho que queramos alterar, solo podemos aceptar. En mi caso, estoy seguro de que tan solo se trató de un impulso, primitivo, de evitar ser devorado por un cocodrilo.

 

UNO PARA TODOS, de Lucía Ortiz.

Empezaré por el final: sobreviví durante años a la crueldad del ser humano, a su orgullo, prejuicios y su egoísmo. Fueron años de tortura en un calabozo llamado cuerpo del cual no podía escapar, nadie me entendía y nadie se esforzaba en entenderme. No era un uno para todos y todos para uno. Era un uno para todos. Todos me llenaban de sus preocupaciones sin pensar que yo tenía las mías. Llenando así mi cuerpo de piedras cada vez más pesadas. ¿Qué cómo estoy aquí?, escapando, huyendo como un zorro despavorido. No estoy satisfecho, pero así soy un poco más feliz.

 

VAYA PARADOJA, de Lucía Ortiz.

Empezaré por el final: Sobreviví una hora con la persona más odiada para mí persona. Los segundos parecían minutos, los minutos horas y las horas días. Una hora deseando decirle a esa persona lo inmensamente estúpida que la consideraba. No lloraba porque mi ira no lo permitía. No la masacraba porque las leyes no me defendían. Una necia llamando necia a una inteligente, vaya paradoja. Tuve que tragarme mis ganas asesinas unos largos minutos y darle la razón como si estuviera hablando con un niño pequeño.

 

ENTRE DOS ORILLAS, de América Martín,

Empezaré por el final:

¡Sobreviví entre dos orillas! la del miedo y la ignorancia…

Cuando estaba en Marruecos, me sorprendiste al aparecer con olor a ajo ¡y besos!

Contabas cosas incoherentes como lo de las semillas arrastradas de orilla a orilla germinando, inconscientes

Me dabas ¡Besos, Muchos Besos! entre la salmuera que estaba preparando… mientras tú veías crustáceos multicolores danzando.

Decías que el vaivén del oleaje, entre la espuma de las olas… y los oí ¡venían a por tí!

Entonces llamé a Manuel, el poli que siempre come en el restaurante, y cuando vino el corazón me arrancó otra vez... ¡Maldito polen de ketama!

 

DÍAS CASI FELICES, de Inmaculada Micó.

Empezaré por el final: sobreviví a un hombre malo.

Fui a pasar las Hogueras a la pensión de mi tía. El primer día fue emocionante. Estaba con mis primas, habíamos tomado helado, era fiesta, todo era perfecto…hasta que volvimos a casa.

Allí estaba él, en el sillón rojo. Me preguntó cómo me llamaba y, agarrándome del brazo, me atrajo hacia él. Sentí miedo y frío en las tripas. Empecé a llorar y no paré hasta que mi madre me recogió al día siguiente.

Nadie sabía qué me pasaba, ni yo tampoco. Años más tarde entendí lo que quería el hombre malo, creo.

 

SINCERIDAD, de Felipe Tenenbaum.

–Empezaré por el final: sobreviví –dijo el dinosaurio.

–No hace falta que me cuentes el resto –repuso Monterroso–. Solamente me hacía el dormido.

 

EL DESAFÍO, de Francisco Ramírez Munuera.

Empezaré por el final: sobreviví, pero casi me ahogo.

Cierto día los amigos fuimos nadando hasta el Peñón que delimitaba la bahía. Apostamos a tirarnos al agua desde la roca, a ver quién llegaba al fondo.

Yo me sumergí y profundicé hasta coger un puñadito de arena. Subiendo noté la falta de aire: tenía que respirar, necesitaba oxígeno, ya, ya, ya... Me impulsé con fuerza hasta conseguir emerger, aspiré aire a bocanadas y la vida resurgió; por encima de mi cabeza, un enhiesto puño en alto contenía arena del fondo, señal de victoria, pero...

¡Qué mal trago pasé y cuánta agua pude haber tragado!

 

NO QUIERO, de Isabel Núñez de Arenas.

Empezaré por el final: sobreviví a un viaje donde anunciaban la mayor aventura de tu vida. Se auguraba como único y, acaso, si así lo deseaba, quedarme en algún punto del recorrido ¿Hasta siempre? Pintaba bien, retiré todos mis ahorros para dar un giro de 180 grados al hastío.

Deseaba sacudirme el polvo acumulado de tantos años fútiles, días iguales unos a otros; era mi oportunidad: arriesgar, vivir…

‒Nada de equipaje, total, tenía aquello que necesitaba: Dinero. El resto, en el camino…

‒Hijo, ¿no crees que la novia se retrasa mucho?

