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05 MAY

RELATOS XV QUINCENA DEL CONCURSO ALI I TRUC

Estos son los 21 relatos de la quincena 15 del concurso de micro, que empiezan con la frase «Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí» de la novela 'La biblioteca de fuego' de María Zaragoza, ganadora del Premio Azorín de Novela 2022.

A continuación, en orden alfabético a partir del primer relato que nos llegó, os ofrecemos los microcuentos que participan en la décimoquinta quincena de nuestro concurso. Os recordamos que eran relatos que debían comenzar con la primera frase del libro La biblioteca de fuego de María Zaragoza.

Podéis votar  hasta el domingo 8 de mayo a las 20:00 enviando a la dirección de correo david@aliitruc.es vuestros tres relatos favoritos con 3, 2 y 1 puntos.

ACTUALIZACIÓN: Una vez conocido el resultado, dejamos los relatos finalistas y ganador al comienzo y desvelamos la autoría de cada obra.

FINALISTAS

LADY IN RED, de Américo Fojo.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí y cada tanto, en noches especiales, lo colgaba bajo la lámpara del cuarto y el reflejo fascinante daba a sus pensamientos un espacio íntimo.

Se arriesgaba a que su padre, el coronel, descubriera la pasión por ese atrevido vestido. El coronel, siempre fue muy estricto con las apariencias y el qué dirán de la gente.

Lentamente se vistió frente al espejo, calzó las largas medias de red negras, los zapatos de tacón y comenzó a maquillarse.

Cuando bajó por las escaleras entrando en el comedor, magníficamente adornado para esa navidad, su padre, el coronel, dijo:

‒¡Hijo, ya era hora…!

 

EL ACANTILADO, de Raquel Zaragoza.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, estaba «enlapado» a una roca. Puede verse desde el acantilado, que me atrae tanto como me inquieta…

Cuando me harté de ser la mujer de rojo casada con un monstruo gris, me dije: ¡basta! Y…, también, lancé mi vestido al agua.

Después, embriagada de libertad, limpié el mercurocromo de mis desdibujados labios para pintarlos de rojo carmín.

A mí, ya no me buscan. A mi marido…, ¡lo encontraron enseguida! El mar es sabio y devuelve la basura que le tiran.

 

RELATO GANADOR

VELETA, de Paquita Márquez.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, entre los cascotes y los cristales rotos del suelo, junto a un caballo de cartón descabezado, la cama volcada y una muñeca sin brazos. Desde mi semiderruida atalaya veo siempre ese rincón que se quedó sin pared tras el último bombardeo. Como cada día, siento el deseo imposible de que mis alas de forja me permitieran volar para poder huir de esta realidad.

Pero jamás volaré. Cuando cambia el viento puedo ver la destrucción del otro lado y, de pasada, un campo yermo lleno de chatarra bélica y tumbas con cruces. Ojalá lloviera, les nacerían flores y yo tendría lágrimas.

 

ROJO PASIÓN, de Mariam Vicente.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, junto a los zapatos de tacón y la barra de labios rojo pasión.

Rojo, como el dolor que aún me causaba tu recuerdo, tan rojo como el desconsuelo que dejaste sembrado.

Sí, nos odiaba la muerte cuando nos besábamos, porque detestaba vernos felices, y nos visitó una tarde de primavera desnuda de sol. Me abandonaste a la deriva, marinero náufrago en mares de papel, bajo el gris de las nubes de marzo.

Y solo quedó el vestido, un enjambre de caricias que ya son transparentes y el regusto amargo de tu nombre tatuado en mi alma, roja por tu amor.

 

TALISMÁN, de Paquita Márquez.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí. Cuando lo vi, mi sonrisa de satisfacción fue inmensa: ¡Mi talismán! ¡Mi vestido de relatista! ¡Ahora sí que escribiría buenos microrrelatos! Podría encontrar mis cien palabras, más las de la frase inicial, sin ningún problema. Las haría encajar a la perfección, y si tuviera que encoger el texto para que se ajustara a las normas, lo haría sin titubeos ni vacilaciones. El vestido rojo era lo que necesitaba, mi talismán de la suerte. Ahora que lo he recuperado, solo me queda encontrar un buen tema y redactar de manera impecable el planteamiento, el nudo y el desenlace.

 

UN REFLEJO DE ALMA, de Sandra Quirant.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, en aquella buhardilla donde tantos momentos mágicos habíamos vivido. Tú siempre me cogías de la mano y me decías que tenía tanta luz que deslumbraba. Al principio fue pura curiosidad, después deseo y, finalmente, una fijación mezclada de amor pasional. Cada vez que te veía, notaba una ráfaga de electricidad recorriéndome el cuerpo y, entonces, podía verme en mi espejo favorito, tú. Aquellos días junto a ti fueron un golpe de felicidad. Te miraba, me mirabas y nos entendíamos sin palabras. Era una complicidad tan grande que cuando dejaste el universo no volví a encontrar estrella con la que brillar.