 

ATOCHA, de Raquel Zaragoza.

Empezaré por el final: sobreviví al feroz atentado. Hace poco más de veinte años que conseguí escapar de aquella vorágine de cuerpos sin vida y móviles llorando…

En mi entorno, los que creen que me conocen bien piensan que vuelvo a ser el de antes, que ya lo he superado; y es que lo que ellos desconocen es: mi absurda manía de llorar a solas.

 

VIVIR ENTRE LIBROS, de Margarita González.

Empezaré por el final: sobreviví, le explica el libro “En Agosto nos vemos” a un compañero.

Primero Gabo me escribió despacio, con ilusión; luego me corrigió y reescribió varias veces como era su costumbre. Después de dejarme descansar en un cajón de su escritorio durante meses, me releyó de un tirón. Tras dudar, decidió que yo no era obra digna de ser publicada con su firma, crisol de la mejor literatura. Entonces me archivó y me dejó dormir.

Un admirador del autor me despertó cuando él falleció. Ahora estoy en escaparates y anaqueles. Sobreviví y vivo entre libros.

 

SUPERVIVIENTE, de Raquel Zaragoza.

Empezaré por el final: sobreviví. Al igual que Teseo, yo también vencí a un monstruo: el de mis adicciones; y, gracias al hilo de mi “Ariadna” pude salir del tortuoso laberinto que me confundía.

No fue fácil, ¡tardé diez años! Sin embargo, lo más duro fue descubrir que cuando volví a casa, mi esposa ya no me reconocía. Me dijo que era viuda; había cobrado un sustancioso seguro de vida, al que no estaba dispuesta a renunciar. Antes de darme con la puerta en las narices, gritó que estaba muerto, cortó el hilo que nos unía… y no supe que decir, pero sobreviví.

 

CAMBIO DE PLANES, de Paquita Márquez.

Empezaré por el final: sobreviví a mi repentina “muerte”. Me hacen autopsia y aquí estoy, sobre la fría superficie de acero. Tengo los ojos cerrados, no veo, pero el cerebro y el resto de sentidos, activos. ¡La catalepsia…!

La voz del forense graba los pasos a seguir. Horrorizado, noto cómo el bisturí corta mi pecho. El dolor es espantoso, el olor nauseabundo, siento un sabor amargo en la boca entreabierta… Al forense le extraña el flujo de sangre y busca...

‒¡Dios mío, tiene latido! ¡Pronto, anestesia!

Carreras, confusión, ruidos, jadeos…

Los sentidos y el cerebro se apagan lentamente… ¡Y sobrevivo a mi autopsia!

 

IMPLOSIÓN, de Francisco Ramírez Munuera.

Empezaré por el final: sobreviví. A medida que pasaban los días me encontraba mejor, más ágil y suelto. Mis sensaciones eran buenas:  la actividad y el esfuerzo físico tenían su premio en forma de espacio abarcado y nuevo horizonte vislumbrado. Explorando aquella gruta alcancé un mundo subterráneo, cavernoso y recóndito, que sugería llegar hasta lo más hondo, hasta la involución de mi propia génesis. Siempre avanzando traspasé un estrecho túnel y me introduje en aquella oquedad vaporosa e ingrávida, húmeda pero apacible, donde encontré cobijo y protección; allí, acurrucado en posición fetal, perdida toda noción de consciencia y tiempo, colapsé plácidamente en mi burbuja vital.

 

OJO POR OJO, de América Martín.

Empezaré por el final: “sobreviví”.

Estaba en la cola del supermercado repleto de carritos llenos, cuando se me cayó mi único billete que apenas alcanzaba para unos plátanos. La mujer de adelante se agachó y lo cogió...

¡Son míos! le dije, mostrando la bolsa. Ella contestó: "lo que se encuentra en el suelo es de quien se lo encuentra" y se fue.

Incrédula de tanta desfachatez, la seguí hasta el estacionamiento.

Al llegar al coche, puso todas sus bolsas en el suelo para abrir la maletera y.... ¡zas! Tomé las bolsas gritando ¡Si lo encuentras en el suelo es tuyo!

Así sobreviví con tremendo mercado.

 

QUÉ SOBREVIVIR Y QUÉ LECHES, de Lucía Ortiz

‒Empezaré por el final: Sobreviví a muchas cosas en mi vida y sigo… ‒dijo el hombre, siendo interrumpido.