VESTIDO ROJO, de Fina Martínez Lozoya.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí en el armario; no pude estrenarlo; era para aquella presentación tan importante; ¡mi corazón se rompió en aquellos instantes!

Soñé que paseaba, pero todo era distinto, la gente vestía ropa antigua; mi forma de vestir no pegaba, creí que me miraban con extrañeza, pero me ignoraban; entré al Parque; había un grupo de jovencitas haciéndose fotos y fue cuando la vi, tan joven y bella, ¡con ese vestido rojo!; ella sí podía verme, y me preguntó: «¿Te gusta mi vestido?, lo hice para ti y para tu libro». Desperté, y con ese mensaje de mi madre, pude presentar mi libro.

 

ANA KARENINA, de Mª Ángeles Vaíllo.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, dentro del baúl en la buhardilla. Pensé vestir al antiguo maniquí de la boutique de mi abuela, que hacía años dormía en un rincón… Al ponerle el vestido me pareció que habría los ojos y sonreía, el vestido se ajustó a su esbelta figura.

En la pared colgaba un cuadro de León Tolstoi, ella fijó su mirada en él y creyó ser Ana Karenina y le reprochó a Tolstoi que le arrojase a las vías del tren: ¿Por qué no me dejaste con Vronsqui? ¡Qué feliz hubiese sido! Sonrojado Tolstoi le pidió perdón.

 

CANTO DE SIRENA, de Raquel Zaragoza.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí… enarbolando el mástil de un barco embarrancado.

Pertenecía a Pedro, un viejo lobo de mar, que tuvo la debilidad de encapricharse de una sirena. Obsesionado con ella, trató de seducirla regalándole un vestido de seda, ¡tan rojo como su pelo!, e incluso le pidió que se casara con él.

Pero, consciente de la imposibilidad de llevársela a tierra, abanderó con el vestido su barco atunero, lo dejó a la deriva y se fue nadando tras el embaucador canto de Ariel.

El pescador, ¡pescado!

 

CIAO CARIÑO, de Mari Bastida.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, lo conservé por si algún día decidía regresar.

Lo que no estaba era el collar de diamantes que también le regalé.

Me dejó el vestido colgado en el armario y se largó con el collar.

 

CON LABIOS ROJOS, de Paquita Márquez.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí y, al verlo, vuelve a sentir la misma rabia de entonces, de cuando su padre la obligaba a ponérselo y se encerraba con ella en la habitación. A él, con 10 años, lo dejaban fuera. El niño ponía la música a tope; no quería oír, pero aun así, oía… Hasta que no lo pudo soportar.

Hoy ha vuelto a casa después de casi tres años de reformatorio. Mira a su madre sonriente, guapa, con los labios rojos de carmín. Y de golpe siente que la rabia se le diluye. ¡Ya nunca más se los tendrá que pintar con mercromina!


EL VESTIDO ROJO, de Mari Bastida.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, el que nunca te pusiste.

Escribí nuestra historia para introducirme en el relato imaginando que aún seguías aquí.

Convertí pensamientos en palabras y plasmé en cada frase mi dolor, no podía soportarlo y lo rompí.

Ahora escribo un nuevo relato dibujando con palabras un jardín en el que tú estás en el centro.

En este marco literario, donde te traigo de nuevo a la vida, me quiero quedar.

Esta noche repasaré nuestra historia con un cóctel de barbitúricos, y cuando aparezcas, con el vestido rojo puesto, te agarraré tan fuerte de la mano que ya nadie nos podrá separar.

 

HACER CASO A LOS QUE SABEN, de Silvia Espina.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí; lo había comprado para una mujer que ya no figuraba en su vida y allí quedó.

Era un modelo clásico muy bello, hasta parecía un diseño reciente. Por eso Juan no dudó, le daría una sorpresa a su novia Aitana, que soñaba con estrenar un vestido nuevo desde que la invitó a la fiesta en el club de la universidad.

Esa noche iba a regalárselo, pero antes de salir decidió descansar un rato, había trabajado duro todo el día.

Evidentemente, como dicen los que saben, es peligroso fumar en la cama; sólo quedaron las cenizas del vestido y de Juan.

 

¿HASTA CUÁNDO?, de África Estrella.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, pero ella no se lo quería poner. Fue el mismo que lucía cuando paseando por el puerto, conoció a aquel marinero. Su barco había atracado por unos días durante los cuales hicieron una buena amistad. Hasta que llegó el momento de volver a embarcar. Al despedirse, él le dijo: me gusta mucho tu vestido rojo, quiero volver a verte con el cuando vuelva. Ella le prometió guardarlo y no ponérselo hasta tu regreso. Y cumplía su promesa.

 

HAUTE COUTURE, de Marcelo Celave.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí

Nadie se percataba, su existencia pasaba desapercibida

Para los miles de transeúntes que miraban indiferentes el escaparate.

 

Prêt-à-porter se lleva ahora, dicen Armani, Versace o Valentino

Ya no se estila diseñar a medida para clientes exclusivos

¿Un atelier en pleno Montmartre? Eso suena a disparate.

 

Qué épocas cuando presentábamos 50 diseños originales

Abrigos, vestidos, jeans con lentejuelas ¿te acuerdas?

Por no hablar de lencería, zapatos y chaquetas brillantes.

 

No quites el vestido rojo, que siga ignorado entre los oropeles

Ante tantos ojos ciegos solo yo recordaré emocionado que, con él,

Un día salí triunfante de las pasarelas Gaudí y Cibeles.

 

ILUSIONES TRUNCADAS, de Marieta Nicolás.

Casi tres años después el vestido rojo aún seguía allí; en el escaparate de Confecciones Conchita.

Lo miraba cada mañana de camino al trabajo. Ella lo quería, sí, lo deseaba.

Dos semanas más de trabajo y sería suyo. Su gran ilusión, vestido rojo de lino para lucirlo en las fiestas de su pueblo, haciendo honor a los cultivos que daban de comer a la mayoría de la población.

Solo faltaban dos días para conseguirlo; cuando el estallido de la guerra hizo que toda la población huyera, cerrando comercios y fábricas.

Acabada el conflicto; muchos no volvieron.... Algunos edificios seguían intactos y el vestido rojo también, pero... ahora pertenece al pasado.

 

LA MAGIA DE UN RECUERDO, de Sandra Quirant.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, en la casa que me había visto crecer. Después de atravesar otoños de sequías peligrosas que me habían llevado a coquetear con la tristeza, y ahora que tenía habilidades para vivir con grietas en el corazón, había decidido sentir este vestido sobre mi piel para tener un pedacito de ti allá a donde fuera. Llevarlo es como dejarme ir a la deriva entre recuerdos y revivir instantes de plena felicidad. Instantes que me sacan una sonrisa y desentierran mi ilusión de soñar. Porque como tú me repetías, «la ilusión es el motor que nos mantiene vivos cada día».

 

LA NOVIA DE ROJO, de Mª Ángeles Vaíllo.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, pruébatelo si te gusta es tuyo.

Ella se iba a casar y quería un vestido rojo ¡el color del amor!

La boda se celebró en la playa con la puesta de sol. Suni estaba preciosa con su vestido rojo como el cielo de la tarde. Las mangas abullonadas y la cintura entallada, en las enaguas llevaba esperanzas y presentes y en el pelo una tiara con azucenas blancas ¡Qué bonita va la novia, parece una sirena! Que quiere bailar un vals al compás de las olas. Los novios se besan y la luna en el cenit se ha puesto roja.


¿MAYOR DE EDAD?, de Raquel Zaragoza.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí; escondido en el armario, esperando a que Amanda cumpliese sus dieciocho primaveras.

Después de una agridulce adolescencia, ¡por fin llegó su momento! Aquella misma noche de su cumpleaños, la joven estrenó el vestido…

Frente al espejo, Amanda fue recolocándose la licra roja hasta que consiguió adaptarla a sus curvas como una segunda piel. Se veía tan apetecible y tentadora como una fruta en su punto justo de madurez. ¡Ya era libre para poder independizarse del árbol familiar!

Al salir de casa, antes de cerrar la puerta…

─¡¡¡Mamáaa, hazme un bizum!!! ─gritó, mientras cogía las llaves.

 

OTOÑO EN NUEVA YORK, de Ariel Proust.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, tirado en esa habitación apuntalada a la espera del permiso de demolición que certificase el fin del más cruel luto colectivo.

Aquella noche ella no era Julia Roberts. Tampoco lo pretendía. Solo quería tener una primera cita con la más cómica antítesis de galán de Hollywood que se había atrevido a invitarla al Metropolitan.

Nuevas ilusiones nacidas cenando en Brooklyn.

Ruinas de un futuro imprevisto que debía tomar la forma de sus caderas.

Aires de eternidad callados por la brevedad del último instante.

Nueva York no era el mejor sitio en el que conocerse aquel mes de septiembre de 2001.

 

REINA SIN CORONA, de Ariel Proust.

Casi tres años después, el vestido rojo aún seguía allí, en el suelo de aquella lujosa habitación a la que esos cabrones del MI-6 prohibían entrar.

Los trabajadores aún recuerdan verla salir de la mano del primer hombre que no tenía intención de vigilar sus pasos entre campos minados.

No puedo creer que nunca hayas estado en Abu Simbel. Le dijo sorprendido.

En ese momento ella ya sabía que él iba a romper su brújula para no tener más remedio que recorrer a su lado los cuatro puntos cardinales.

Tantas preguntas rondaban su cabeza que, distraída, no atendió a las premoniciones.

Aquella noche parisina, Diana no debía vestir de negro.

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