‒¿Qué leches dices, Juanito? Estás muerto, no estás sobreviviendo ‒dijo su mujer cansada de la locura de aquel hombre.

Realmente, Juanito no había sufrido ninguna crisis en su vida en la tierra, y a la primera que se le complicó, murió de ansiedad.

‒Anda, déjame contar mi historia, sé que estamos muertos, pero bueno ‒concluyó el hombre.

‒Anda, haz lo que quieras ‒contestó cansada su esposa.

‒Entonces...

 

QUINTO, INTERIOR, de Paquita Márquez.

Empezaré por el final: sobreviví a la impresión. Os cuento: Vivo en un quinto interior, sin ascensor, con un balconcito desde el que solo veo ropa tendida, salgo lo imprescindible. Mi butanero habitual es un señor gordinflón que resopla y enseña la raja del culo, pero hoy hubo cambio. Fue abrir la puerta y enamorarme. Empecé a desnudarle con la mirada: lo dejé sin camisa, sin pantalones, sin calzoncillos y, ante semejante espectáculo, se me cortó la respiración, me ahogaba… “Mi marido está al caer”—pensé jadeante. Despaché como pude al ojiplático butanero, me abrí la bata y salí al balconcillo a aliviarme el sofoco.

 

PISO COMPARTIDO, de Américo Fojo.

—Empezaré por el final: sobreviví. Lo único que recuerdo es que yo estaba totalmente abstraído contemplando el Jardín de las Delicias cuando, de repente, me vi dentro de la pintura, viviendo con los personajes del Bosco: terribles, fantásticos, espeluznantes.

—Todavía no comprendo cómo lo logré o si fuiste tú el que me ayudó. Sé que me has buscado, con afán, poniendo en riesgo tu vida, mezclándote con putas, delincuentes, cantineros chinos...

—Quizás tu esfuerzo me salvó y sobreviví. Ahora, sólo me inquieta una duda: ¿me has salvado por nuestra amistad… o sólo por cobrar los meses de alquiler que te debo como compañero de piso?

 

EL ACANTILADO, de Raquel Zaragoza.

Empezaré por el final: sobreviví a la caída; sigo viva.

Justo cuando dejé de retorcerme en el suelo, el monstruo que me observaba desde arriba dejó de tirarme piedras.

 

EL VACIO, de Francisco Ramírez Munuera.

Empezaré por el final: sobreviví.

La televisión no se veía bien y pensé que sería cosa de la antena. La cubierta del edificio donde vivíamos tenía caída a dos aguas y el receptor de señal se encontraba en el lomo del tejado; subí a ver y observé que un tirante de sujeción estaba suelto. Por un momento eché la vista abajo, hacia la desierta calle…

Al tomar conciencia del enorme vacío una repentina sensación de vértigo me inmovilizó; totalmente paralizado, me aferré a la antena y permanecí allí quieto durante un tiempo eterno. Finalmente conseguí salir a gatas, ¡pero todavía siento rehilares en las piernas!

 

VALOR, de Jesús Flores.

Empezaré por el final: sobreviví. Tanto los escarabajos como las cochinillas se reían de mí a maxil abierto. Las mariquitas, los gusanos y las hormigas, todos se carcajearon cuando dije que iba a enfrentarme a él. Lo había visto un millar de veces. Lo había esquivado otras tantas. No me daba miedo cuando me veía a plena luz; yo era más rápido. Estaba seguro de que, aunque me arrinconara y me pisara, mi exoesqueleto resistiría lo suficiente como para volver al nido. No creían en mí. No me importaba, la historia estaba de mi parte. Cuando al fin desconecté el aparato ahuyentador, todos me vitorearon.

 

EL PARLAMENTO, de José Luis Cuadrado.

“Empezaré por el final, sobreviví”.

Éramos muchos, éramos turistas. Engullidos en las entrañas del gigantesco parlamento de Budapest. Con nuestro ticket para entrar y salir.

La visita fue desconcertante, pasillos kilométricos con adornos tan superfluos como pretenciosos nos condujeron a una minúscula sala: el parlamento.

Una voz misteriosa sonó lejos:

‒Si alguien ha perdido su ticket que no tema. Hay una enorme biblioteca, una coqueta cafetería, enormes tesoros bañados en oro y anchos bancos para dormir. Yo perdí mi ticket hace cuatro años y como pueden comprobar he sobrevivido.

Decidí arrojar mi ticket a una papelera.

 

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